sábado, 8 de agosto de 2009

EL JUEGO

No conozco nada de ti, solo tu voz y el olor de tu colonia. Recuerdo el día que te acercaste a mí en el metro. Rodeada de gente, agobiada, estaba perdida en mi interior, cuando te oí.

Siempre pareces tan triste ―susurraste en mi oído― tan cansada y tan sola. Te he elegido. Serás mía.

Asustada, traté de alejarme de aquella voz. Pero tu risa; una mezcla de sensualidad y ternura, me paralizo.

Tranquila, jamás te tocaré si tú no quieres ―tu voz profunda y bella, despertó anhelos en mí―. Te contaré historias y te invitaré a juegos. Solo hay una condición, no me miraras hasta que estés dispuesta a entregarte a mí.

Temblé, una emoción extraña se despertó en mi interior. Y sin poder evitarlo mi alma captadora y contadora de cuentos se sintió atraída por la propuesta. Asentí sin hablar.

Desde ese momento, cada día me encuentras en el metro. Yo cumplo con mi trato y no te busco, ni trato de verte. Me cuentas historias de amor. Algunas son tan bellas que me hacen llorar. Pero otras son perversas, sexuales, te recreas en cada detalle, en cada cuerpo, en cada acto. Y esas, esas... me hacen estremecer.

Hoy, me has invitado a un juego. Me has susurrado todo lo que quieres que haga para ti. Pensé en negarme, pero sé que ya no puedo. Que ya no quiero hacerlo.




Cuando llegué a casa, una ligera excitación jugaba con mi cuerpo. He caminado rápido, preparándome ya para iniciar el juego.

Al llegar, he entrado en el baño para preparar mi cuerpo para ti y he dejado que te colaras casi de puntillas en él. Mientras me desnudaba sentía tu mirada detrás de mí, observando, mirando mis movimientos a través del espejo.

Me he inclinado despacio, ofreciéndote la visión de mi cuerpo, de mis nalgas enfundadas en los vaqueros negros para quitarme las sandalias. He desabrochado el vaquero, sintiendo tus ojos seguir mis manos mientras bajaba los pantalones y se deslizaban de mis caderas a los pies.

Me he mirado en el espejo, tratando de saber que pensarías. La camiseta de tirantes ocultando casi las braguitas negras. Te he sentido tranquilo en tu excitación, contenido, impulsándome a seguir adelante.

He tirado de la camiseta hacía arriba. Hoy ni siquiera me he puesto el sujetador con las prisas: mis senos están plenos, ligeramente inflamados. El pezón ya fruncido por la excitación de mis propios pensamientos.

He llegado a creer que estás allí, detrás de mí contemplando cada movimiento que hago. Me envuelves con tu presencia, y el juego casi ha dejado ya de ser un juego. Sorprendo mi propia cara en el espejo; los ojos entornados, líquidos, brillan. Los labios entreabiertos y húmedos por que he pasado la lengua por ellos de forma inconsciente, el rubor en los pómulos... casi puedo sentir que te acercas y te pegas a mi espalda, que deslizas tus manos sobre mi cuerpo sin llegar a tocarlo, tan cerca que puedo sentir el calor que emana tu piel.

Escucho mi propio jadeo involuntario, me sorprende tanto, que me saca del juego. Y una parte de mí, la que anota las realidades me sonríe burlona. Acabo de desnudarme y entro en la ducha, permito que el agua fría caiga sobre mi cuerpo durante unos instantes, es un ritual. Voy graduando el agua a tu gusto. Deseas que este muy caliente, todo lo que yo pueda soportarla, que sensibilice mi piel más de lo que ya está. Cuando llego a este punto, olvido todo, apoyo mi frente en los azulejos y dejo que el agua corra desde la nuca hasta los pies.

Adoro esa sensación de estar aislada, el sonido del agua, la calidez y la fuerza del chorro sobre mis hombros y la columna. Me lavo el cabello, nunca me siento completamente limpia si no lo hago. Y tu quieres que lo esté.

Enjabono mi piel centímetro a centímetro, me acaricio con la esponja, insisto en mis pechos, los costados, el estómago... Con mis manos llenas de espuma vuelo a ser consciente de tu mirada, y ralentizo los movimientos. Empiezan a ser caricias. Caricias perversas, por que sé que me miras.

Juego con mis pezones, con mis caderas. Levanto un brazo para enjabonarlo cuidadosamente. Me giro mostrándote mi espalda antes de inclinarme a lavar mis piernas; empiezo desde el tobillo, con ambas manos. Y me parece escuchar como se acelera tu respiración al observar mi culo y mi sexo desde esa postura.

Una calidez líquida se dispara, repentina en mi estómago, al pensar que podría hacerte perder el control. Sonrío para mí con los ojos cerrados, y esa imagen tuya, contenido y conteniéndose me induce a ser un poco más atrevida. Paseo mis dedos sobre mis nalgas, acaricio y resigo con sus puntas enjabonadas la línea que las separa, juego un poco con el pequeño orificio, tan sensible, juego a enjabonarlo bien, para tu deleite.

Me enderezo, y vuelvo a mirarte a los ojos. Ahora casi con descaro subo una pierna al borde de la bañera. Deslizo la mano por mi sexo; lavando cada pliegue, cada rincón con suavidad. Empiezo a transpirar a pesar de la humedad, la temperatura de mi cuerpo y mi imaginación han ido subiendo. Me siento líquida y extraña. He dejado que de nuevo el agua muy caliente corra por mi cuerpo, llevándose la espuma.

Me envuelvo en una toalla, grande, esponjosa, que me encanta. Y casi sin mirar al rincón donde tu esperas mis próximos movimientos, he abierto la puerta del baño. Sobre la cama me espera ―no un camisón, sino una larga bata blanca―. Tiene un aspecto virginal e inocente. La deslizo sobre mi cuerpo aún mojado y su tacto de satén, suave y aterciopelado desmienten su aspecto, me hace sentir voluptuosa y entregada. Ato la cinta de raso a mi cintura cerrándola contra mi cuerpo. Te miro. Ya casi no necesito imaginar. Estás aquí, conmigo, sentado en la orilla de la cama.

Vuelvo a ruborizarme cuando te pido que me sigas, y te llevo a la habitación que es más mía en toda la casa. Aquí donde escribo, donde estudio, donde dejo aflorar lo más íntimo de mí. Hay un enorme armario con puertas de espejo, donde podré mirar mi cuerpo mientras me masturbo para ti.

Entras conmigo, penetrando en mi intimidad de una forma que no lo ha hecho nadie. Te acercas a mi sillón; negro, de cuero, con reposa brazos. Ignoras el ordenador que tantos sueños a medias contiene, y lo acomodas para que se refleje bien en el espejo.

Ahora siento que el mando lo tienes tú. Te sientas en el sillón y me ordenas que me acerque: me pides que me siente en tu regazo, que me mire en el espejo. Siento tu cuerpo bajo y alrededor del mío. Me reclino tímida, apoyando la espalda en tu pecho. Miró al espejo, la tela que me cubre tan delicada, con la humedad transparenta mi piel. Son tus manos las que desatan el flojo nudo de la cinta. Con tus ojos clavados en los míos a través del espejo abres la prenda, apartándola grácil hacía los costados de mi cuerpo, tomas mis piernas con tus manos y las dejas caer a cada lado de las tuyas. Me siento vulnerable. Expuesta a tus miradas y deseos.

Mírate ―tu voz susurrada llega a mis oídos― cuéntame...

Mi piel aún esta húmeda. Me miro en el espejo y casi no reconozco a la mujer que esta ahí, abandonada a tus deseos. Pretendes conocer todos mis secretos. Veo esos ojos en los que hay un brillo no usual, la transpiración que empieza a aparecer sobre el labio superior, la postura un tanto forzada del cuello, el pelo que comienza a ondularse un poco, oscuro, sobre el blanco de la bata.

Recorro la extensión de mi pecho hasta el nacimiento de mis senos. Tus manos cogen las mías y con suavidad me muestras como quieres que me toque, empezando desde la clavícula, acariciando esos huesos firmes bajo la piel, deslizo bajo tu mirada las puntas de los dedos en el hueco, repasando los entrantes y salientes, meto la mano bajo la bata hasta llegar al hombro, lo siento redondo bajo mi mano.

Con suavidad, vuelvo hacía mi cuello, acaricio sus costados, la tierna carne bajo la mandíbula, bajo por la columna del cuello hasta encontrarme con el nacimiento de los senos. Utilizo las dos manos, la sensible punta de los dedos, el contacto firme de las palmas. Poco a poco aumento la presión, rodeo mis pechos con firmeza, los aprieto hasta sentir un punto de dolor. Los ofrezco a tu mirada tomándolos de la suave zona inferior.

Ahora mi sexo parece convertirse en líquido, late con cada caricia a mis pechos, con cada presión... Deslizo mis dedos trazando un camino sobre mi estómago. Son tus manos las que abren aún más mis piernas. Flexiono una rodilla, forzando la abertura al máximo. Nunca me había mirado así, un destello de humedad baña mi sexo.

Son tus manos las que imagino abriendo los labios de mi sexo, dejando ver el rosado interior. Subes hasta su vértice y me muestras el clítoris apenas visible. Cierro los ojos. Con esa imagen en mi retina, un jadeo me sube por el pecho, y salta casi explosivo al aire. Deslizo mi mano hasta mi coño, ya no aguanto mas...

Introduzco un dedo en mi vagina, la exploro con suavidad, siento como se contrae. Humedezco el dedo en mis fluidos y acarició con delicadeza mi clítoris, despacio dejando que las sensaciones se sucedan. Que me inunden. Mil imágenes recreadas cruzan mi mente. De ellas, solo una: la de tus ojos fijos en mis manos mientras me masturbo hace acelerar mi respiración.

Mis dedos resbaladizos por mis propios jugos se deslizan con rapidez sobre mi clítoris. Deseo... deseo... Ya no quiero solo imaginar tu mirada. Quiero sentir tus manos levantando mi bata, cogiéndome de las caderas. Notar tu polla contra mi culo buscando el camino… ¡Joder! Quiero sentirte dentro llenándome, distendiendo la carne de mi vagina, avanzando entre la presión de mis músculos internos, llegando hasta mi útero. Estoy a punto de explotar.


De súbito no puedo contenerme más. Me inclino sobre la silla buscando la presión del borde. Me muevo con abandono salvaje alimentando las llamas que se han despertado en mi cuerpo. Este calor que consume hasta el aire de mis pulmones, haciendo que jadee entre sollozos. Mis dedos vuelan, abandonados a su ritmo cada vez más insistente y rápido. El resplandor estalla por fin, oleajes de placer se abaten sobre mi cuerpo uno tras otro. Dejándome débil y temblorosa acurrucada en la silla.

Abro los ojos y me sorprendo en el espejo. ¿Quién es esa mujer con los muslos aún abiertos, la mano en su sexo, el pelo enmarañado sobre la cara? No me reconozco, me da vergüenza mirarme y aún así me observo para grabar todos los detalles en mi memoria. Es lo único que me has pedido: que te cuente la imagen que aparecía en el espejo después de masturbarme. Empiezo a pensar que este juego puede ser peligroso.

FIN

viernes, 7 de agosto de 2009

LA VISITA

Ayer fue un día largo. Comenzó cuando Chelo, una amiga de la infancia vino a visitarme. Tal como es ella, demasiado temprano, demasiado animada, demasiado pendiente de mí. Hablando sin parar, siguiéndome por todas partes mientras yo trataba de poner algo de orden en el caos que es habitualmente mi casa. Me seguía de la mesa del comedor a la cocina, pasando por el pasillo, con un incesante chorro de palabras que yo asimilaba más mal que bien. No dormí demasiado la noche anterior y Laura acababa de despertarme un momento antes de que Chelo llamara. Así que sin mi café mañanero y a pelo (esto es un decir porque pelos, pelos... los de la cabeza) escuché un torrente de palabras, las más repetidas: Trabajo, casa, marido, comidas, estoy bien, estoy muy bien, piscina y la ganadora: dinero, dinero, dinero... cálculos económicos de quien pone a la cabeza de la vida la seguridad financiera.

Pongo la cafetera al fuego. Cojo la escoba, sigue detrás de mí. "Me pones nerviosa" le digo. "Siéntate en alguna parte y calla un poco, coño" pienso que no digo. No se me dan bien las relaciones humanas antes del primer café, pero aún sé guardar un poco de compostura y por eso callo. Y porque pienso, ¿suelto la bomba ahora o mientras tomamos el café? Veo que Laura aún no se ha marchado a clase y decido esperar. ¿Qué bomba voy a soltar? Bueno, la mayoría de los que me conocen, lo sabe, ella no. Todavía. Escucho que la puerta se cierra. Laura se ha marchado. El café aún no está listo. Es igual, me giro hacia Chelo con la escoba en la mano. Lo suelto de golpe. Me voy a separar. Se queda muda. Le señalo uno de los carteles que desde hace unos días adornan los balcones de casa. Vendemos el piso. Preguntas, preguntas, preguntas... ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?... Respondo lo mejor que puedo, tampoco puedo hablar mucho. No lloro, ni siquiera siento ganas de hacerlo. Recuerdo un tiempo en que no hubiera podido parar de hacerlo.

En mi casa las paredes oyen. Decidimos tomar el café. Me pide un cortadito con la leche fría. Sirvo el café. Lo tomo y acabo de ordenar sofás, barrer y fregar el suelo donde está más pegajoso. A alguien se le ha debido caer algo.

Mientras Chelo me mira:

"¿Estás... más rellena? me dice. Con esas mismas palabras que me hacen sentir un pavo de navidad, un pollo relleno con bacon y queso, un... Mierda, es única para animar.

"No creo" balbuceo. "Uso la misma ropa que el año pasado cuando nos vimos". Renacen mis inseguridades. Joder, a sandía toda la semana (es patético, pero en otro momento de mi vida también hubiera sentido ganas de llorar por esto).

Se termina el café. Me ducho. Me visto. Blusa nueva, blanca con dibujitos morados, de la que no estoy segura y pienso: "Coño, esta es brutalmente sincera, que me de su opinión". Pregunto (inseguridades) me responde: "Sí, estás igual, la blusa te queda bien" y un "vámonos ya, que se hace tarde".

Decidimos pasear por la playa. Dos kilómetros y medio hasta el puerto. Cinco entre la ida y la vuelta que nos llevan dos horas, porque hablamos más que andamos. ¿Por qué tiene que pararse para escucharme? ¿Si anda se le cierran los oídos? dudas existenciales.

Repasamos todos los detalles de mi matrimonio. Insiste en preguntar que es lo peor de todo. Que me llevó a esta decisión. No sé que responder. Detalle a detalle son pequeñas cosas. Muchísimas pequeñas cosas. Y en conjunto llego a la conclusión de que se acabó la paciencia, Eros se fue y se llevo la venda, se acabó el amor. Más por un proceso personal mío que por cambios en él. Me dice una cosa que me sorprende. Cuando hablamos hace unos días por teléfono y la medio avisé de que habían cambios importantes se imaginó que me había echado un amante. Lo definió como algo mío pero que no afectaría a mi relación de pareja. Incomprensible. ¿Si me echo un amante no afecta a mi relación?

Cambio de tercio: me cuenta sus andanzas. Sus ligues de bus. Sus salidas de cada sábado a la discoteca "Golden". Discoteca de viejos (con todos mis respetos y de ambos géneros) y desesperados donde las allá Eso sí, por la tarde y solo hora y media. Sola. Con permiso a regañadientes de su marido que tiene aficiones de Colombaire (estos tíos que hacen competiciones con palomas o palomos o lo que sea) y los fines de semana se los pasa enredado con concursos y demás.

Para no cansar, dos horas de charla dan para mucho. Unos detalles que me hacen gracia: ¿Por qué a los maridos de algunas amigas en general y al de Chelo en particular, no les hago demasiada gracia? ¿Por qué Chelo si es tan feliz en su matrimonio y se siente tan bien con él, no dejó de repetirme exactamente eso durante toda la mañana? ¿En qué sentimiento íntimo se siente amenazada por mi decisión? ¿Qué conclusión se sacaría de la frase de Chelo: Ya sabes que nunca he estado enamorada de Fran (su marido) pero que lo quiero mucho? Y el remate: Entonces... ¿Algún sábado te vendrás conmigo a la discoteca?

La movida de la noche en el cumpleaños de mi hermana... la dejo para otro ratito.

domingo, 2 de agosto de 2009

LA FERIA.

Ejercicio: Tiempo.

El niño corre colina abajo. La vista clavada en la pequeña multitud del llano. Luces, sonidos, olores llegan hasta él. “La feria, la feria”, piensa para si. Se gira solo una vez. Saluda a su hermano Manuel, que lo mira desde la cima de la colina junto con su novia. El niño siente tintinear en su bolsillo las fichas que le ha regalado su hermano por su cumpleaños. Va por primera vez sólo a la feria. Media hora, le ha dicho Manuel poniéndole su propio reloj en la muñeca.

Corre sintiendo el aire en la cara, se precipita hacia el ruido, el color. Se hace uno con ellos. Jadeante se detiene. Mira a su alrededor. La montaña rusa, el pulpo, los coches, la casa del terror, la noria… tan alta. La gente pasa por su lado, siente su calor, escucha sus risas sin entender nada, sólo mira. Ve al hombre que de pie junto a la montaña rusa, anuncia el comienzo de un nuevo viaje. Corre con su ficha en la mano, y se la entrega mientras sube de un salto al carro. Lo mira y sonríe. Le late el corazón, cada vez más aprisa. Está solo. El hombre se inclina y le ajusta la barra de seguridad. Indiferente le pregunta si va solo. Va hasta el siguiente carro, sin esperar su respuesta. El hubiera querido gritarle que es la primera vez que sube solo, pero que eso que le muerde el estómago no es miedo, es la emoción de saber que pronto va a volar. Qué nadie le agarrará de la mano, que nadie le pedirá que se este quieto, que nadie sabrá excepto él si se asustó o no. Se sienta muy derecho, guarda las dos fichas que le quedan en el bolsillo, mira el reloj, la guja corre y ya han pasado más de diez minutos desde que se despidió de su hermano. Mira a su alrededor y ve como un niño le señala, y comenta algo a su madre que lo tiene sujeto por los hombros; ve a ese hombre que aguarda solo a que el feriante le busque un carro; le asalta el olor dulce del puesto de algodón de azúcar. Golpea el suelo con los pies, quiere partir ya. Delante de él los raíles suben vertiginosamente hacia el cielo, para luego descender. Intenta imaginar que sentirá. De pronto su carro vibra, él vibra y todo se pone en movimiento. Lento, como arrastrando el peso de un elefante se desliza el carro por su camino metálico: empieza a subir, se pone vertical y llega a la cumbre de la montaña artificial. Se detiene el tiempo mientras mira hacia abajo y ve perderse el carril en el vacío. Las manos sujetas con fuerza a la barra empiezan a sudar y su boca se abre en un grito silencioso. Y cae vertiginoso aproximándose al suelo, por un momento cierra los ojos, para volverlos a abrir enseguida. No quiere perderse nada. Y vuelve a subir esta vez más rápido, siente el viento en la cara. El carro parece despegarse de los raíles. Y por un instante vuela. Libre.
Fin.

Soledad

Escrito hace unos meses en el taller de escritura creativa.
Ejercicio sobre el espacio.


Magdalena estaba apoyada contra la ventana de la espaciosa habitación del hotel. Contemplaba la calle, qué cuatro pisos más abajo estaba llena de esa vida y luz, que a ella le faltaba. Daba la espalda a la puerta, los sofás, la cama. Elegantes funcionales incluso bellos objetos que no tenían vida aún. Hasta que él no llegara. Había dejado encendida una lámpara que reposaba sobre una de las mesillas al lado de esa cama, que los esperaba a ambos para hacerlos reales. Sus ojos vigilaban la entrada al Hotel y de vez en cuando se perdían en la gente que pasaba, algunos solos, apresurados, otros se sentaban en las terrazas de los cafés, parejas jóvenes caminaban abrazados, tomados de la mano, hablaban, reían, se besaban…Se fijó en una determinada: ella tendría su edad y avanzaban pegados hombro con hombro, en algunos momentos, él enfatizaba lo que estuviera diciéndole tomándole del brazo, y ella giraba la cara hacia él y le hacia algún comentario. Magdalena se abrazó así misma, con los puños apretados, esforzándose en mirarlos hasta que se perdieron al final de la calle.

La luz de la tarde iba muriendo. El anochecer bajaba por los edificios del otro lado de la calle. En la habitación las sombras crecían en las paredes y la lámpara iba cobrando protagonismo aún a sus espaldas, envolviéndolo todo en su luz fría y sucia. Y ella seguía aguardando la llegada de él para alejar las sombras de su cuerpo.

Ayer: Depilación.

Ayer: Primer día de vacaciones. Cita para depilarme a las diez y media. Llego puntual, como siempre. Con el tiempo es una de mis pocas manías. La jefa no está, pero no me preocupa, la chica que siempre me depila está en la puerta. Una señora de la calle: pantalones a cuadros, camiseta con dibujos extraños, pelo rubio descolorido mantiene una conversación con ella. Insiste en saber de quien es un coche rojo aparcado en la cera de enfrente, vamos, en la calzada. Tiene una ventana abierta y a la buena señora le preocupa que sea un coche bomba de los etarras. Es cierto que hay mucha policía desde los atentados de estos días, controlando Valencia. Nadie conoce el dueño del coche. La mujer se marcha, imagino que a seguir con sus indagaciones. La chica, jovencísima, delgadísima, palidísima y todos los ísimas más que se os ocurran, me saluda:
"Buenos días, May. Pasa y espera un momento, que estoy terminando un servicio"

Pasó. Me quedo pensando. ¿Un servicio? Las putas deben hablar igual de los clientes. Sí, tengo la mente sucia y estoy de vacaciones ¿Qué pasa? Me siento en una silla roja. No sé donde dejar el bolso y el libro que llevo entre las manos. Así que bolso al suelo. Joder, no, que dicen que se va el dinero y eso me faltaba. Bolso al regazo, libro abierto. Una novela sobre un abogado que desea investigar la muerte de Poe. De momento no está mal, aunque no me engancha como me gustaría. Diez minutos de espera. Todo el mundo no es tan puntual como yo. Lo sé. Me resigno a ser siempre quien espere.
Ya, sale una señora. No podría describirla, sencillamente no le presté atención.
La chica: "Acompáñame, May"
He ido multitud de veces, así que no puedo perderme, aún así le acompaño. Pasillo largo, zona pedicura manicura. Habitación-sala de tortura con su camilla, el papel nuevo y limpio extendido sobre ella. La máquina de la cera sobre una mesa al fondo. No suelo mirarla, así que poco puedo describir. Pero podéis imaginar. Una grande con un botón rojo encendido, otra algo más pequeña. Aparatitos para la cera fría, que no suelen usar conmigo.

La chica que me dice "vete preparando, ahora vuelvo”.
De acuerdo. Me quito la blusa. Me quito los vaqueros. Primera duda: ¿Me quito ya las bragas o me espero a que ella venga? Decisión: Me las quito. Me tumbo en la camilla solo con el sujetador. En este sitio jamás me han dado esos tanguitas de papel, cosa que casi agradezco, son feísimos. Más ridículos que cualquier desnudez. La chica tarda. Yo pienso. Me sale escribir una nota sobre el momento y la redacto mentalmente (parecida a esta, pero irrecuperable). Me pregunto que hacer con los brazos, las manos. ¿Las pongo púdicamente sobre mi sexo desnudo? ¿Levanto los brazos sobre mi cabeza? Pruebo las dos posturas. No, decido dejarlos a lo largo del cuerpo, descansando en la camilla. Hoy no ha tenido la precaución de apagar las luces y poner música relajante. Lástima, me siento más expuesta así, con la luz brillante encima de mi cuerpo. Espero. Escucho. La chica está cobrando a la señora, se detiene a hablar con una compañera, de pronto suena el teléfono, contesta. Y yo sigo pensando. Se podría iniciar un relato que diera a confusiones empezado con el "Vete preparando que ahora vuelvo" y el quitarme la ropa, juego con la idea. Espero.
Por fin llega. Se inclina sobre mí: "Entonces ¿Medias piernas, axilas e ingles?" Contesto: "Como siempre. Todo." Ella: "Ya, ya sé. Ingles brasileñas..." Nena -interrumpo- Todo. Las ingles y lo que no y la cara"
"Empecemos por las ingles" dice ella. Así que me abre de piernas que parezco la rana de Andrade. Estira, empuja y se va. Vuelve con la paleta llena de cera, soplando para que enfríe algo más rápido. El primer golpe de calor entre mis piernas. El primer tirón. Duele, pero mucho, cierro los ojos. Apoya la mano firmemente ahí donde acabo de nombrar. Y dice: "Ya". Mentira, va a por más cera. La noto cabreada. Me preocupa (está tocando partes sensibles). Inicio una conversación. Me habla de su cuñada, su suegra, su pareja y de cierto viaje a cargar unos muebles viejos que ha de hacer y que no le hace ninguna gracia. Mientras vuelve a repetir la operación, por arriba, por abajo, por los lados, por dentro... "Estos son los más difíciles" dice. Ya te digo. Difíciles y que más duelen y que más expuesta te sientes. Mientras pone la cera continua con sus quejas sobre su cuñada, la semana de trabajo con la jefa enferma, el dolor de hombros y brazo que tiene, vuelve a las quejas sobre su cuñada que se ha escaqueado de la carga de muebles. Tira. El dolor es intenso. La cera se lleva vello y no sé si algo más. Se apresura a poner una mano calmante sobre... ¡Coño! (nunca mejor dicho) Tengo que hacer que se olvide de sus problemas o acabaré mal hoy. Recuerdo conversaciones anteriores. Su novio y ella son almas gemelas. Se lo recuerdo sutilmente. Sonrisa. Me habla de su novio... Termina la "faena" en sitio tan delicada y pasa a las piernas.... Ufff!! Menos mal. He perdido pelo pero no piel.

Y termino. Aún pensé más cosas. Mi mente es incapaz de parar, pero eso... será para otro día.