viernes, 31 de julio de 2009

EJERCICIO 30º "LA PARADA"

Ejercicio de estilo. Dos personas debatiendo sobre un tema, una forma de ver la vida... La dificultad: hacer a la vez un ejercicio de estilo, cada uno de los personajes ha de pertenecer a una esfera distinta de la sociedad y debe notarse claramente a través del diálogo, de su forma de hablar, de las descripciones...

—Jo, Goyo. Miraaa. Para, para. Jo, es superguay —Cuca gritó levantando las manos—. Mira essse chico. Jo, que fashion queda con su sombrero de paja y todo. ¿Y esos pantalones rotos de algodón?
— ¡Oh, sssí! Está super chulo ¿Qué hace? ¿Ess·nn labrador?
—Sí, será, pero mi papi los llama, o sea, dice que se llaman operarios del campo. Papa me lo dijo cuando estuvimos en la finca del padre de Borja ¿Sabess? En Andalucía. Es superchula, con tanta plantita y hierbas y unos animales muy grandes… torosss. ¿Me entiendes?
—Pero… ¿Qué haces, Cuca? ¿Vas a bajar?
Ssssssí, me gustaría hablar con ese operario tan super.

Hello… hola, buenos díasss —La voz de Cuca, un tanto nasal dejó resbalar las palabras cansinamente hasta el final de la frase.

—El muchacho que estaba inclinado sobre la tierra recién arada, se incorporó.
—Hola, buenos días.
La contestación correcta y educada dejó un momento sin ideas a Cuca.

—Esto… ¡Qué campo más super! ¿Es tuyo?
—Bueno… No, yo trabajo para…
— ¡Ah! ¡Qué mono! Mira, Goyo, es un empleado operario.

Goyo, cabeceó asintiendo sin salir del coche. Se arregló el Lacoste que llevaba en los hombros echando una ojeada al joven labrador. “Bah, pensó. Essta Cuca esta loca. Pararse a hablar con labradores muertos de hambre”
—O sea y tú, ¿Cómo te llamas? —Cuca se apartó el pelo de la cara, echándose la melena rubia y lisa hacía atrás.
—Andrés.
La voz del muchacho ocultaba una sonrisa mientras miraba a aquellos dos especimenes urbanos, no acababa de entender que quería esa niña con sus zapatitos de tacón, la falda blanca y negra y ese top ceñido al cuerpo en negro. Pero cualquier diversión que interrumpiera sus solitarios paseos por las tierras de su abuelo era bienvenida. Se había comprometido a pasar el verano en los campos antes de marcharse a Estados Unidos a completar sus estudios de Ingeniería agrónoma y hacer un estudio sobre el terreno de la mejor aplicación posible que darle a esas tierras. Hacía tiempo que el trabajo en el campo ya no resultaba rentable y tanto él como su abuelo pensaban que debían encontrar la forma de conservar y expandir el negocio familiar y dar una solución a sus empleados y a las familias que dependían de ello.
—Y ¿Trabajas aquí tú solo? No tenéis de esos… Inmigrantes —Se giró hacia Goyo que miraba impaciente el rolex de su muñeca—. Esos que dicen que vienen a hacer el trabajo que los de aquí no quieren… ¿Me entiendes? Esos de los que hablan en la tele y que papi dice que hay que tener mano dura.
—Verás, guapa. Sí, Tenemos inmigrantes trabajando con nosotros. Desde hace algunos años ya. Se han instalado en el pueblo y han traído a sus familias —Andrés pensó en Atu, el primer africano que contrató su abuelo. Ya hace más de veinte años. Y que ha hecho su vida entre el pequeño pueblo cercano y el trabajo en las tierras. A Atu, le siguieron Ebo, Foluke, Gamba, Hasani, Mogomu, Mbita, Nangila, Nikusubila, Nkosana, Ochieng, Olafemi, Olujimi, Osagboro, Suhuba, Wamukota… Tantos ya. Algunos siguen trabajando para el abuelo. Otros desaparecieron en busca de otras vidas que vivir. Pero todos tienen historias detrás que aquella niñata no entendería.
—Y te dejan a ti ssolo para trabajar? O sea que son todos unos vagos como dice papa…
— ¿Cómo dices? —El enfado empieza a despertarse en Andrés.
—Yo… O sea… Cómo estásss solo aquí… ¿Me entiendes?
—No sé si te has dado cuenta, Piluca, cuca, mamen o como coño te llames… Pero hoy es domingo y los domingos la gente descansa. Sean inmigrantes o no. Ahora que a la gente como tú debe darle igual que sea lunes o domingo… Para lo que hace…
—¿Holas? Pero tú ¿Qué te has creído? —La voz de Cuca se eleva y por un momento la languidez que acompaña a su persona se sacude— Yo también trabajo y estudio ¿Sabes?
—¿Sí? A ver si adivino en que trabajas. ¿Trabajas en un despacho con tu papi? que te da palmaditas de vez en cuando y te dice que lista es mi niña. O puede que con un amigo de papa, al que le hace un favor, porque hay que proteger a los cachorros de la realidad.
Cuca enrojece. Andrés ha acertado a la primera. Trabaja unas horas en el despacho de Marcos, el abogado de su padre que se ha ofrecido a “guiarla” en el mundo laboral, mientras termina la carrera.
—Eres mega desagradable, o sea, super antipático. Yooo no tengo la culpa de que seas un pobre ¿Sabessss? —el acento nasal en la voz de Cuca adquirió un tono desagradable. Las palabras parecían morir al caer de su boca, y las vocales, arrastrarse interminables en un sube y baja de la entonación, enfatizándolas― Si mi papa tiene razón… O sea que los pobress, nos envidiáis porque… porque…
―¿Envidiaros? ¿A vosotros? Dudo mucho que los “pobres” que dices tú piensen mucho en vosotros. Los pobres trabajan para llegar a fin de mes. En todo caso envidiarían vuestra tranquilidad económica, pero no vuestra estupidez. Al menos, no la tuya, bonita. Y si tuvieras algo de conciencia, te avergonzarías de vivir como vives mientras tanta gente se muere de hambre.

Andrés intenta dar por zanjado el tema y alejarse. La pija esta, a pesar de su carita de muñeca y sus ojos azules le esta amargando la mañana del domingo. Sin embargo ella, alarga la mano como si quisiera tomarle del brazo, antes de retirarla como si solo rozarle le diera asco.

Túuúuú no sabes de lo que hablasss. No eres más que un ignorante ¿me entiendes? O sea, supermega ignorante. Papa dice que somos ricos porque somos más hábiles y más inteligentes y nos lo merecemos. Los que no pueden hacer dinero, es porque son más tontos y torpes que nosotros y sobre todo, que no quieren trabajar duro. O sea, que es como eso de Darwin…. ¿Entiendes? Y que por eso…, vamos que ahora todos tienen la oportunidad de hacerse rico y que si no lo hacen es porque no saben o no quieren.
―¡Lo que me faltaba por oír! La teoría de que competimos en igualdad de condiciones de los imbéciles como tu padre y la gente de su clase ¿Eh? Mira niña, no sabes nada del mundo, al menos nada del mundo que hay fuera de tu “maravillosa” clase social.
―Pues es verdad ¿Sabesss? Ya no est’mos en la edad media y a ser pobre y a seguir así ¿Sabes? Así que el que es pobre es porque quiere o porque no es bastante listo…
―Así que según tú padre y tú ¿La hija de Atu estaba en igualdad de condiciones que tú? Esa niña murió con su madre, ahogada, cuando trataban de reunirse con Atu. Ni siquiera llegaron a ver estas tierras. Atu no pudo volver a verlas, ni enterrarlas según su tradición, porque cuando se enteró ya estaban en una fosa sin nombre, enterradas por las autoridades. ¿Quién te crees que eres? ¿Has pensado en el valor que se necesita para meterse en una patera? ¿Has visto alguna? Son tan frágiles y el fondo tan plano que te preguntas como nadie puede pensar en hacer una travesía desde ninguna parte. ¿Has pensado alguna vez en eso? ¿En las penalidades que tienen que soportar esas gentes solo para llegar hasta una de esas embarcaciones de mierda? ¿Por qué crees que lo hacen? ¿Porque han nacido como tú, en una clínica privada, con mama maquillada y un camisón de lujo y papa (si es que está) grabando el acontecimiento? ¿Por qué crecen entre el lujoso piso de Salamanca y el chalet en la sierra?
Andrés iba acercándose a Cuca. Hablaba con las manos, con el cuerpo. Su pensamiento recorría la larga lista de trabajadores africanos que había conocido toda su vida. Sus penalidades, su hambre, su tristeza lejos de su tierra, de su gente. Recordaba sus caras cuando seguían las noticias sobre la llegada de pateras a las costas españolas, casi siempre saldadas con muertos. Sus muertos.
Cuca, cada vez más asustada de ese hombre, había dejado de escucharle mientras retrocedía hasta el coche que le aguardaba, con los ojos clavados en Andrés. En ese momento Goyo, que había seguido aburrido la conversación salió del coche y tomó a Cuca del brazo.
Vamosss, Cuca, darling, Sube. Ya te dije que con estos campesinos no se puede hablar. Y llegaremos super tarde a la fiesta de Mamen.
―Jo… sssí, este palurdo da miedo. No le entiendo.
Andrés se dio cuenta de lo mucho que se había alterado. Respiró hondo. Se apartó de la muchacha un par de pasos, antes de volver a hablar.

―Sí, eso es, Cuca, “darling”. Sube al coche, que llegáis tarde. Tarde a todo. Y olvida lo que este “palurdo” te ha dicho. Sigue durmiendo tranquila por las noches. Sigue viviendo a costa de papa en tu mundo “ideal” y no vuelvas nunca más a pararte para hablar con un “pobre”. De todas formas seguirías sin entender nada.

Cuca subió al coche sin mirarlo seguida de Goyo que arrancó casi de inmediato. Durante unos kilómetros escuchó la charla insulsa de su compañero. Sentía el cerebro lleno de pensamientos extraños. Imágenes apenas entrevistas en televisión de mujeres de piel oscura aferradas a niños pequeños. De ahogados, hinchados, deformados por el tiempo pasado en el agua, tan solo un puñado de apretados rizos mojados con apariencia de vida… Miró sin ver el paisaje que recorría el coche antes de preguntar:
―Goyo, tu crees que lo que decía ese chico…
―Cuca, cariño ¿Aún piensas en ese? No se puede hablar con uno de esossss… Son pobres siempre encontrarán motivos para quejarse.
Fin.

sábado, 11 de julio de 2009

Las máscaras...

Aquella noche tuve lo que se llama una cena de amigos. El aburrimiento y el distanciamiento vinieron también a cenar. Es difícil encontrar interesantes temas de conversación centrados en adelantos del móvil, el salario base de los obreros, la diferencia entre el sueldo de un oficial de primera y un peón, el olor a pies y la elección entre tomar una copa a bailar o por el contrario tomar varias bailando. A veces pienso que en cierto sentido puedo ser una esnob, pero cuando repaso la conversación... no se habló de música, excepto para elegir el garito, no se hablo de libros, no se hablo de política, no se profundizo absolutamente en nada. Planté mi sonrisa artificial y hablé de cenas de empresa para la próxima navidad, me armé de paciencia ante el que dijo que unos servían para encofrar otros para hacer regatas y otras para coser y fregar. Y al cabo de un tiempo sin poderlo evitar me deslice a mi propio mundo y pase a un estado contemplativo-observatorio. Me aislé tras mi máscara.Pero lo realmente triste de la velada vino después, cuando acudimos a una discoteca, llamémosla de adultos. Allí las máscaras eran diferentes. Brillantes plumajes de diversos colores cubrían cuerpos y caras ajados y solitarios. Sonrisas fijas, ojos al acecho, suma de soledades.Risas y palabras captadas al azar, luces suaves que aún así no lograban ocultar el paso del tiempo, perfumes empalagosos que hacían sentir bienvenido el humo del cigarrillo. Miradas como manos resbalando por el cuerpo. La soledad tiene aquí un matiz de desesperación que me abruma. ¡Cuantas mujeres solas! Transformadas por mi mente poco caritativa en lobas hambrientas, en ganado venido a menos dispuestas a cualquier cosa para esta noche al menos, por favor, ¡al menos esta noche! paliar el tedio de sus vidas.Como mujer entiendo que bajo esos rostros cuidadosamente maquillados buscan la última oportunidad. El príncipe azul, aún pasado de copas y de vuelta de todo, que las rescate de su soledad.Son princesas, de cabellos tintados, de rostros cuidadosamente pintados, con patas de gallo, arrugas en la piel y el corazón, asomadas precariamente al balcón más alto del frágil castillo de sus vidas.Cuando al fin salgo a la noche, oscura y fría, escucho los comentarios de los que me rodean. Los de ellos que se sintieron halagado por la atención que despertaron en ese grupo de mujeres, los de ellas encantadas del éxito de la noche. Sintiéndose seguras y afortunadas, aún sin haber pensado en ello conscientemente, por no pertenecer al grupo de las princesas sin príncipe.Y yo siento, tú lo sabes, una inmensa tristeza.

Caracolas

He ido a pasear, ando kilómetros por la playa. Me gusta el roce de la arena en mis pies, las salpicaduras del agua, cuando imprudente y amante del mar acabo por llevarlo hasta los muslos. Siempre termino empapada y me encanta. Durante esos largos y kilométricos paseos, pienso en tantas cosas. Y a veces con un poco de suerte, cuando me paro, cuando me siento en una piedra del puerto, cuando fumo un cigarro y dejo que mi vista se pierda, no pienso en nada y mi mente se vacía. De pronto no estoy en ninguna parte. Es una sensación extraña cuando vuelvo de ese no lugar y traigo conmigo una suerte de paz y una maravillada alegría. Ayer vi en la orilla un caparazón de tortuga. Y dos caracolas pequeñísimas. Y la recolectora nata de recuerdos que soy, prefirió dejarlo allí. Están en mi memoria como tantos otros recuerdos.

No había confusión en las huellas de las gentes en la arena, líneas paralelas que el mar se encargaba de llevarse. Cuerpos que no se tocan tendidos al sol. Almas perdidas en el calor azul del día.

lA INICIACIÓN DE NICOLE

Javier acababa de despertar, como de costumbre había dormido hasta tarde, después de una larga noche dedicada a sus libros y escritos, como siempre hacia cuando visitaba la mansión familiar. La verdad es que disfrutaba de ello, pero ya empezaba a echar de menos la agitada vida sexual que llevaba en su cómoda casa de la ciudad. El campo, aunque encantador y lleno de vida, le resultaba poco excitante acostumbrado como estaba a satisfacer todos y cada uno de sus activos y perpetuos deseos sexuales. Unos golpes en la puerta, interrumpieron su habitual paja matutina. Molesto por ello decidió no contestar y continuar con sus placeres solitarios. Pero un segundo golpe y el sonido de la puerta al abrirse, le hicieron incorporarse, olvidando que su majestuoso falo estaba desnudo bajo las sabanas, que resbalaron, hasta formar un montón entorno a su enorme verga. Desde la puerta, la nueva criadita de su madre, habló con su tímida e inocente voz: —Señor, su madre me manda a traerle el desayuno. ¿Puedo pasar? Le contempló como si no la hubiera visto antes. Advirtió las hermosas formas ceñidas por el uniforme obligatorio de la casa para las criadas de salón. Un vestido negro, con escote redondo, un delicado delantalito blanco y una cofia de encaje hábilmente prendida en sus cabellos. Su semi erecto pene reaccionó ante la muchacha convirtiéndose en dura estaca. Con una ligera sonrisa subió la sabana escondiendo tan tremenda tranca. —Pasa, adelante. ¿Qué es lo que traes? —Su mirada libidinosa pareció incomodar a la jovencita, que inclinando la cabeza y enrojeciendo, no pudo por menos que ver el enorme bulto que tapaba la sabana. Entró presurosa con la bandeja; su mirada evitando la cama, dejó esta sobre la mesilla situada al lado de la cama. _La señora me ha mandado que le suba chocolate caliente y tostadas. Y que le diga que salió para misa y que no vendrá a comer, que la han invitado las señoras de la junta de beneficencia y que tardará en volver. La sonrisa de Javier se amplio y adquirió una cualidad lobuna —Así que tu nombre es... —interrumpió la frase, con la esperanza de que ella le mirara al contestar. —Nicole, señor —Como así hizo, momento que Javier aprovechó para levantarse del gran lecho, gloriosamente desnudo. Ella no pudo dejar de admirar ese cuerpo, y la magnifica polla erecta que tenía ante sus ojos. Con delicada y fascinada curiosidad clavo sus ojos en el inflamado apéndice. Javier, con fingida inocencia le preguntó: — ¿Qué pasa, Nicole? ¿No te ha advertido mi madre que me gusta bañarme antes de desayunar? Prepárame el baño y quédate a ayudarme. Horacio mi ayuda de cámara partió ayer a preparar mi casa de la ciudad. Nicole nerviosa no atinó más que a quitar su vista del miembro viril de Javier y aún con la mirada como perdida, se acercó a la chimenea para avivar el fuego, sin preguntarse ni por un instante por que su amo, no llamaba a uno de los criados masculinos de la casa. Javier recostándose indolente en un sillón cerca del fuego, la observaba hacer. Su mirada vagaba por ese culito perfecto, mientras ella arrastraba el baño de asiento cerca de la chimenea. Observo sus idas y venidas con los cubos de agua, admirando sus dulces brazos redondos y sus largas piernas. Se deleito con la visión del inicio de sus senos cuando vertía el agua en la tina, mientras se masajeaba ociosamente la polla. La respiración de Nicole se agitaba por momentos, ligeros signos de excitación que en su inocencia no sabía ocultar la delataban al ojo conocedor de Javier. El suave rubor de sus mejillas, las miradas de soslayo que esos enormes ojos marrones le dedicaban, la dulce hinchazón de sus labios, la película de sudor que bañaba su frágil cuerpo... Todo ello hacía que Javier estuviera más que dispuesto a olvidar donde estaban, y su costumbre de no implicarse con el servicio de su madre. La tentación de complacer a su polla después de este tiempo de descanso, era demasiado intensa para resistirla. Nicole terminó de preparar el baño. En silencio, Javier se levantó del sillón y sin ocultar su desnudez camino hacia la bañera, en la que se sumergió con evidente placer.

—Nicole, tendrás que quitarte el uniforme para ayudarme, ¿No desearás que se moje? Sé que mi señora madre es muy estricta en el mantenimiento de la limpieza de estos. Nicole reconociendo que tenía razón, se quito cautelosa el delantal y el vestido quedándose con una púdica y blanca enagua de algodón, cerrada hasta el nacimiento de los pechos con diminutos lazos azules. Una muestra de coquetería poco común entre la gente de servicio y que le habían costado sus escasos ahorros. La desnudez de los brazos y hombros de la muchacha transformaron el ambiente de la recamara, la semipenumbra pareció envolverla y la luz de las llamas saco destellos de oro en su piel morena. Inconsciente de su propia sensualidad se acercó a Javier, y en absoluto silencio tomó la esponja y la sumergió en el agua. Con movimientos lentos, la posó sobre su espalda, dejando correr el líquido tibio. Despacio, una y otra vez, mientras sus ojos seguían el agua deslizándose por el cuerpo del hombre, una sensación hipnótica, somnolienta la invadió. Notaba que sus manos, sus brazos, su cuerpo se licuaba. Javier quitó de su mano la esponja, dejándola caer en el suelo. Tomó su mano y la llevó a la parte de su cuerpo que reclamaba atención urgente. Muy suavemente, sin romper la cualidad onírica que el momento había tomado, la dejó sobre su miembro, y ella con curiosidad casi infantil, recorrió ese duro hierro recubierto del más fino satén, con su diminuta mano, exploró desde la base, la raíz fuerte y poderosa, subiendo por el falo, recorriendo cada vena, cada minúscula porción de piel, hasta la cabeza poderosamente erguida, de un palpitante rojo amoratado. Una y otra vez subió y bajó su mano por aquella verga, que no alcanzaba a rodear con sus deditos. Javier, en silencioso éxtasis, la dejó hacer hasta que ya no pudo más y el anhelo de acariciar a la dulce jovencita, hizo que se levantara del baño, y en un sólo movimiento, tomándola en brazos, la condujera hasta el sillón donde la sentó sobre su regazo. Múltiples besos cayeron sobre la cara de Nicole. Las manos mojadas de Javier trazaban caminos en la enagua de algodón, que dejaba transparentar, al mojarse, el moreno cuerpo de la muchacha. Nicole se encontraba en otro mundo, un mundo de sensaciones que jamás había experimentado, sentía la boca de su señor, en sus mejillas, en su frente, en su cuello como pequeñas brasas ardientes. Las manos que recorrían su cuerpo creaban a su paso necesidades desconocidas. Javier excitado por su inocente entrega, adivinando en ella un ser afín, se convirtió en un maestro paciente. Reprimió su exigente naturaleza, para despertar en ella su intensa sexualidad latente. Amoroso besó sus labios, amó con su lengua la de ella. Recorrió una y otra vez el interior de su boca, haciéndola estremecer, retorcerse sobre él. Cada vez el deseo de ella era más urgente. Su cuerpo se tensaba bajo las manos de él, sus pezones presionaban el algodón. Sus manos, hasta ese momento, abandonadas, cobraron vida. La necesidad de tocar fue apremiante, deslizó las manos por el pecho de él, por su cuello, sintió la redondez de su cabeza, los mechones mojados se le enredaron entre los dedos. La respuesta de Javier fue inmediata, su boca bajó hasta los pezones que lo reclamaban, sus dedos expertos soltaron lazos. Una mano acarició la piel desnuda de los pechos de Nicole, y la otra se perdió entre sus muslos. Nicole abrió entregada sus piernas, deseando y temiendo que su amo tomará ese lugar secreto que le habían enseñado a despreciar. Su conciencia velada, intento resistirse, pero la extraña ansiedad que la embargaba, el doloroso placer que sentía al notar el miembro duro de él presionando su sexo a través de la fina tela que los separaba, venció toda objeción antes de que llegará a producirse. Los largos dedos de Javier, treparon por sus muslos hasta el sexo de la doncella. Al advertir lo mojado que estaba, sonrió contra el pecho de Nicole. —Mi dulce niña, ya casi estas preparada —la voz apasionada y líquida baño los sentidos de Nicole. Un escalofrío bajo por su columna, la piel se erizo. Y gimió sin poderlo evitar. —Mi señor, ¿qué es esto que me esta sucediendo? ¿Este calor que recorre mis venas, que deja mis miembros sin fuerza, que hace que todo mi cuerpo reclame sus manos y su boca? Siento como si algo en mi interior fuera a romperse en mil pedazos —una respiración larga y entrecortada como un sollozo se le escapo del pecho. —Esto, mi amor, es pasión, placer, la fuente de la vida. La pasión es un regalo de los dioses. Y en ti, mi querida Nicole, lo han derramado con generosidad. Déjate conducir por mí, y te entregaré su fruto. Levantándose del sillón, la puso en pie a su lado, le deslizó los tirantes de la enagua, haciéndolos resbalar despacio por sus brazos, besando sus hombros, su pecho, su ombligo. Acompañó la caída de la prenda al suelo, arrodillándose ante ella. Sus manos firmes acariciaron sus nalgas, mientras sus labios se demoraban en su vientre dorado. Jugando con su lengua, acariciando, lamiendo, bajo hasta el obscuro sexo de Nicole. Sus manos se afianzaron en la cadera de ella, y por fin su lengua encontró el clítoris de Nicole, excitado y duro esperándolo. Nicole, con el primer contacto de su lengua en su sexo gritó y sus manos se aferraron con fuerza a los hombros de él. Sus piernas temblaron y se abrieron buscando el toque húmedo de la boca de su amo. Javier se sintió pleno de su olor y su sabor. Presionando con fuerza sus caderas la hizo arrodillarse a su lado y la beso en plena boca, dándole a saborear sus propios jugos. La tendió sobre la mullida alfombra que cubría el suelo y abriendo bien las piernas de Nicole con sus manos, empezó a darle placer. Era un experto en ello. Jugaba con su boca y su lengua abrasando el sexo de la muchacha. Lamiendo sus labios con lentitud, introduciendo la lengua en su vagina, una y otra vez. Nicole jadeante, susurraba palabras sin apenas sentido, sus tobillos se cruzaron sobre la espalda de Javier por voluntad propia. Las manos volaron hacia la cabeza de su amante, presionándola contra su anhelante coño. Javier centró los ataques de su lengua en su clítoris lamiendo una y otra vez, mientras uno de sus dedos se deslizaba dentro de aquella vagina, aún inexplorada. La gran cantidad de fluidos que mojaban el canal de Nicole, le permitieron entrar sin dificultad Nicole perdiendo la conciencia de sí misma ante el doble asalto, levanto las caderas enterrando el dedo más profundamente en su sexo. Javier, empezó a meterlo y a sacarlo rítmicamente, un poco más hondo cada vez mientras que las caderas de ella salían a su encuentro cuando se retiraba. Era una delicia de criatura con esa pasión innata tan arrasadora. Javier ardía, deseaba clavar su polla en ese coño tan prieto y caliente, pero la estrechez del mismo y su deseo de que ella llegara al delicioso orgasmo que intuía, le hicieron contenerse aún. Introdujo otro dedo en la vagina de Nicole cada vez más dilatada y mojada. Empujó con decisión ambos hasta llegar a la fina telilla que anunciaba que él era el primero en conocer las delicias de ese dulce coño. Apenas lo tanteo. Siguió lamiendo el clítoris de Nicole metiendo y sacando sus dedos, hasta que las contracciones de la vagina, y una gran cantidad del fluido néctar sobre su lengua, anunciaron el orgasmo de Nicole. En ese enloquecedor instante hundió los dedos con decisión, hasta el fondo de su vagina desgarrando la tela de la virginidad. Nicole perdida en su primer orgasmo casi no percibió el ligero dolor que le ocasionó la desaparición de su único bien de muchacha pobre. Javier se incorporó sobre el cuerpo de ella. Contemplar la cara de Nicole sumida en su primer contacto con el placer le hizo perder el control y acomodándose entre sus piernas abiertas, bañó su polla con los fluidos de ella, penetrándola de un solo empujón. Sintió la vaina obscura y húmeda dilatarse para admitirlo en su interior. Nicole gritó, jadeante y agónica, al verse atravesada por tan poderosa verga. Javier, tenso, reprimiendo el deseo animal de moverse dentro de esa funda prieta, se quedó inmóvil por un momento, permitiendo que Nicole se acostumbrara a la invasión. Miró los ojos de la mujer, serió, contenido, esperando que ella le diera la señal para continuar. Y obtuvo su recompensa: los rasgos contraídos de Nicole se relajaron, el placer empezó de nuevo a adueñarse de su cara, cuando su vagina se acostumbró al tamaño de él. Empezó a moverse dentro de ella, lento, pleno, poderoso, llenándola y retirándose, en oleadas largas y placenteras. Metiéndola entera, hasta el fondo de su vagina y sacándola lentamente hasta dejar solo la cabeza de la verga en la entrada, dilatándola, enfundado en su calor líquido. Tratando de prolongar el placer que le desbordaba. En Nicole el deseo se volvió un punto incandescente en su estómago, se expandió de nuevo por sus venas, se concentró donde se unían los cuerpos. Elevó sus caderas, cruzó sus piernas sobre la cintura de Javier. Sentía el cuerpo del amo golpeando su clítoris en cada arremetida. Como los testículos le golpeaban cada vez que entraba en su cuerpo y se sentía plena, llena de su polla. Y empezó a mover sus caderas, a elevarlas a su encuentro, a sentir dolor de ausencia cuando él se retiraba. La fricción era enloquecedora. Se abandonó por completo. Javier al sentir el embate de sus caderas, aceleró el ritmo, aumentó la fuerza de la penetración. Salvaje, arremetió contra ella con todas sus fuerzas, solo para ser recibido con la misma pasión. Una y otra vez, sus movimientos aumentaban, más fuerte, más rápido. El segundo orgasmo de Nicole baño su polla y ya no pudo retenerse, se corrió como nunca en su vida, con un grito se tensó sobre ella, la penetró profundamente dejando que su leche la inundara. Durante un momento permanecieron inmóviles, entrelazados, casi sin respirar. Después, Javier la libero de su peso, se tendió a su lado y la abrazó. Se adormeció pensando que necesitaba una nueva criada en su casa de la ciudad.

Nada

Qué tristeza del alma sola, abandonada. Muriéndose cada día un poco más por dentro. Ausente. Mecánicos los movimientos, los actos. Deseos mojados en actos solitarios. La mirada apagada, la sonrisa muerta y el cansancio en el cuerpo.

Una tarde de abril

La mujer del vestido blanco recoge agua en el río mientras el viajero rubio pasea una tarde de abril.
Diana es joven, morena. El cabello cae rizado sobre su espalda; ojos castaños, grandes, pensativos.
Los pómulos altos, la nariz proporcionada, labios llenos, bien perfilados, el inferior un poco mas lleno que el superior. El cuello delgado, los hombros erguidos. La figura plena, de pechos grandes, cintura estrecha, caderas hermosas. El vestido se balancea, susurra contra sus piernas. Los brazos redondos y tiernos se llenan con un cántaro de barro, a la antigua usanza para recoger agua del río con la que lavarse el cabello, tal como le enseñó su madre.
El viajero se para a mirarla. Sus ojos verdes, brillantes, le resiguen la figura. Admira la figura de la mujer, su cara que adivina más que ve. Su postura al borde del río es una estampa antigua, llena de encanto.
Mira a su alrededor: el verde apagado de las plantas, los pocos arboles que siguen la orilla del río, el agua lenta y placida. Escucha los sonidos: murmullos de aves, insectos, del ligero viento.
La mujer siente su mirada. Levanta la cara, curiosa, hacia el desconocido: Una sonrisa ilumina el rostro serio. No habla, vuelve de nuevo la vista al cántaro, y el viajero respondiendo a su sonrisa sigue el camino.
Un puente guía sus pasos, y se inclina sobre él para ver como el agua, coge bríos, sobre las piedras del fondo, remolinos de espuma blanca golpean los pilares.
Su mente se pierde en lo que contempla, tal vez recuerde otro lugar, un sentimiento medio olvidado, un momento lejano en su historia.
Unos pasos resuenan sobre el puente, despertándolo de su ensueño, levanta su rubia cabeza y mira. La mujer con el cántaro en la cadera, camina con gracia hacia él. Ahora su rostro claramente visible muestra una curiosa timidez. El viajero saluda:
—Hola —Su mano se alza hacia ella, sus ojos sonríen.
—Hola —contesta ella. Su voz algo ronca, dulce.

Pasa a su lado los ojos bajos. Una pequeña curva en los labios. Cuando pone el pie en el camino, se gira. Le mira, descubre los ojos de él clavados en ella. Con un rubor y una sonrisa, huye sendero abajo.
Él la sigue despacio camino al pueblo que ya se divisa. Piensa en la mujer mientras avanza, le recuerda un amor de otros tiempos —así debía ser ella—, piensa, antes de que la vida convirtiera su mirada en turbia y seductora. Antes de aprender a dañar. El sufrimiento medio olvidado vuelve a rozar su alma. Con decisión borra esos pensamientos. Se acabó. Una sonrisa cruza sus labios. Tal vez deba parar en este pueblo unos días. Esta cansado de viajar.