sábado, 26 de septiembre de 2009

No tiene.

La verdad infinita escapa a mi comprensión. Acabas pensando que nada es cierto, que todo se mueve a bases de creencias convertidas en realidad. De la fe en algo. De los sueños que acaban estrellándose frágiles contra un duro suelo indiferente. Nada existe, nadie existe excepto este yo doloroso y solitario que acaba poblándome en los días grises y plomizos.
Prefiero el dolor punzante del ser que esta nada que me visita en días como hoy. Sentirme indiferente al presente y al futuro. Rabiando contra el pasado, irreconciliable conmigo misma. Ausente de mí. En estos momentos aferrarme a mis decisiones, a mis vivencias me jode el alma. La parte en largos cristales punzantes.
En estas horas toda mi voluntad y mi fuerza escapan cobardes por la puerta trasera. Sea. Dejo a la oscuridad interior adueñarse de mí. La dejo crecer entre mis dedos al ritmo en que tecleo y oréeme es más rápido de lo que pudieras tú pensar. Acaba subiendo por mis manos, mis brazos, mis hombros mi garganta, mi boca, mis ojos. Acaba devorando cada fragmento de piel, cabello, mucosa, humedad, sangre, huesos, pensamientos, venas, corazón, mente, alma que hay en mí. Se adueña y lo permito. Sin resistencia y sin lucha.
Cierro los ojos para no ver la luz que ilumina este miserable rincón en el que solo se mueven mis dedos. Tiemblo y permito al negro descargarse furioso contra la pantalla blanca. Es lo que soy, ahora. En este momento del que nadie me salvará. Nadie nos salva nunca.
Las palabras, pobres ellas, no hacen justicia al miedo, a la ansiedad, al dolor desabrido y sucio. Vulgar, increíblemente vulgar y muerto que crece y se embrutece deleitándose en si mismo. Irrumpe sin más, mostrando la fea cara de lo que es y lo que fue.

EL FIN.

Valencia, 14 de abril de 2093

Víctor Barceló Mora
Director unidad de Tocología
Hospital General Universitario




Querido Victor:

No puedo ni debo suavizar la respuesta a la pregunta que me planteaste. Cierto. Desde hace tres meses se constata que no nacen niños. Los sondeos se llevaron a cabo con el secretísmo que merece esta situación.
Sé Víctor que, como médico tocólogo, sabía que algo raro sucedía, mucho antes de decidir ponerte en contacto conmigo.

Las cartas que tanto tú, como colegas tuyos de todo el mundo enviaron hace unos meses, comunicándonos la escasa tasa de natalidad, alertaron al centro mundial de planificación y creación de la familia humana.

Y aunque en un principio no le dimos demasiada importancia, el problema se agudiza conforme pasa el tiempo.

Aún así este terrible asunto no crearía un conflicto insoluble por la existencia de grandes reservas en los bancos de esperma y óvulos, que tú mencionas en tu carta, como posible solución momentánea a este tema.

Más lo que parece que afecté a la reproducción humana por vía natural, también actúa sobre estas reservas.
Se realizan en este momento cientos de análisis en los bancos de esperma y óvulos, así como en los centros de reproducción asistida. Los nulos resultados en cuanto a fertilidad de estos, desconciertan y asustan a los investigadores.

El otro problema que planteas, el de los embarazos en curso, acontece que todos ellos se han detenido en el plazo de estos tres meses, por ahora, no recibimos informes de que ninguno de ellos prosperé, pero se sigue recogiendo datos en todo el mundo, incluso en los lugares más apartados.

Los más importantes miembros de la comunidad científica en todas sus ramas, las agencias de inteligencia militar y civil de todo el mundo concentran sus privilegiadas mentes en investigar las posibles causas de este catastrófico suceso.

Todas las líneas abiertas de trabajo, contaminación, la capa de ozono, posibles radiaciones espaciales, cambios en las emisiones solares, entre otras, no ofrecen resultado alguno.

En cuanto a informar a la población en general, como sugieres, no se contempla como factible en este momento. A pesar de que un amplío sector de la sociedad, médicos, enfermeras, empleados de salud pública y de la seguridad mundial, conocen en todo o en parte la grave adversidad a la que nos enfrentamos, son personas conscientes del pánico que tal noticia podría generar. Creemos conveniente para evitar mayores desgracias, ocultarlo hasta que podamos dar a conocer también un resultado alentador.

Querido amigo, lamento comunicarte que si no ocurre un cambio positivo en las investigaciones, los cálculos aproximados para la desaparición total de la especie humana, se estima entre ochenta y cien años. Mucho antes de esta fecha, los cambios de la media de edad en la población crearan unas dificultades imprevisibles.

Roguemos a Dios, estimado Víctor, por la salvación de la humanidad.

May

martes, 22 de septiembre de 2009

Diálogo inacabable.

Ella dijo: He querido a quien no existe y he dejado de amar al que es. Me he preguntado el porqué de este amor y desamor. No he hallado la respuesta. Pequeñas justificaciones mezquinas han llenado mi mente.
Él dijo: Siempre estuve allí para que me vieras. Te di las claves suficientes para que entendieras que yo no era ese que tú amabas.
Ella dijo: Es cierto, pero yo no las quise ver. Preferí cuando nos engañabas a los dos. Hasta que ya no fue suficiente.
Él dijo: Elegiste, por tanto. Huiste.
Ella dijo: No, fue mi instinto quien eligió huir.
Él dijo: ¿Y tu instinto te hace feliz?
Ella dijo: No. Me hace entera.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Pensamientos.

Tristeza infinita del ayer que se presenta. Lo que fue y no fue. Un acertijo que no supe resolver, un problema al que no hallé solución. Un teorema sin comprobación, un experimento si resultados. Y aún así, sus ecos resuenan desde mi estómago hasta mi cerebro cuando ya el sonido quiso ser olvidado.
Como la semilla que duerme en el invierno, la que espera en el desierto. Aquella que aguarda unas gotas de húmeda vida para desenroscar tímidamente sus zarcillos. Aquella que escondes en el lado oscuro, firmemente entrelazada con lo que fuiste y serás.
Pasas de puntillas cada día por el lugar donde reposa. La rodeas, la evitas, miras hacia otro lado, ni siquiera te atreves a pensar en ella. Sabes que está, sientes el espacio que ocupa, el vacío que deja.
Y sigues adelante, un paso detrás del otro. Mirando de frente. Cubriendo la semilla con la tierra de cada día. Arrastrando lo que fuiste tras de ti. . Descubriéndote cada mañana. Siendo.

martes, 1 de septiembre de 2009

HOY NO QUIERO QUE ME AMES

Ven, tómame. No me mires a los ojos mientras lo haces. Tan solo hazlo. Llénate de mí, mientras te vacías. Bésame, sí. Muérdeme la boca. No, no te quiero dulce, ni amante, ni considerado. No, no quiero que pienses en mí, que sientas por mí, que decidas por mí. No quiero tus manos lentas, suaves, recorriendo mi contorno, mi cintura, mis caderas como las alas de una mariposa. No, no quiero que pienses en usar tus labios, tu lengua para recorrer cada centímetro de mi piel. No quiero que esperes mis tímidos gemidos, no quiero que pienses en estar alerta al momento en que voy a rendirme, no quiero que deslices un tímido dedo por mi sexo esperando la promesa de mi humedad. No.
Hoy quiero que me rompas. Que me pegues a tu cuerpo, que abras mis piernas, que me folles como no lo has hecho nunca. Quiero que te mueras por sentirte entre mis muslos, por sentir mi cuerpo pegado a tu piel. Ábreme con tus manos, frótate contra mi sexo. Coge mis caderas con fuerza, pon las manos en mi culo, levántame hacia ti. Así. Pierde la razón, jadea, gime, grita en el deseo. Quiero sentirte duro, fuerte, buscando ciego el camino a mi sexo mojado por ti, para ti. Muérdeme el cuello, esconde la cara en mi pelo. Respira en mi oído. Clávame contra la cama. Necesito tenerte animal, abandonado, poseyéndome con dureza. Vuélvete loco al deslizarte dentro de mí, empuja con tus caderas una vez y otra y otra. No pienses, solo siente. Busca con tus manos mi cuerpo. Agárrate a mí. Aprieta mis pechos, mi cintura, mis caderas. Rásgame, necesítame: entera, abierta fundida en ti. Hazme olvidar quien soy, que quiero, que busco.
No, hoy no quiero que me ames.

Ausencia. (El primer intento durante el taller sobre el realismo sucio).

No llego a ser relato de realismo sucio porque se me desmandó. Pero bueno. El otro día le di un repasito y aqui está.


Nada fue posible. A pesar del intento de hacerlo funcionar. La noche estaba
definitivamente muerta. Cerró los ojos y le dejó hacer. El sexo torpe y alcoholizado con el hombre que había conocido esa noche no le haría olvidar. Se resignó a que un peso más cayera sobre ella. Las lágrimas se presentaron sin advertencia, presionando sus párpados fuertemente cerrados. Negras gotas de rimel resbalando por sus mejillas. Deseó que todo terminara, que el hombre cesara sus bruscos manoseos. El olor a sudor agrio, a sexo triste y sucio le golpeo el olfato. Tuvo la sensación de que nunca terminaría, que esa noche sería infinita. Y estaría eternamente atrapada bajo el peso de ese desconocido. Oyendo su respiración agitada, aplastada bajo su peso, envuelta en vaharadas de aliento alcohólico. ¿No acabaría nunca? El alcohol convertía el falo en un instrumento de tortura golpeando su sexo, una y otra vez y el hombre era lo suficientemente joven para no rendirse al cansancio. Eva le miró. Los ojos de él estaban entreabiertos, perdidos en algún punto de la almohada, la boca fruncida dejaba ver el brillo de los dientes, que por un momento se le antojaron peligrosos, toda su cara se arrugaba en una mueca feroz de concentración. No había placer en su rostro. Por un momento deseo saber que había en la mente de ese ser, tan ajeno a ella. La curiosidad murió apenas sentida y el hastío la inundó de nuevo. Le ardían los muslos por el eterno rozamiento de sus caderas. Suspiró y deseo terminar con aquello. Ya mismo, en ese momento. Y fingió como lo había hecho antes, aceleró la respiración, gimió suavemente, meneo sus caderas con más fuerza, susurro en su oído obscenas palabras de aliento…imprimió con esfuerzo energía a sus brazos, a sus piernas, tensó los músculos de su sexo entorno al falo invasor, aprisionándolo voluntariamente contra si. Él percibió el cambio y jadeante redobló la fuerza de su penetración. Le gritó sucias palabras al ritmo enervante de sus embates: Puta, cerda… te gusta así, duro, fuerte…como a todas, zorra… la letanía continuo cada vez más humillante, más sucia. Y a su pesar, las palabras hicieron eco en algún rincón de su cuerpo, la alzaron, la penetraron y excitaron como no podía hacerlo el cuerpo de ese hombre. No hubo tiempo para la vergüenza y el temor. Tan solo para sentir como su sexo se humedecía, como los estremecimientos, esta vez verdaderos, la recorrían. Como el abandono a las sensaciones llegaba a su cuerpo cuando los dientes de él se clavaron en su garganta, sus manos se cerraron violentas en sus nalgas, abriéndola aún más para él. Corrió desesperada hacia el resplandor blanco del olvido. Se arqueó salvaje contra él. Incrustó sus pechos, sus caderas contra el cálido cuerpo masculino. Toda ella sexo pulsante, ciego, anhelante y voraz. Su propia respiración resonando en sus oídos, entrecortada, febril… deteniéndose un segundo, dos en su pecho. Y al fin, la implosión radiante, fragmentando su interior. El lento aquietamiento de su sangre, de sus músculos, la vuelta del no ser encontrado y perdido una vez más. Y de nuevo la realidad. Al hombre que aún se esforzaba en alcanzar su propia liberación, ajeno a ella. Al asco de si misma, empapada en el sudor y la saliva de ese desconocido. Las ansias de apartarlo de un empujón, de liberarse de su peso, de su contacto. Y aún así permanecer pasiva, resignada, esperando a que él terminara con ella. Permitiéndole las últimas penetraciones, violentas, dolorosas, el gruñido obsceno que acompañó su orgasmo. Sintió el peso muerto de su cuerpo, cuando el cansancio venció la tensión de sus brazos. Percibió en su boca, su nariz, sus mejillas, la vaharada alcohólica y maloliente de su respiración cuando se derrumbó sobre ella, ya dormido.
Con un tremendo esfuerzo, salió de la cárcel de esos brazos extraños y se deslizó fuera de la cama. La suya. El olor pesado y agrio del desconocido llenaba la pequeña habitación. Con un estremecimiento abrió la ventana. El aire frío de la madrugada le golpeo la cara, la atravesó y recorrió los rincones de la habitación limpiándola. El hombre murmuró desde la cama y se revolvió inquieto. Eva mantuvo un instante más la ventana abierta, permitiendo que el aire y la noche la envolvieran. Después cerró, se acercó a la cama y lo miró. El sueño había suavizado sus rasgos, la ancha mandíbula se había relajado, los parpados cerrados parecían delicados y casi trasparentes, la barba empezaba a nacer, dura y negra dándole un aspecto peligroso, Eva pasó la yema de los dedos por su cara sintiendo la textura de la piel gruesa y basta. El pelo oscuro, revuelto, tan largo que se enredaba en sus hombros le confería una especie de inocencia salvaje. Se sentó en la cama, junto a él y apoyó su cuerpo desnudo contra el cabecero. Ni siquiera sabía su nombre. Hubiera deseado echarlo. Necesitaba estar sola de nuevo.
Cerró los ojos cansada. Y los recuerdos volvieron de nuevo. Se había ido para siempre. Hacía más de tres años desde la última vez que se habían tocado. Desde que se habían separado con la promesa de volver. De estar juntos para siempre. Ya nunca más vería sus ojos castaños, no sentiría sus manos en su cuerpo, ya nunca le sonreiría. Y nunca más una mirada, un roce, una palabra, una sonrisa bastarían para que su piel se erizara, para que su sexo se mojará, para que su corazón latiera. Rompió su promesa y le quebró el alma.

Ejercicio 31 REALISMO SUCIO

Crear un texto con las características del realismo sucio.

Es una forma de narrar historias sobre personajes "normales", grises, perdedores o a los que no les sucede nada extraordinario.

Es minimalista: utiliza los minímos recursos para contar historias cotidianas. No pretende crear moralejas, ni juzgar situaciones ni personajes, e incluso, deja las historias sin cerrar (cuenta retazos de vida, y la vida sigue fluyendo).
Su fórmula de escritura corriente ha influido en muchos escritores. Referentes del realismo sucio: John Cheever, Raymond Carver o Richard Ford.

No muestra grandes pasiones, sino la vida en sus peores momentos o pequeños incidentes cotidianos.
Basa su desarrollo en la empatía (relación lector/personaje-historia).
Son las cosas que vivimos normalmente y que reflejan con mayor exactitud las complejidades del alma humana, esta cercanía convierte a la obra en algo humano, real, intenso.
Puntos clave:
1.-Sus temas son la rutina, la ausencia de heroísmos, las desesperanzas diarias, los mundos grises que rodean a las personas.
2.- Debe tener naturalidad narrativa. Capta las conversaciones tal y como las realizamos.
El lenguaje es común y corriente. Los mínimos adjetivos posibles. No existen las figuras literarias. Apenas hay descripiciones: el bar es el bar, el dormitorio es el dormitorio, el viejo Ford es el viejo Ford.
3.- Los personajes no son ni buenos ni malos. Son torpes, débiles, en ocasiones algo menos cultos que el lector y sus recursos son más limitados. (desempleo, rotura matrimonial, alcoholismo, drogas, chantajes emocionales, amistad/enemistad)
4.- Aunque la historia parece cerrarse, deja más preguntas que respuestas. Puede que los personajes conduzcan la historia hacia un final prometedor, pero no termina de cerrarse. No siempre se resuelven los conflictos cotidianos.
5.- Se puede narrar desde la primera o desde la tercera persona, pero no se juzga, ni se analiza . El narrador debe ser invisible, pasar desapercibido y comportarse como una cámara de fotos. Es el lector el que debe sacar sus conclusiones y juicios de valor.

6.- [b][u] En las historias de realismo sucio cada pequeño detalle tiene valor simbólico. Se busca un efecto único para trasmitir la complejidad de la naturaleza humana. Son los detalles ambientales, los objetos que rodean a los personajes, sus gestos y las actitudes que presentan lo que nos dice que le sucede por dentro. Se debe hacer una cuidadosa selección de detalles aparentemente superficiales que sean reveladores.

Bueno y después de este pequeño rollo:
PLATOS SUCIOS.
Entró en el piso. Las diez de la noche. Dos horas más tarde de su horario habitual. Le dolían los pies. Soltó los zapatos en el estrecho recibidor. Escuchó el televisor. Caminó descalza hasta la sala. Vio su silueta a la luz mortecina del televisor.
―Hola. ¿Qué haces?
―Calla, Marisa. Estoy viendo el fútbol. Es la final.
―Mierda. No me acordaba. ¿Has sacado los filetes para la cena?
Antonio murmuró algo, mientras tomaba una cerveza de la pequeña mesa de cristal. Marisa suspiró mirando los cercos de humedad, dejados por la botella helada, brillando con la luz cambiante del televisor. La voz exaltada del comentarista anunció un gol que hizo que Antonio se hundiera más en el asiento.
Marisa salió de la sala, recorrió el estrecho pasillo a oscuras hasta la cocina, que iluminó con un pequeño golpe en el interruptor de la luz. El tubo fluorescente parpadeo hasta estabilizarse, la luz blanca resaltó los objetos sobre el banco y en el fregadero. Platos, vasos, cubiertos… abandonados desde el día anterior. Una bandeja de carne a medio descongelar en la pequeña mesa. Marisa empezó a cocinarlos mientras abría el grifo y llenaba la pila de agua. El dolor arrancando desde sus pies subía hasta las caderas y los riñones, cuando se inclinó a tomar el estropajo. La mirada fija en los azulejos manchados de grasa y agua.
― ¿Ya está la cena?―Antonio se apoyó en el marco de la puerta.
―En unos minutos. ¿Se terminó el fútbol?
―Está en el descanso. Estos imbéciles con los millones que ganan y no saben ni darle al balón. ¿Qué tal el día?
―Bueno… he tenido algunos problemas con el jefe…
―¡Ufff! No me hables de problemas. Hoy en la obra el encargado me ha amenazado con despedirme. No se puede hacer el trabajo de quince hombres siendo solo diez. El muy cabrón quería que hiciéramos horas extras sin cobrarlas. Le he dicho que no, que contraten más gente o que paguen las horas extras. Y los compañeros… los compañeros todos unos cerdos, tragando cualquier cosa… Venga, ponme la cena si está, que empieza el fútbol.
Marisa se secó las manos despacio. Sirvió las cortadas en un plato y se lo alargó.
― ¿Tú no cenas?
―No, me voy a dormir ya. Estoy muy cansada, ya acabaré esto mañana…
Antonio dirigió una mirada despistada a la cocina. Los platos a medio fregar, la encimera sucia, la pequeña mesa repleta de y bolsas para guardar. Se encogió de hombros y se marchó.

Marisa se metió en la cama, después de desnudarse, estirando sus miembros cansados como un gato. Y esperó el sueño, que llegó pesado e intranquilo.
Se despertó con los movimientos de Antonio. Abrió los ojos. Sentía la dureza del miembro en su interior. Como casi cada noche Antonio entraba en ella con eficiencia. A rápidos intervalos regulares. Les iluminaba el costado derecho la bombilla de la lámpara sin pantalla. Marisa se dejó hacer, con las piernas abiertas por él mientras dormía, recibiendo el peso sudoroso sobre su pecho y su estómago. Estaba cansada. Le dolían aún los pies de pasar el día en el supermercado, incluso las piernas que mantenía flexionadas le ardían. Dejó vagar la mirada por la habitación. “Ojalá termine pronto” pensó. Repasó brevemente su cara. Los ojos cerrados, la boca abierta, arrugas de concentración en la frente. Apartó la vista. No quería que la viera con los ojos abiertos. De pronto el ritmo del miembro cambió y la respiración de él se aceleró. Empujones irregulares, fuertes. Marisa suspiró y elevó un poco las caderas. Él se detuvo con el miembro completamente hundido en ella. Se sacudió un par de veces y con un chillido ahogado, se corrió. Antonio dejó caer la cabeza contra su hombro. Tomó aire un par de veces y le rozó la oreja con los labios antes de apartarse y dejarse caer en su lado de la cama.
―Apaga ya, Marisa.
Antonio puso el despertador, media hora antes que de costumbre. El sexo le ayudaba a dormir.
Fin