martes, 27 de diciembre de 2011

EL MAL AMOR

Le acabaron de despertar los sonidos: el agua cayendo sobre la superficie metálica de la pila, el tintineo de la taza en la bancada de la cocina, el “tac” de una cucharilla, un armario al abrirse, las pisadas suaves, medidas que se movían de un lado a otro casi silenciosas, como las que haría un bailarín en un escenario vacío, antes de que se encendieran los focos.

Mantuvo los ojos cerrados, la respiración del sueño. Sintiendo la larga espiral del miedo despertando con ella, en su estómago. Las lágrimas escociendo con su sal la piel lacerada de las mejillas, mordiendo los cortes de los labios, mezclándose en la boca con el sabor metálico de la sangre.

Acostada sobre su espalda, miles de pequeñas punzadas empezaron a cobrar forma, fuerza. Invadiendo su mente a medida que despertaban en su piel. Insistentes, insidiosas. Aumentando sin cesar. Acallando los sonidos que procedían de la cocina, el gorgoteo musical, bullicioso del agua en la cafetera. Acompañados por el fragante y cálido aroma a café recién hecho.

Trató de medir sus movimientos, de girar despacio en la cama para aliviar el dolor que se iba concentrando en su cintura radiando en su omóplato izquierdo. Al girarse, una mordida aguda en la muñeca. Jadeó, casi gritó desprevenida… Los sonidos de la cocina hicieron una pausa antes de reanudarse, ahora más rápidos, decididos. El agua cayó a borbotones sobre algún recipiente, las suelas de los zapatos marcaban el ritmo. El sonido de una bandeja depositada con fuerza, el acomodar de taza y plato, cucharilla y azucarero.

Abrió los ojos. La luz era tenue, amarilla y cálida. Entraba desde la cocina al otro lado del pasillo, dibujando el rectángulo agrandado de la puerta que caía sobre la cama. Escuchó sus pisadas, ahora cuidadosas por lo que llevaba entre las manos y se esforzó por mantener los ojos abiertos. Sabía que él le había oído. Se removió inquieta, tratando de incorporarse para volver a caer, cuando el pinchazo agudo de su muñeca se repitió.

Jaime entró en ese momento, bloqueando la luz, cayendo su sombra sobre Diana. No le habló. Sus ojos agudos se clavaron en los suyos unos segundos antes de continuar por sus hombros desnudos, la manta fina que la cubría y los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo.

Dejó la bandeja en el suelo y se sentó a su lado, haciendo que su cuerpo se deslizara hacia él. Se inclinó, encendió la lámpara de la mesilla y la incorporó, sosteniéndola contra sí, para colocar las almohadas tras ella.

Jaime miró las mejillas erosionadas, los regueros de lágrimas manchados de rímel y sangre, la boca rota e hinchada. Le pasó los dedos por la frente, retirando mechón a mechón el pelo que caía sobre ella, despejándola.

De la bandeja cogió la taza y el plato, los dejó en la mesita. El café humeaba reconfortante, invadiendo los sentidos de Diana.

En el suelo quedó sobre la bandeja el pequeño cazo rojo en el que no volvería nunca más a calentar agua para el té. Jaime sumergió un paño blanco y limpio en el agua caliente, jabonosa y le limpió despacio los pómulos, las lágrimas, los cortes de los labios. Acariciándolos una y otra vez con la tela mojada, tiñéndola de rojo. Después sosteniéndola, le acercó la taza. Le dolió sorber. El café caliente mojaba los labios abiertos, bañando las heridas del interior de la boca, cubriendo con su sabor fuerte y dulce el amargor ferroso de la sangre y las lágrimas. Él percibió el temblor involuntario de su cuerpo y trató de apartar la taza. Diana levantó la mano sana hasta posarla en su brazo. Deseaba seguir bebiendo, la quemazón curativa, amable del café inundando sus sentidos. Apartándola unos momentos de él y de ella misma. Jaime sonrío despacio ante el roce, sus ojos se humedecieron. Oscuras, brillantes sus pupilas acariciaron su rostro. Sostuvo la taza con cuidado, con mimo, evitando que sus dientes chocaran con la loza. A ella le hubiera gustado sostenerla con sus manos, sentirla cálida a través de las palmas. No sentir nunca, no haber sentido nunca el vértigo de dolor que era su cuerpo, el sufrimiento que le causaba el brazo de Jaime contra su espalda lacerada, la amalgama de dolor que era su cuerpo presionado contra él.

Cuando vació la taza, Jaime la estrechó despacio contra su cuerpo, abrazándola. Durante un largo momento, todos los músculos de Diana parecieron protestar, tensos, asustados. Hasta que el calor conocido, insistente… amado que desprendía la piel de Jaime empapó su interior. Con un quedo suspiro su cuerpo respondió a la larga e intensa pregunta antes de que su mente fuera consciente de ello. La piel de Diana pareció licuarse para fundirse con la de Jaime. Su cuello vencido permitió que la frente, las mejillas buscaran su lugar natural contra el pecho de Jaime. Él la encerró con más fuerza entre sus brazos. Sintiéndola otra vez, suya. Después volvió a tenderla en la cama.

Retiró la manta, dejándola desnuda, expuesta a sus ojos. Revisó con cuidado marca a marca las huellas que la noche anterior habían dejado en ella. Se detuvo en la muñeca izquierda, inflamada, sin color. Apretó los labios, la miró con dureza. Diana sabía que se preguntaba si tendría que llevarla a urgencias. En las preguntas que se harían, si ella mentiría una vez más por él. Un estremecimiento la recorrió. Jaime la tomó de la barbilla, la observó. Esta vez el beso fue duro, los labios y los dientes abriendo paso a la lengua. Diana cerró los ojos y sintió. Sintió el dolor en los labios tirantes, la calidez de la lengua forzando, buscando. El goteo de saliva. Cuando la lengua insistió, la acogió acariciándola despacio. La boca de Jaime se suavizó transformando el castigo en beso. La respiración de Diana se alteró. Encadenada a él, como siempre, por sus entrañas.

La tensión abandonó a Jaime. Sus ojos se volvieron líquidos. De la mesita sacó un largo pañuelo negro que utilizó para vendar la muñeca. Sus lágrimas humedecieron la tela. Diana contuvo el dolor, apretando con fuerza los labios, los dientes. No quería que la frialdad volviera a sus ojos.

Jaime tomó de nuevo el paño del agua ya tibia. Lo pasó por los arañazos del cuello, por la marca de sus dedos en la clavícula, por los cardenales que cruzaban el pecho y las costillas. Llevándose con el agua perfumada el sudor y el aroma del miedo. Los pezones se fruncieron en el rastro de humedad. Se detuvo en su trabajo para acariciar con suavidad las largas líneas moradas que se superponían a las verdes y cruzaban amarillentos rastros que otros días habían dejado en sus pechos. Los rozó con ternura, los tomó entre sus manos y los pulgares insistieron en los pezones, buscó con los labios cada uno de los verdugones. Los mojó en sus lágrimas antes de que su lengua alcanzase las puntas. Los párpados de Diana se cerraron, un largo estremecimiento recorrió su columna. Sin darse cuenta retuvo el aire que después surgió explosivo de su boca. Sintió en la piel de sus senos una sonrisa que la encogió por dentro. Jaime alzó la cabeza. Sonreía aún, dejando ver los dientes que a la luz tenue parecían más agudos, más grandes. Diana le observó entre las pestañas. Él apretó un pezón entre los dedos pulgar e índice, haciéndola jadear. Rió. Mojó de nuevo el paño, escurriéndolo antes de pasarlo por el estómago, el ombligo, las caderas. La humedad tibia se enfriaba sobre su piel desnuda, pequeños estremecimientos se superponían unos a otros. Vencida, dejó caer la cabeza en la almohada, dejándose arrastrar por el latido lento, pulsante del deseo. Él eligió ese momento para apretar el paño contra un hematoma oscuro, que se extendía en la frágil piel del abdomen. El látigo de dolor corrió desde el centro de su cuerpo, conectando con la muñeca que movió instintivamente tratando de protegerse hasta escapar por su boca en un áspero grito que le hirió la garganta. Jaime aflojó la presión despacio antes de bajar el paño, deslizándolo hasta su sexo. Retirando con movimientos casi circulares el roció de sudor, las manchas de semen que él derramó en su interior en algún momento de la noche, aliviando la irritación que le había causado en los muslos. El dolor agudo remitió, entrelazándose con un dolor distinto, que nacía de sus entrañas a medida que él convertía el paño en caricia.

Jaime volvió a meter el trozo de tela en el agua. Con las manos separó sus muslos, abriéndola, más, más. Ella gimió. Se sentía expuesta, entregada a su mirada. Podía sentir el tacto de esos ojos, caliente, abrasadores quemándola por dentro. Sintió el breve destello de la lucidez abriéndose paso en su mente: el odio intenso a él, a ella, a su cuerpo antes de que sus manos se abrieran impotentes y una humedad natural, suya invadiera su sexo. Él tomó de nuevo el paño empapado, sin apartar los ojos de la vagina abierta que era suya, que le pertenecía. Lo dejó gotear sobre ella, siguiendo cada gota que se deslizaba, que entraba o se perdía en cada pliegue antes de retirarlo y abandonarlo en el agua.

Las piernas de Diana temblaban tensas en su esfuerzo de mantenerlas abiertas, tal como, había aprendido, a él le gustaba. Le acarició con dulzura insistente entre las piernas, tentando, prometiendo… hasta levantar los dedos húmedos, mojados en ella, sacudiéndolos hasta impregnar el aire con su olor marino. Sonrío. El sonido metálico de la cremallera alteró el silencio acuoso, agitado que los rodeaba. Jaime se colocó entre sus piernas. Le agarró las caderas, alzándolas. Clavando las uñas en la carne tierna. Abrasando el interior de Diana. Encarcelándola con su peso al dolor de cada embate. La mujer dejó de pensar, de existir. Piel pura. Herida, sensible, translucida. La respiración del hombre, sus gemidos amalgamándose en el torrente sanguíneo que golpeaba sus oídos. Jaime se desplomó sobre ella, dos latidos, tres de corazón antes de levantarse, besarla en la mejilla y cubrir su cuerpo con la manta.

Escuchó el agua de la ducha. Diana se concentró en los sonidos del baño. El agua golpeando el cuerpo de Jaime, el aroma débil del jabón, el roce de la toalla, el ronroneo suave de la máquina de afeitar.

Poco después, Jaime entró de nuevo en la habitación. Recogió su cartera y las llaves de la mesita de noche y se guardó su móvil y el de ella.

— Antes de que se me olvide. Anoche, esa puta que tenías como amiga volvió a llamar.

Diana se tensó bajo la manta. Elisa…

—No parece que le hayas dejado claro que ahora estás conmigo y no necesitas a chusma como ella.

Contuvo la imagen de Elisa, dulce y fuerte, apretándola en su interior.

Jaime se inclinó tomándola de la cara. Diana le miró, ocultando su anhelo.

—Cuando yo vuelva esta noche la llamarás. Le dirás que estás bien y que eres feliz. Que somos felices los dos. Que no llame más y que si yo tengo tu puto móvil es porque tú quieres. Me gritó, me amenazó. La imbécil esta no sabe con quien se la está jugando. Con lo inteligente que tú eres no sé como te dejaste engañar por esa clase de gente.

Diana se estremeció bajo su mano. Ella sí sabía. El miedo creció, cubriéndolo todo. Con esfuerzo, acarició con sus dedos la mano que apretaba sus mandíbulas antes de asentir.

—Te necesito —dijo él.

—Lo sé.

—Te quiero tanto. Nadie podrá amarte como yo. Tú lo sabes.

Durante unos momentos permanecieron así. Leyéndose. Reconociéndose el uno al otro.

—Dímelo —susurro él.

Diana buscó su voz, el aire roto en la garganta.

—Te… amo.

El silencio se extendió entre los dos. Jaime escrutaba el rostro pálido de Diana, las sombras que velaban sus pupilas, la boca magullada. Sus facciones se endurecieron aún más. La mano se tensó presionando la cara de Diana, antes de soltarla.

—Llego tarde ya. Esta noche hablaremos.

Diana cerró los ojos, escuchó sus pasos rápidos en el pasillo, el golpe de la puerta de la calle contra el marco, casi contenido. El sonido de la llave girando en la cerradura. Dos vueltas. Las únicas llaves que había en la casa.

lunes, 26 de diciembre de 2011

NAVIDAD

Es Navidad. Navidad ya pasada se podría pensar. Pero si recordamos y echamos la vista atrás Navidad era desde que empezábamos a preparar en el colegio las obras de teatro, los villancicos, las manualidades de regalo (Yo recuerdo un año que hicimos una virgen de escayola, barnizada después en castaño) hasta después de la emocionante Noche de Reyes. Aún antes de eso, mi madre se quedaba noches en vela cosiéndonos los vestidos que estrenaríamos en Nochebuena. Pruebas y más pruebas: que si el dobladillo, que si la cinturilla, que si… realizadas durante la tarde, yo subida a una de las sillas del comedor y mortalmente aburrida como cualquier niña que se precie a la que le obligan a cinco minutos de inmovilidad. Por las noches el sonido incesante de la máquina de coser como arrullo. Mis hermanos y yo hemos sido niños bien educados, con la cartilla leída antes de ir a casa de mis tías, de mis abuelos a cenar o comer. Niños de ojos ansiosos puestos en la bandeja de los turrones, los mazapanes, los pastelitos de boniato esperando la mirada del padre que nos permitía adelantar la mano y tomar uno, un solo trozo de lo que teníamos delante. Niños repeinados, niñas con trenzas estiradas en sus nuevos vestidos a cuadros escoceses hechos en casa y abrigos heredados realizando el “besamanos”, salmodiando un Feliz Navidad, risueño, bullicioso a cambio de unas pequeñas estrenas (aguinaldos) a los padres, a los tíos, a los abuelos. Niños envueltos en besos y caricias, que preparaban villancicos, pequeñas obras de teatro que eran aplaudidas por los mayores. Niños de a pie, llevados y traídos de casa de un familiar a otro, en noches frías, caminando bajo las estrellas. Niños que recibían zapatos nuevos y útiles escolares en Reyes, pero también: “caballo grande ande o no ande”. Juegos, muñecas, balones, patines comprados a última hora (que por lo visto bajaban mucho de precio ante la tesitura de tener que volver a guardarlos en algún almacén) en los puestos del Mercado Central. Niños que buscaban hierbas y hojas para los camellos, a los que despertaban de madrugada golpes sonoros en la contraventana de madera para encontrarse en pijama, muertos de sueño porque les había costado dormirse, a pesar de la orden de:” acuéstate pronto y duérmete que si no los Reyes no vienen”, en medio del comedor (el espacio no daba para salón) con la mesa y las sillas y el único sillón desbordantes de regalos.


Recuerdo hoy la cara de mi padre y la de mi madre ante nuestras miradas, gritos, sorpresa… con un brillo de alegría, de felicidad. Los ojos de mi padre, capaces de reír con el gesto más adusto posible en la boca. Y de nuevo nos mandaban a dormir, ya satisfecha nuestra intensa necesidad de saber, de tocar lo que nos habían traído los Reyes, para levantarnos muy temprano porque venían los tíos, siempre a casa, a desayunar el chocolate y los churros o las torrijas que preparaba mi madre y se volvía a liar, porque venían con las manos llenas de lo que “los Reyes habían dejado en su casa para nosotros”.

Éramos niños pobres, pero no lo sabíamos. Éramos niños felices.



Recuerdo hoy a todos aquellos que ya no están. A los que quise y me quisieron. Que estuvieron allí cubriéndome de amor. Cuando escucho como deprimen a muchas personas estas fechas me viene a la memoria aquellos días, llenos de susurros y expectación, de pórtate bien que no vendrán los Reyes, de cómo me fascinaba el Belén que montaba mi tía Carmen en la mesa del comedor, repleto de figuras, detalles, puentes, molinos, el castillo, soldados ro manos, pastorcillos en su hoguera, los Reyes Magos avanzando sobre un puente que cruzaba un río de plata. Las caricias y los besos, las sonrisas y las riñas, las voces alrededor de la mesa, reunirse con los primos y la alegría. El intenso frío de entonces, las vacaciones del cole, los libros que todos me regalaban y mi deseo infantil y casi vergonzoso de tener una Nancy que al final me regaló mi tía Carmen, mi madrina y que me cargué en dos días intentando averiguar como era por dentro. Pienso en todo esto y siento que son ellos, los que ya no están, los que me enseñaron a amar estas fechas. Los echo de menos, claro. Pero pensar en ellos me hace sonreír.

Feliz Navidad.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Abrázame

Acaríciame así. Lento, despacito. No hagas caso de mis caderas que se levantan buscándote. Desliza tus dedos por mi cara, mis cejas, los párpados. Déjame sentir la punta de tu lengua húmeda en la comisura de mis labios, respira en mi oído. Bésame el cuello en pequeños, delicados contactos como suspiros. Ignora mis jadeos, sonríe sobre mis pechos. Tómalos entre tus manos, rodéalos, provócalos. Humedece mis pezones, tiéntalos, sedúcelos. Muérdelos. Ignora mis muslos abriéndose, sujeta las manos que te buscan y piérdete en mi cintura. Sé paciente y, déjame morir de impaciencia. No prestes atención al olor húmedo, salado, a mar que va llenando nuestra cama, el espacio entre tú y yo. Sujeta mis caderas, desciende hasta el límite, bordea mi sexo. Desespérame. Y allí, de nuevo, sonríe. Contra mi piel tierna y caliente. Alzada, ansiosa, estremecida.


Voltéame a la fuerza, cúbreme con tu cuerpo, muérdeme la nuca. Presiona tu sexo contra mí. Arrúllame, jadéame, chúpame. Abrázame. Abrázame, introduce tus manos entre mi piel y la sábana arrugada y mojada por mi sudor, por mi deseo. Aprieta con fuerza mis pechos, baja hasta mi vientre, ábrela entre mis muslos. Acaríciame. Más. Más. Aprieta mis caderas. Levántalas, amóldalas a ti. Déjame sentirte excitado, caliente, duro. Poséeme. Ahora, ahora. Siente mi sexo empapado aferrándose a ti. Mi cuerpo tenso, arqueándose, pidiendo, exigiendo. Muévete. Más. Más fuerte, más duro. Quémame, rómpeme. Rómpete. Una vez, otra y otra más. Deshazte, lícuame, disuélvete… Abrázame

lunes, 12 de diciembre de 2011

Amanecer sobre el mar

Casi cada día tengo la oportunidad de ver amanecer. Algunos días estoy demasiado embebida en mi mundo y no presto la suficiente atención, aunque sé que el amanecer está ahí, envolviéndome. Hoy, sin embargo, era tan espectacular, tan conmovedor y tan mágico que he tenido que pararme y mirar. Mirar de verdad. Llenarme los ojos de la engañosa lámina calma del mar que se incendiaba en rojos, ocres y amarillos cuando tocaba el horizonte. Nubes casi negras cubriendo el cielo hasta donde podía contemplar, dejando solo una franja con los colores del desierto paralela a la lejana línea que separa mar y cielo. Una nube en la distancia surgiendo del agua me ha hecho soñar con una isla fantástica envuelta en brumas, una ciudad mítica perdida y vuelta a encontrar, una tierra de dioses capaz de desvanecerse a la luz del sol. Ha hecho que mi corazón palpite a un ritmo extraño, invadido por la melancolía imposible de aquello que nunca existió. Un deseo, un sueño, un espejismo que muere ante la claridad del día.

Pero también me ha hecho pensar en el milagro de cada amanecer que nos regala la esperanza de un día nuevo, aún a estrenar. Preparado para llenarse de todo aquello que nosotros queramos volcar en él: sonrisas, ternura, amistad, placer, trabajo, diversión, preocupaciones, responsabilidades, dolor, alegría, penas, sentimientos, palabras, sensaciones, deseos, consuelo...

Y lo más prodigioso, el portento más maravilloso es que siempre sucede, aún después de la noche más oscura, más tormentosa, más larga o más triste. Siempre empieza un nuevo amanecer.




 

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El eterno escritor

Todo escrito, toda palabra trazada con amor es un sueño, un deseo, una esperanza. Por ello, quizá, sea eterna.


No hace mucho recomendé un blog, que por obra y desgracia de blogger, el autor ha debido abandonar. No solo este, también otro que cuidaba y mimaba, en el que nos ofrecía sus preocupaciones, pensamientos y relatos. De este infortunio internáutico ha surgido una nueva aventura que me encanta. Un nuevo blog en el que no solo se aúnan los dos anteriores, con relatos, micros, entrevistas e inquietudes del autor Ginés Vera sino que además comienza su andadura una e-novela que crecerá en el cada miércoles. Esta criatura que solo lleva dos capítulos nace con la aspiración de ser no solo comentada y valorada por sus lectores, también por deseo expreso del autor, de que participemos en la trama cuando vayamos adquiriendo, tal como el mismo Ginés dice, confianza.

Una novela de género fantástico: La conquista de Ughur, que ya en el primer capítulo nos ofrecía la imagen de una reina "devorada por los celos", un rey encantado y un cuervo que se transforma en una bella joven.

Pinchad ahí al lado, en El eterno escritor, que es miércoles y hay una nueva entrada, el segundo capítulo de la e-novela. O aquí bajo, si es que me sale eso de poner enlaces.
http://ginesverab.blogspot.com/

martes, 6 de diciembre de 2011

noli me tángere

Cuentan en la página de palabras interesantes que el mismísimo Jesús se lo dijo a María Magdalena, cuando está lo vio después de resucitado. Ella le llamó rabino y él le contestó en latín: noli me tángere, pues todavía no he subido al padre.



También se llamaba así a unas úlceras cutáneas que tenían mal remedio o ninguno. Dicen que porque empeoraban al aplicarles remedios naturales, empeoraban. Yo que soy mal pensada a veces, pienso que quizá también producían cierto rechazo.

Y continúa con una acepción interesante: un objeto que se considera exento de todo examen o contradicción.

Todo acorde a su significado: No me toques. No me toques que no me siento aún purificada. Ni renacida. No me toques. Aunque mi cuerpo te anhele, mi mente te piense y el corazón duela. La llaga de la desconfianza no tiene tratamiento. No existen remedios cuando ya no se cree.

No me toques. Ni las medias que no llegué a estrenar, ni las que acariciaste que aún guardo en la misma bolsita rosa que me acompañó la última vez. A falta de tus recuerdos, son mis recuerdos.

Un día de estos, en algún momento las medias volverán a un cajón, borraré tus mensajes, dejarán de asaltarme las imágenes, las calles lluviosas por las que alguna vez estuvimos juntos serán eso, solo calles.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

PARA ANA

Me hubiera gustado regalarte un mundo diferente, donde todo al final salga bien. No está en mis manos por mucho que lo deseé para ti. Solo puedo decirte que cuentas conmigo. Siempre y para siempre. Más tarde te daré un abrazo y te felicitaré por tu cumpleaños. Y espero que consigamos que el sábado sea una velada especial. Sé cuanto te gusta visitar pensamientos diferentes, echar un vistazo a otras formas de vivir y sentir.

Eres una persona especial, con luz propia. Indudablemente bella por fuera, pero él que se quede ahí no sabe lo que se pierde. Conocerte de verdad, conocerte por dentro, tener acceso a tu sensibilidad, a tus pensamientos, a tu alegría, a tu inteligencia, incluso a tu sensatez y tu bondad (aunque no te guste, es así: eres buena), a tu forma de colocarte en el lugar de los otros incluso en contra de ti misma, la manera en que me haces ver el mundo de otra manera, sacándome -no sabes cuantas veces- de la ceguera en la que caigo cuando el dolor o la rabia o la confusión me invaden es una de las fortunas más grandes que podrían haberme tocado en la vida. Me siento profundamente afortunada de haberte encontrado en este caminar nuestro por la vida. Me gustaría ofrecerte a manos llenas para cuando lo necesites como te siento y como te veo.
Lucha, sigue luchando siempre por ser tú. Por elegir, por decidir, por ser. Mientras pueda yo estaré ahí. Para escucharte, para reírnos, para consolarte.

Ya sabes como es esta amistad nuestra. Tan libre, que vamos y venimos sabiendo que sigue ahí. Tan libre que es fiel. Lucha por tu libertad, también. Siendo tú, ya eres. Y sin embargo sigues creciendo. Sé que cuando cumplas esos cien años aún seguirás pugnando por crecer y entender, por aprender y sentir. Espero que en ese entonces me recuerdes con una sonrisa.

Amiga mía: Feliz Cumpleaños.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Entrevistas literarias

No, yo no voy a hacer ninguna. Ya me gustaría poder entrevistar a unos cuantos autores o incluso a todos favoritos o no. Más bien hablaros de un blog que si lo hace. Está ahí al lado, en ese apartado que todos miramos alguna vez con curiosidad en un blog, en plan: ¿este o esta que leen por estos mundos virtuales?. Ese de blogs que sigo.
El nombre del blog como el título que encabeza esta entrada: Entrevistas literarias. El autor o creador un muy buen amigo mío: Ginés Vera. Me muero de envidia por las entrevistas que ha realizado. Todas ellas interesantes, algunas curiosas, todas informativas de este mundo de libros y escritores. Y de alguna forma lo que más me atrae es que son entrevistas hechas por un escritor a otros escritores, con lo que acierta a preguntar casi siempre lo que yo preguntaría, lo que a mí también me despertaría la curiosidad.

Como somos prácticos y además de escribir nos interesan temas tales como editar, distribución o como llegar a que nos conozcan voy a entresacar (me tomo el permiso, Gin, espero me perdones) una pregunta y su correspondiente respuesta de la entrevista realizada por Ginés al escritor Eloy Moreno, recomiendo que la leáis entera.

Esa es la siguiente cuestión, la verdadera historia de tu libro ¿cómo empezó todo?

Recién escrita no me plantee que hacer, la escribí y ya está. Luego sí, miré en editoriales pero era caro. Al final me hablaron de una empresa en Sevilla a la que pedí 300 ejemplares. Pensé que dejar los libros en librerías así, tal cual, no se verían; que se quedarían en cualquier rincón. Me decidí a publicitarlo yo mismo. Hice miles de marcapáginas que daba a la gente que se acercaban a la puerta de las librerías que me dejaron estar con una mesa y mis libros.

El escritor cuenta más cosas interesantes acerca de las peripecias de su libro y su forma de darlo a conocer. Así que a leer.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Rescatado

Releyendo viejos escritos, he encontrado este. Ha cambiado tanto mi situación y mi vida que leerlo de nuevo ha sido como encontrarse con una vieja conocida. Es extraño darse cuenta de cuanto sigue en mí de aquel momento y cuanto he dejado atrás. En esencia sigo siendo la misma, creo. A día de hoy he cambiado algunos imposibles de entonces, con otros por mucho que he luchado no he podido hacerlo. En aquel momento iniciaba un viaje aún sin saberlo. Un viaje de descubrimientos que ya solo terminará cuando yo misma lo haga.
Lo traigo tal cual. Creo que entonces era bastante más redicha.

Ruego a los dioses

Escribí esto hace algún tiempo. Cuando ya empezaba a tener claro que no había vuelta atrás. Qué el descubrimiento y avance de lo que soy no puede parar aunque duela. Y que dejar de ser lo que soy, matar mi curiosidad, matar ese deseo vibrante e íntimo, no va a poder ser. Soy. Existo. Pase lo que pase esta petición a los dioses no ha sido enviada, ni nunca lo será.

Hoy, doce de febrero del dos mil cinco, aquí, sentada en un claro de luna, le elevo a ustedes, Dioses Creadores de todo lo viviente que me despoje de mis cualidades como Ser.

Yo, una mujer en pleno uso de mis facultades mentales, sana, y excesivamente viva pido:Qué se me retire la capacidad de amar
Las cualidades de comprensión, compasión y calidez.
Pido que la confusión y el dolor desaparezcan de mi interior.
Qué me sea arrebatada la empatía hacia el sufrimiento de todo ser viviente.
Deseo que mis preocupaciones no lleguen a más de cómo llegar a final de mes.
Qué mis pensamientos se centren en elegir el menú de la cena o la comida siguientes.
Qué no me sienta unida al resto del universo por misteriosos lazos invisibles, es más exijo no sentir siquiera que estos lazos existan.
Deseo disfrutar de no hay tomate, crónicas y salsa rosa.
Quiero preocuparme de lo que pasa en la vida de los famosos. Me comprometo a sentir envidia, celos y a criticarlos sobre manera.
Espero convertirme en un muerto viviente.
Qué no me conmueva el hambre de mis semejantes.
Pido ser confundida con la mediocridad que me rodea.
No sentir amor, ni temor por seres que sufren en lugares y circunstancias que desconozco.
Ruego que se me arranque mi curiosidad y mi creatividad.
Qué mi mente este vacía y mi sensibilidad anulada.
Ruego que se me llene del miedo al que dirán, del respeto a las normas establecidas, así como una comprensión del por qué de estas, que me ha sido negada desde siempre.
Ruego poder cambiar de canal cuando las imágenes “hieran mi sensibilidad” o mejor aún, poder contemplarlas con indiferencia, alegrándome de que las desgracias les ocurran a otros y no a mí.

Pido ser exonerada para siempre del anhelo, del deseo a lo que no puedo tener y de la añoranza de las personas y lugares que nunca podré conocer.
Aceptare en su lugar, vivir donde estoy, compartir conversaciones de parque, preocuparme de las actividades del vecino, observar las veces que llega a casa borracho o con una pareja diferente a la habitual.
Exijo ser despojada de mi condición de mujer tierra; que muera el animal sexual que siempre ha convivido conmigo y de paso a una nueva condición de mujer light con sentimientos de pega y deseos conformados. Prometo llamar a los polvos rápidos y desganados hacer el amor.
Me comprometo a horrorizarme por comportamientos que se salgan de lo normal, a criticar con fruición al que es diferente, a mirar por encima del hombro al que piense de forma distinta a la masa.

Soy consciente de que para que esto ocurra tendré que dejar de:
Amar la luna llena
Perderme en la contemplación de los cielos.
Sentir pasión por el mar y las tormentas.
Vivir las profundidades de la noche.
Desear sexo.Tener mi vena de locura.
Llenar de palabras los documentos Word.
Asombrarme ante cada pequeña maravilla que ocurra cada día.
Buscar y seguir la evolución de mi personalidad.
Renunciar a contarme historias y sueños a cada momento.
Visitar mi mundo interior y perderme en él.
Disfrutar de los pequeños hallazgos a los que mi curiosidad me lleva.
Preguntarme por qué y a quien favorece el hambre del mundo.
Quererte
Emocionarme al pensar que me has dicho te quiero.
Buscar la paz
Recrearme en tu mente maravillosa.
Florecer con tu calor.
Sentir que estas allí; al alcance de la mano pero intocable.

Espero que tenga a bien escuchar mi petición. De antemano le agradezco su atención y espero ansiosa el cumplimiento de la misma.

Agradezco profundamente que mi petición haya sido desatendida. No sé si habrá un futuro distinto, tal vez no. Pero yo sí soy distinta y a la vez, yo misma.

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Ahora que soy el futuro de aquella mujer, puedo decirle que sí, que es distinto. Que ha podido cambiarlo. No como ella lo soñó. Ganó batallas y perdió otras. Pero sigue enamorada de la luz de la luna, de las tormentas, llenando documentos de word y contándose historias. Y no, sigue sin engancharse a los programas de cotilleo, incluso diría que ve mucho menos la tele que entonces. Que en el camino ha ganado amigos, de los de verdad y para siempre.
Le diría con tristeza que ha perdido cierta inocencia que aún mantenía. Que ha llorado mucho, ha sido feliz y desgraciada en el camino. Decepcionada y herida.
Que el camino no la ha hecho más dura ni más amarga, ni más desconfiada pero sí más directa, más fiel a si misma, más de verdad. Ya no está dividida. Que a pesar de los temores al futuro incierto que es común a todos en esta época, está en paz aunque siga luchando.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Reflexiones tras un vaquerito de jueves.

Buscar no es encontrar. Todos aprendemos o quizá deberíamos aprenderlo en algún momento de nuestra vida. Situaciones, personas, vivencias se nos ofrecen cuando las necesitamos o estamos preparadas para ello. No siempre se puede reconocer mientras sucede. Pero quizá, tal como ha salido en una conversación de amigos esta misma noche, haya que estar alerta. Como cuando conduces. Entras en tu vehículo, cierras la puerta, te pones el cinturón, introduces la llave, enciendes las luces, arrancas, tomas el volante y... tu actitud, tu mirada, tu concentración, tu postura cambia. Busca señales, indicaciones, posibles peligros. Estás alerta a lo que pueda suceder. Algunas personas son incapaces de mantener y sentirse cómodas en esa actitud. Se sacan el carné, conducen una vez o dos y se convencen de que no pueden seguir conduciendo su vehículo. Quizá haya habido un accidente grave, pero es muy posible que no, que tan solo hayan sentido el miedo a que se produzca. Abandonan y vuelven a la supuesta seguridad de su mundo conocido, resguardado, limitado.
Otras personas confunden esa necesidad de estar preparado, atento con la agresividad y así intentan imponerse a cualquier circunstancia que pueda llegarles de fuera, intentando, deseando poder más que el otro. Es, para mí, otro tipo de miedo: herir antes de que me hieran.

Otros conducen con tanta educación, tanta timidez, que siempre conducen por la derecha, nunca se cruzan un semáforo en ámbar, ceden el paso, obedecen ciegamente los límites, ponen los intermitentes y acaban... perdiéndose, amodorrándose en su mundo reglado, imperturbable sin ver siquiera los caminos sin señalizar, el niño que corre fuera del ceda el paso, sin percibir ese glorioso minuto o segundo en el que los límites se rompen, se saltan, se devoran.

No sé cual es el término medio ni la forma correcta de conducir por la vida. Nuestras vidas. Mi vida. Solo que es posible que debamos estar alerta, ampliar nuestro mundo, observar las señales, coger el volante con las dos manos, con la firmeza justa para que no se nos escape, con la holgura suficiente para poder girar, cambiar el sentido cuando sea necesario. No negarse ese segundo de locura devorador de límites, a explorar nuevos caminos sin señalizar por miedo a que se corte en algún punto antes de llegar a su destino.

Importante: no negarse a recoger a compañeros de viaje. A los amigos de siempre, a los que encuentras de forma ocasional o los que llegan para quedarse.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Reflexiones sobre sentirse nada

Dedicada a Amparo, a la que aseguré que no escribía poesía. Quizá se aproxime o quizá no.

De finales de agosto del 2005.

No juego, ni finjo, ni lloro, ni río. Ni soy, ni estoy, ni aparezco, ni desaparezco. Ni existo, ni muero. Ni crezco, ni menguo. Nada. No hay nada.

No busco, no encuentro, no siento, no quiero.
No sueño, no lucho, no grito. Nada.
No lato, no vibro, no tiemblo. No hay nada.
Sólo la cáscara llena de algo que no me atrevo a examinar. Nadie mira lo suficiente para saber que algo pasa. Ni siquiera yo.

He visto a la luna crecer cada noche un poco más. Entre nubes oscuras, asomando brillante, burlona, apenas un retazo de lo que será.

He oído el río en la noche, cuando la vegetación esta oculta. Viniendo a mí, en murmullo, en rugido.
Mañanas azules, bajo el sol indiferente. Horizontes sin límites, cielo enorme y sólo, tan sólo.

Las tormentas se han insinuado cada tarde, lejanas. Detrás de nubes amenazantes. Sin lluvia. Sonidos y luces perdidos en la distancia.

He soñado con tu mano acariciando a una criatura en una jaula. He soñado que la criatura era yo.

He contemplado trenes en la lejanía. Huyendo, melancólicos del sol del medio día.
Duelen las noches, duelen los días, duelen los pensamientos.

Pluto

De siempre he sido una mujer tranquila, alegre, sencilla. Enamorada de Max, mi marido. Nos conocimos rescatando a un pequeñísimo gatito que habían abandonado en un contenedor. Negro y escuálido por aquel entonces creció con nuestro amor hasta convertirse en una cariñosa y elegante criatura: Pluto. Max se sintió feliz cuando a los pocos meses de casados quedé embarazada. Yo también quería a mi bebe, aunque durante todo el embarazo sentí que mi cuerpo lo rechazaba como si fuera un pequeño alien alojado en mi interior. Vomité desde el primer al último día. Me mareaba constantemente y aunque debía descansar sufrí de insomnio. Max empezó un nuevo trabajo que lo mantenía todo el día fuera de casa. Lo aceptó, me dijo, por el bebe. Por nosotros. Para poder criarlo en una casa nuestra y no en el pequeño piso de alquiler en el que vivíamos, silencioso testigo de nuestra dicha pero sin jardín. ¿Verdad Pluto? Decía acariciando el pelaje brillante.
Pluto me consoló en esos meses de soledad y malestar. Se tumbaba a mi lado y me ofrecía su calor. Me seguía hasta el baño y después de observarme vomitar hasta quedar vacía, con esos verdes y brillantes ojos en los que casi podía leer la compasión se acurrucaba a mis pies cuando descansaba sentada en el suelo frío.
Por fin nació mi bebe. Max partía a menudo en largos viajes de negocios y ya había dado la entrada para la nueva casa en un pueblecito pequeño y encantador en medio de un valle, dejándonos a los tres solos. El bebe, quizá fruto del mal embarazo, no hacía más que llorar y llorar, día y noche. Yo me convertí en un ser brusco y desesperado que solo deseaba un poco de silencio para poder dormir. Pluto empezó a pasar cada vez más tiempo junto a la cuna. Una mañana en la que había conseguido adormecerme a pesar de los gritos del bebe, Pluto saltó sobre mí, sobre mi pecho. Maullando y clavándome las uñas, sentí verdaderos deseos de matarlo. A partir de ese momento no pude resistirme a darle una patada o un empujón cada vez que se acercaba a mí o lo veía cerca de la cuna, con esos ojos verdes vigilantes.

Aquella madrugada Max llevaba tres días ausente, en los que yo habría conseguido arañar un par de horas de sueño entre los llantos incesantes de mi bebe. Tenía los ojos arenosos, pegados, el dolor de cabeza más intenso que jamás hubiera sentido. Cuando alargué el brazo hacia la cuna, juro por Dios, que solo deseaba un instante de silencio. Mi mano encontró la carita del bebe cubierta con su mantita. La puse sobre su boca y apreté, apreté hasta que dejó de llorar y un bendito silencio cubrió la casa. Lo último que vi antes de quedarme dormida fueron los ojos de Pluto, intensos, clavados en mí.
Cuando la investigación terminó declarando muerte súbita, Max, muy afectado decidió que nos mudáramos a la casa nueva, en un nuevo comienzo. En ese tiempo yo no dejé de sentir los ojos acusadores de Pluto fijos en mí. Ya nunca se acercaba. El día anterior a la mudanza no pude soportar la idea de llevar esa mirada conmigo. Le serví leche caliente en la cocina, su debilidad. Lo tomé del cuello girándolo rápidamente, con la misma mano que había matado a mi bebe y lo arrojé por la ventana de nuestro piso. Sentí una fría satisfacción. Me había liberado de él. Un susurro horrorizado llegó a mis oídos: Max.
Se precipitó a la ventana. ¿Qué has hecho? Decía. Mi mano buscó a tientas el enorme cuchillo de cocina que aún no había embalado…

jueves, 17 de noviembre de 2011

Vivo

Vivo inmersa en la realidad cada día. La crisis, las noticias del paro, los políticos de turno, los tertulianos de la radio, las malas predicciones, Grecia, Italia, el rescate, la deuda, objetivos de déficit, los mercados, la banca, los ojos de Estados Unidos sobre Europa, el desencanto y el miedo de una sociedad que paga cara el sueño de una vida mejor.
Quizá como dicen algunos por encima de sus posibilidades. No sé si estoy muy de acuerdo en culpar a los pobres de a pie. ¿Qué hicieron más que soñar? Y desear… ¿Estará ahí el problema? Durante algún tiempo fue un valor. Explotado como cualquier materia prima. Si la gente pedía créditos para pagar la comunión del nene y el banco lo prestaba sin problemas y el restaurante lo cobraba con alegría, los camareros trabajaban, los invitados se divertían y el niño tenía un día inolvidable (u olvidable, vete a saber), los abuelos se mostraban orgullosos, las madres compraban vestidos, zapatos, bolsos para la ocasión haciendo de paso felices a las tiendas de ropa, influyendo con su gasto en el aumento de nómina de algún dependiente a comisión ¿Quién se quejaba?
Si las parejitas iban en busca de piso y la publicidad decía: paraíso en plena urbe, no puedes perdértelo, residencial con garaje, piscina, jacuzzi, gimnasio, seguridad privada y jardinero… y el banco te prestaba el dinero aunque fueran mileuristas a cuarenta o cincuenta años y además te lo sobrevaloraban para que pudieran comprar los muebles acordes con el paraíso y además los primeros plazos de un coche que meter en la plaza de garaje… los constructores vivían felices (y se forraban), los obreros pedían otro préstamo para acceder a viviendas similares, los de los muebles convencían: por un poco más… este es de mejor calidad y aproxima tu vivienda al lujo. De nuevo ganaba el distribuidor de vehículos, los vendedores de muebles, la industria del ladrillo, los fabricantes de electrodomésticos, los cementos, las arenas, los de la maquinaria de construcción, los que proporcionaban cristales y ventanas, quienes a su vez tenían créditos de los bancos para ampliar sus negocios o por qué no? Comprarse la casa, el chalet, el yate…
Pensando, pensando me pregunto que se ha hecho de esa cantidad de beneficios, de dinero que cambiaba de manos, que se movía de un lado a otro si tenemos en cuenta que el dinero es hoy por hoy, similar a la energía. Ni se crea, ni se transforma y en este caso cambia de manos. ¿Dónde habrá que ir a buscarlo?

En fin, lo dicho, vivo inmersa en esa realidad, pero también en la propia. En esta en la que un amigo, una amiga te tiende la mano, que la familia te ayuda, vivir centrando el esfuerzo, eligiendo con cuidado en que gasto y en que no, disfrutando mucho más ahora de la inversión en un libro, de regalarme una chaqueta necesaria, de crear platos imaginativos con poco dinero, de charlar, de reír, de escribir, de soñar. Es barato. Es satisfactorio, solo requiere una pequeña dosis de esfuerzo (eso es gratis).
En estos tiempos que corren deberíamos sonreír más. A cualquiera. Al anciano que se te cruza en la calle, al vecino, al conductor del autobús, al dueño de la tienda, a las empleadas del súper. Sonreír, ser amable, escuchar. Todo ello es gratis. No da de comer, es cierto, pero te hace sentir mejor.
Abrazarse. Abrazarse mucho. Abrazar a los amigos, a los hijos, a los padres, a las mujeres, a los maridos. Volver a hablar en susurros o a pleno pulmón. Vivir sin esperar para hacerlo que las cosas cambien.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El olvido

Dedico este pensamiento perdido, esta reflexión a ti, Amparo. De hecho sin tu generosidad no estarían estas palabras aquí. Ya lo sabes tú. Un abrazo.


Leo a Luis Rojas Marcos que habla sobre la importancia de la memoria para definir quien somos. La memoria relacionada con la autoestima, puesto que nos recuerda que hicimos, como lo hicimos y si lo hicimos bien. La memoria como herramienta de aprendizaje, pero también y esto lo digo yo, como si tuviera una papelera nos sumistra el olvido. Dice Rojas que es un arma fundamental de curación. Me he quedado enganchada en esta frase:
“Pero el olvido ayuda a pasar página, a perdonar y a enfocar un nuevo capítulo en la vida. En realidad, es un regalo para la memoria porque borra las heridas.”

El olvido como ayuda, como descanso, como superación. Pasar página, no quedarse anclado en el pasado, no llevar nuestras heridas cada día de nuestras vidas a flor de piel. Ese es el regalo de la memoria.
Leerlo en palabras de otro. Lo que mi memoria hace por mí me ayuda a entender como es posible que se hayan borrado conversaciones enteras del disco duro de mis recuerdos. A veces incluso sorprendentemente rápido. Dejándome solo la sensación de dolor, de malestar incluso de horror que me produjeron. Pensaba que era una especie de Shock, porque suelo tener una memoria bastante buena y sin embargo era incapaz de recordar la mayor parte de esos hechos, de esas palabras que me hirieron o confundieron.
Es, también, un arma de doble filo. Tiende a borrar lo malo y a dejar lo bueno. Que en principio te hace sentir mejor, por supuesto. Pero quizá esa falta de equilibrio, ese borrón a lo malo te lleva a la añoranza cuando de tiempos, amores, personas se trata. Si no puedo olvidarte y si mi mente borra lo malo que hubo, te doraré en mi memoria como si de un ídolo te trataras. O al menos, si no llego a dorarte si a pensar que no fue para tanto y que lo bueno superaba a lo doloroso.

Si celebro hoy la memoria es por habernos encontrado de nuevo. Quizá el olvido haya atacado y borrado alguna de nuestras conversaciones de entonces, Amparo, pero no la sensación de vuelta a ese cariño especial que le da un sabor de permanencia a nuestro reencuentro.

sábado, 29 de octubre de 2011

PIGRICIA

Sigo un blog que podéis ver a un ladito de este y que recomiendo de corazón: Palabras Interesantes, hermosas, raras y divertidas. Pienso que además el nombre define a los términos que propone con justicia. A veces son más interesantes que hermosas, más divertidas que raras pero todas ellas son la mayor parte de las veces extrañas y poco habituales. Algunas de las que propone han caído en el desuso. El idioma, la Lengua es un ser vivo por lo que cambia, evoluciona, muere y renace. Y este idioma nuestro que es la lengua de tantos seres y países diferentes tiene una variedad fascinante. Explorarlo y conocerlo es una aventura que nos une a millones de personas en el mundo.

Hoy me viene como anillo al dedo esta palabra: Pigricia. ¿La habíais escuchado, leído, usado alguna vez? Yo he de confesar que no. Pero hoy con esta lluvia que cae a raudales, con la luz gris del día, siendo sábado realizo las tareas obligatorias de la casa con pigricia. Incluso quizá este realizando esta entrada con una pigricia de pigricia. Ya que lo que en realidad me apetece es envolverme en una manta y tirarme al sofá con un libro entre las manos.

Así que "a desgana", con cierto "descuido" estoy preparando un codillo en salsa para la comida. Estoy siendo "negligente" porque debería estar poniendo una lavadora o planchando mientras la olla sigue con su "chup, chup". Sintiéndome "perezosa" no he aprovechado esta mañana de sábado para hacer la compra semanal. Es más, seguro que caeré en la "ociosidad" en cuanto deje de escribir esta entrada y como dirían en Bolivia eche una Pigricia o un pellizco de sal, hierbas provenzales y otros condimentos a mi guiso, para "holgazanear" en el sofá contemplando la lluvia tras el cristal, con mi libro en el regazo y el mando de la tele junto a mí.

No me seáis vagos, ni gandules y si no os ha quedado claro el significado de Pigricia haced un click...

jueves, 27 de octubre de 2011

De amistad y fortuna.

Es un día nuevo. Por ir con el reloj. La verdad verdadera es que aún es de noche. Pero oscura de verdad. Desde aquí solo alcanzo a ver el semáforo de la esquina que pone notas de colores casi navideños y allá, al fondo las luces amarillas de unas farolas que iluminan la carretera hasta el pueblo. Por lo demás desde los barrotes de mi balcón se extiende una oscuridad que cubre la masa del Poli y las casas del otro lado. De hecho acabo de formular en palabras mentales un dato que registraba estos días sin pensarlo: debe ser por la crisis pero cuando salgo de casa no
hay en el barrio más que unas pocas luces. Después de tanto despilfarro con farolas encendidas hasta las nueve o las diez de la mañana, cuando no el día entero.

Hoy me siento optimista y vital. Reflexiono sobre la amistad y lo privilegiada que soy.

Ayer antes de comenzar el día incluso pasé a ver a mi amiga Ana. Ana que siempre está ahí para escucharme. Tan equilibrada, inteligente y fuerte aunque ella no se de cuenta de ello. Tan bella por dentro como por fuera. Incondicional y sorprendente a la vez cuando me hace analizar las cosas desde otra perspectiva. A veces me descoloca para que yo me coloque en el punto exacto y real.

Por la tarde después de una jornada larga, agotadora por mis propios nervios devoradores y después de que el león no fuera tan fiero como lo imaginaba (suele pasarme, debe ser por mi propia imaginación), al salir del despacho de la abogada acudí a la invitación de Amparo: "Vente a tomar algo, sobre las nueve. Vendrán algunos amigos". Ese "algo" fue una cena perfecta. El ambiente, la comida, la conversación, la música, las risas, el vino, la cerveza, las visitas relámpago de vecinas y amigas... Adoro tu cocina, Amparo. Es abierta, original y tan cálida como tú. Comprendo a ese gato callejero que se cuela de rondón en tu casa.

Siento más que respeto y admiración por Juanjo. Por su temple, sencillez y calma para sobrellevar estos momentos tan duros. No dudo que la procesión va por dentro. Puedo entenderla bien. Me hubiera encantado asistir a esa cena con gambas rayadas de Denia.

Y Ginés, querido amigo, no pude asistir ayer al acto en Torrente, sé que lo entiendes. En este camino nuestro tan raro, es una fortuna haberte encontrado.

Mai y Fran, a unas pocas horas de distancia. En tren de cercanía. Asientos duros y ventanas inmensas en las que ver correr el paísaje. De casa abierta, charla incesante, habitación y cama. De sencillez y auras. De misterios y fe. De amor y confianza. Todo se solucionará.

Soy, de verdad, afortunada.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Confesiones

Empiezo a escribir y las palabras se me escapan, me rehuyen. Debería estar combativa. Pero hay situaciones que se alargan tanto en el tiempo que solo provocan en mí cansancio y dolor de estómago. Y aunque finja ante aquellos con los que he de hacerlo, fortaleza y determinación solo siento ganas de dormir y olvidar.

Ganas de dejar de visitar a mi abogada como cliente y quizá pasar a hacerlo solo como la relación que al final hemos llegado a tener: conocidas que se aprecian y que en cualquier otra circunstancia podría convertirse en una amistad.

Ganas de dejar de revisar papeles, cuentas, números.

Unas enormes ganas de dejar de estar obligada a ver los aspectos más oscuros del hombre con quien he convivido la mayor parte de mi vida.

Mientras escribo pienso en esa sonrisa que me lanzó en el juicio después de escuchar unas cuantas mentiras y otras pocas barbaridades. De esas con encogimiento de hombros que viene a significar: no es nada personal, las cosas son así. En aquel momento no pensé. Bastante tenía con aclarar en mi mente que coño había pasado en aquella sala.

No es esto un drama y estoy segura de que habrán personas que tendrán experiencias mucho peores, incluso he conocido alguna. Pero de momento es mi historia y la vivo en primera persona.

¿Terminará algún día? Imagino que sí, incluso vislumbro el final lo que no quiere decir que no esté pagando una factura que no tiene que ver con el dinero (de esas también pago varías, por supuesto). Una factura emocional que revierte en mi estado anímico y físico.

Ahora me vienen a la memoria palabras que algunas personas han dicho sobre mí: animosa, con buen humor, estable y el consabido: yo encuentro que lo estas llevando muy bien.

Yo no diría que soy la alegría de la huerta precisamente, pero en realidad tienen razón. Siempre he sido, no sé si decir dual, pero con capacidad para sentir diferentes emociones al mismo tiempo. De exponerme a la luz y a la oscuri dad.

Hoy, ahora necesitaba lanzar ese vómito. Dentro de un rato volveré a ser. Animosa, de buen humor, estable y como no, en previsión de la cita de esta tarde, combativa.

Eso sí, sigo escribiendo desde un portátil prestado. Las conversaciones con el señor que en teoría debe si no arreglar mi portátil, al menos decirme que le pasa, merecen un capítulo a parte, incluso un relato.

lunes, 10 de octubre de 2011

CAMBIOS

De verdad está llegando el invierno, aunque este principio de otoño sea un verano prolongado. Esta madrugada he buscado una chaqueta para sentarme a escribir y pronto tendré que hacerlo envuelta en mantas.

Estos días estoy escribiendo en un portátil que no es el mío. Voy "de prestado". Mis ideas, mis escritos, los principios de relatos, los relatos mediados, los no acabados están en otra parte. Y aunque no siempre los retomo para hacer algo con ellos estas madrugadas silenciosas, si siento que están ahí y me arropan. Me atraen o me rechazan según el momento. El portátil, el mío, anda en reparaciones. Es muy viejecito, heredado de mi hermano y puede que no aguante tan bien los madrugones como yo. Cuando se produce un cambio en tu vida por leve que sea, se convierte en el origen de otros. Estos días leo muchísimo más, me levanto un poco más tarde, veo más la tele, cosa que no suelo hacer habitualmente, escribo mucho menos. Siempre he escrito en el ordenador. Mis libretas contienen ideas, pensamientos, lamentaciones, dolores de alma, esquemas, un solo relato terminado y escrito integro en mesas de terracitas mientras esperaba gente.

Los cambios abren mundos nuevos. Vengan impuestos de fuera o sean elecciones propias. El cambio es aventura, exploración y descubrimiento. De ti y de lo que te rodea. Puedes elegir aceptarlo o luchar contracorriente. Dependerá de tu personalidad, de las circunstancias, del momento disfrutar de ellos o no. Yo he decidido que me encuentren dispuesta, abierta. Absorberlos y sobre todo disfrutarlos.

Este último fin de semana, que ha resultado más largo y más corto de lo que yo pudiera imaginar empezó con una comida el sábado. Una comida que fue una vista atrás. Y un paso de futuro.
Una y cuarto, en la Avenida Cataluña. Compañeros de Instituto. Ahora Blasco Ibañez, pero entonces cuando nos conocimos Instituto Politécnico Nacional de Valencia. Aún me acuerdo de los cajetines en las láminas de dibujo lineal y estoy segura de que ellos también. Juan, Juanjo, Amparo y yo. Parecen pocas personas ¿Verdad? y sin embargo casi la mitad del último curso. Solo éramos diez. Abrazos, risas, besos y recuerdos. Una vida o vidas a nuestra espalda. Tanto que se hace difícil ponerse al día de todo. Hay tanto de que hablar, tantos recuerdos compartidos, tantas novedades que escuchar y que ofrecer que nos falta tiempo. En el fondo y en la forma, naturalidad. No voy a decir que fuera como si no nos hubiéramos separado, pero planea ese aire de entonces. Aunque ahora ya somos adultos cargados cada uno con nuestras responsabilidades, con nuestros errores y aciertos. Pero quizá lo más importante es que seguimos siendo. Gracias a los tres por eso.

Después se prolonga la tarde en casa de Amparo, que casualidades del destino vive muy cerca de mí. Y se estira hasta la noche, esta vez de invitada de Amparo, me cuela de rondón en una cena con sus amigos. Termino en Betera, cenando manitas de cerdo, caracoles con sal, ensalada de canónigos. Escuchando, hablando, aprendiendo. Velada musical, yo que no tengo voz y además me muero de vergüenza aunque ni siquiera cante o más bien me arranquen un par de frases no diré que cantadas, pero la cerveza, el vino y la generosidad con la que ha sido servido son una ayuda. Me gusta ver como estas personas atan lazos, unen vidas, crean su propia familia de una sangre más roja que la que corre por las venas. Descubro un mundo nuevo. Sensibilidad, intuición, lucha. Todo ello anclado a la calidez terrenal de una buena comida y un buen o varios buenos vinos, a la conversación alrededor de la mesa. Escalando a lo etéreo a través de la música. Amarrandose a la alegría con el baile.

Gracias. A Juan, a Juanjo por hacerme sentir como entonces en el ahora. Gracias Amparo por llevarme contigo a tu mundo. Lo harás muy bien. Tienes una voz preciosa. Gracias por los abrazos y los besos. Por recibirme como si nunca nos hubiéramos ido. Levanto de nuevo la copa: por este principio. Por no dejarnos perder.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Irreflexión

Sigo llorando aunque no quiera y este día de otoño se llene de luz. Sigo sintiendo. Y no es más fácil ahora que hace unos meses.
La perdida es irreparable, las dudas arrojan sombras, destruyen sueños. Las palabras rompen la fe.La ausencia de actos mina la confianza. Los deseos se evaporan al calor de los miedos. Las verdades a medias no hacen más que ahogarnos. La pasión se quiebra y todo se baña de la misma oscuridad heladora.

El tiempo duele y mata. El conocimiento seca. Y la tristeza es la reina del invierno eterno.

Juegos de papel y lágrimas. Nubes despegando con forma de barco sobre el amanecer rosado en el mar. Olas tersas que casi no rozan la superficie que mantiene una placidez engañosa. Muerte a la deriva, ensangrentados rosas que no llegaron a florecer.

Extraños puertos que no son refugio del viento que esconden las naves en sus velas trágicas y desgarradas. Miserables harapos de lo que una vez fue una tela orgullosa, una bandera flameando al viento, apresada en un mástil que busca recuperar su dignidad.

Sombras y penumbras que juegan a ser luz, a reír ante un sol imposible. Corruptas en su esencia más oscura.

Lunas de juguete, crueles y mentirosas arrastrando tras de si el manto de la verdad. Presas de la alegría insana del loco que se complace en desarmar aquello que ama.

Sin dientes ni garras que el cazador luce como pruebas de su proeza, el animal se esconde en su cubil. Sueña agitado y temeroso en las largas noches de antaño, cuando dueño de la noche caminaba hasta el claro, para bañarse en la luz blanca de la luna, sobre sus patas mullidas, sintiendo la elasticidad del suelo en las uñas escondidas, abriendo las fauces a los aromas de la vegetación dormida, la rastro de los diminutos animales en sus madrigueras, al perfume nutritivo y cálido de la tierra. Felicidad salvaje y fiera de sumergirse en el agua cristalina a la luz cada día nueva del amanecer.
Sueña y se agita entre las estrechas paredes de su cubil sabiéndose ya atado al sol ardiente. Sin poder ser ya, nunca más, el compañero de la noche.

Extraño despertar

Soñaba con la chica que me había servido gran parte de los cubatas la noche anterior: una morenita de enormes pechos envueltos en un suéter azul, tan fino y pegado a su esbelta figura que dejaba poco a la imaginación. Ella, la de verdad, que protegida tras la barra repartía sonrisas tentadoras junto con las bebidas no había respondido para nada a mis intentos más repetidos y más insistentes cuantos más cubatas, de ligármela estaba justo en esos momentos sentada sobre mí acercando su boquita pintada de rosa a la mía. Cierto que yo trataba de ignorar un doloroso pinchazo que atravesaba con furia mi cabeza a intervalos más o menos regulares y frecuentes. La nena separaba los labios apetecibles y su lengua inusualmente larga y goteante se acercaba a la mía que la esperaba seca y áspera para beber de ella. Se inclinó y sentí el peso de esos pechos admirados en el tórax. Un peso contundente que me oprimía los pulmones. La lengua, juguetona me lamía las mejillas, la barbilla, el cuello… hasta que acercándose a mi oído emitió con la boca bien abierta un sonido agudo, cada vez más insistente. Traté de decirle que callara o bien silenciarla con mi boca, ambas cosas sin resultado. Bueno, resultados si hubo: empezó a combinar ese sonido con ladridos perrunos histéricos. Sus tetas saltaban sobre mi pecho, duras como pezuñas, clavándose con fuerza en mi estómago y en mis costillas. Joder con la nena y sus saltos, van a despertarme pensé. Y lo hicieron para mi desolación a un mundo de sonidos caóticos. Mi perro ladraba histérico y me babeaba la cara. Una alarma antiaérea berreante, dolorosa, inundaba la casa. Mi pobre cabeza y hasta mi estómago daban fe de ello. Me levanté de la cama como pude empujando al cabrón del perro, que en un alarde de entusiasmo al ver conseguido su objetivo de arrancarme del sueño se desgañitaba junto a mi oído.
Me quedé de pie, balanceándome inestable. Una vez en esa posición mi vejiga decidió despertarse también, exigiendo además que la condujera al lugar más próximo donde aliviarse. Traté de correr para encontrarme inmediatamente en el suelo. Una bala canina me había golpeado en las piernas, las dos, sí, en cuanto me puse en movimiento. Desde el suelo escuché sus uñas en el pasillo, los ladridos convertidos ya en aullidos que acompañaban alegremente al agudo sonido que reconocí como el timbre de la puerta. Con la vejiga y la cabeza a punto de estallar, el corazón de camino a mi boca con el contenido de mi estómago haciéndole compañía, gateé hasta la cómoda donde me sujete para recuperar una vacilante verticalidad.
Mi cerebro torturado decidió que debía hacer callar al perro y al timbre. Actúo en consecuencia arrastrando mis pies descalzos tras él. El suelo del pasillo se convirtió en una amenaza ondulante. Tuve la sensación de que si no me andaba con ojo pronto se levantaría para golpearme en la cara. Extendí ambos brazos como un equilibrista de circo y apoyé las manos en la pared, sintiendo como una tortura el áspero gotelé de piso viejo, arañándolas.
−Joder, Bepo −dije− ¡Calla ya!

Mi voz me asustó. Tenía a Sabina en la garganta después de cantar eso de las quinientas noches…quinientas veces seguidas.
Los timbrazos seguían insistiendo para cuando llegué a la puerta. Alcancé a Bepo con una patada en el lomo que le hizo ir a esconderse en un rincón y a mirarme con mala leche. Ya me ocuparía de él más tarde, lo primero era lo primero.
Abrí la puerta, más bien me sostuve en ella y di dos pasos hacia atrás antes de levantar la vista y quedarme boquiabierto, horrorizado, espeluznado.

Un tío en pantalón corto, con el pelo negro disparado en todas las direcciones, sin afeitar, amarillo y con los ojos rojos abiertos de par en par, hasta el punto de parecer que iban a caérsele de la cara me miraba desde el otro lado del umbral. Le enmarcaba una luz remota, espectral que de ningún modo correspondía a mi siempre oscuro rellano. Una voz cavernosa pareció salir de un punto indeterminado, que no de la boca del hombre que permanecía inmóvil y abierta.
−Oíga, amigo…

En ese momento me di cuenta de que algo iba mal, muy mal. La voz que correspondía con el tipo no podía ser la que había escuchado, no. Debería ser la de Sabina, pues el tipo era… era… Yo. El hombre pareció saltar hacia delante. No caminar. Saltar hacia mí. ¡Yo mismo me abalanzaba contra mí!

Asustado como nunca en mi vida cerré la puerta de golpe. Al portazo le siguió un espectacular sonido de cristales rotos y gritos. Muchos gritos.
−¡Hijo p…! ¡Será cabrón el tío! ¡Me cago en sus muertos! Mira que joder el espejo con la puerta. ¿Estás loco? Pa’haberme matao. Abre, cabrón, que te mato.

Mierda ¿Qué día era hoy? ¿Lunes? Joder, pensé, sintiendo una humedad caliente extendiéndose por mi entrepierna. El espejo de cuerpo entero que había encargado para el baño…

lunes, 19 de septiembre de 2011

Un fin de semana como tantos otros. Sus momentos buenos, momentos de llorar, momentos de perder el tiempo, momentos de conversar y hasta momentos de soledad.

La semana pasada se fue en una especie de frenesí de bancos, llamadas de la secretaria del despacho de la abogada, de intentar no pensar más allá que en el paso siguiente.

Así que para no variar estaba cansada y cada acción requería un esfuerzo de voluntad. Recuerdo que el viernes a medio día miraba casi con desesperación la cantidad de cosas que debería hacer el finde. Solución: repartí las que pude y las que no pude las he dejado para esta semana.

Como la soledad me acompaña casi siempre aún estando rodeada de gente la mayor parte del tiempo he reflexionado sobre una cantidad indeterminada de cosas. Sobre el amor y la falta de amor. La amistad. La familia. Y en la muerte.

Me encuentro estos días con ella (la muerte) muy a menudo en mis pensamientos. No con tristeza, ni amargura, ni desesperación. No en el suicidio. Solo en la muerte como único destino cierto que todos sabemos. Quizá porque relacione el final de un ciclo con el final del gran ciclo de nuestra vida. Pienso en la muerte primero como irremediable y después como algo que realmente no tiene tanta importancia. Si pudiéramos elevarnos hasta alguna cima desde la que ver el transcurso del tiempo podríamos situar quizá la vida y la muerte en su justa perspectiva.

Me cuesta escribir lo que siento porque temo que parecerá una locura más y es posible que lo sea. Pero me pregunto una vez establecido el concepto de igualdad de todos ante la muerte, la certeza de que ha de llegar, que no es posible evitarla ¿Por qué causa tanto miedo, tanta angustia? Desde la cima de la que hablaba antes, si un ser contemplara el presente, el pasado y el futuro de un solo vistazo probablemente ni siquiera se daría cuenta de la lucha contracorriente para evitarla el mayor tiempo posible a la que nos entregamos todos.

¿Qué es tan importante en nuestras vidas que no podamos dejarlo atrás? Si lo piensas bien, lo único importante son las personas que amamos y que nos aman y estás compartirán nuestro destino. En su momento.

Así que vuelvo a preguntarme ¿Qué es lo que nos da tanto miedo de nuestra propia muerte? Y la respuesta me llega de mi propia infancia. De una niña intentando dormir y pensando en el más allá (quizá me habían hablado de la muerte, aunque creo que fue más bien sobre la creencia en la reencarnación). Me angustiaba entonces la idea de perderme a mí misma. La conciencia del yo. No me consolaba la idea de vivir muchas vidas si para ello debía olvidarme de quien era.

Ahora casi que consuelo a esa niña que sigue existiendo en mi interior diciéndole que no es tan importante. Tanto si todo acaba en un fundido en negro, como si hay otras vidas que vivir o un cielo esperando se perderá el yo junto con el recuerdo de que existió. Las alegrías, las penas, el dolor y hasta el amor morirán también. Y si no hay recuerdos del yo, no sobrevivirá tampoco la angustia de la perdida.

martes, 13 de septiembre de 2011

El traje nuevo

Decía Séneca que es muy difícil ser siempre el mismo hombre. Yo no quiero corregir le la plana, Dios me libre. Pero añadiría que casi tanto como ser siempre la misma mujer.
Estos días para no variar estoy subida a la montaña rusa de mis emociones. Llegó el tan ansiado parto de la sentencia. En algún aspecto decepcionante, en otros liberador.

Con está sentencia se cierra un largo periodo de mi vida. Es como el dobladillo de una prenda terminada. No está cosido muy fino, las puntadas son desiguales, el ancho de la doblez está así así. Y alguna que otra vez la aguja ha pinchado con fuerza a esta (o sea yo) que la viste. De hecho, se ha cosido sobre mí. En mi piel y más adentro.

La que decidió que era hora de tomar las tijeras y cortar la tela vieja para hacerse un nuevo vestido fui yo. En el proceso he descubierto que las tijeras forman callos entre los dedos y que por mucho cuidado que pongas con la aguja acabas con las yemas llenas de heridas.

Espero limpiar bien la sangre de mi vestido nuevo (el agua oxigenada hace maravillas para limpiarla si la sangre está fresca, pero quizá no funcione tanto si ya penetró en la tela y se secó) pero sea como sea, quede prístino o de mercadillo de segunda mano es mío.

No recuerdo como pensé que iba a sentirme. De momento se ha aflojado una tensión continua que soportaba sin darme cuenta. Como si en mis muñecas, mis pies, mis hombros, mi cuello me hubiera dejado olvidadas pesas de musculación veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año y ahora por fin me las hubieran quitado.

Quizá es que mis músculos necesiten aprender a relajarse, a descansar y a moverse en su nueva situación.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El Taxi

Es justo que dedique este relato a Ginés Vera, escritor (autor del libro de relatos de intriga El hechizo de la mujer dragón, colaborador en el libro de microrrelatos Cuentagotas) y sobre todo amigo por permitirme jugar con su relato El doble. Este relato me ha permitido volver a encontrar la parte lúdica y divertida de escribir. Gracias.


Lo vi. Para mí inconfundible. He visto tantas veces sus películas… La primera la alquiló mi novio una noche para ponernos a tono. No es que yo lo necesite demasiado. Me enciendo enseguida. Un beso, una caricia o un susurro más subiditos de lo normal me ponen a cien o a cien mil, depende. Eso hace que mi novio en algunas ocasiones me diga:

−¡Joder, nena! ¡Voy a tener que pensármelo antes de tocarte!

Yo me río y le acaricio ahí donde más le gusta. A veces funciona, a veces no. Así que más bien creo que alquila esas pelis para ponerse a tono él. A partir de esa primera película que nos excitó y cumplió con su cometido yo desarrollé una especie de obsesión con el protagonista. Me encantaba su cara y su cuerpo, la forma de moverse, como manejaba a las actrices: arriba, abajo, de lado, subiéndolas y bajándolas de su cuerpo con una facilidad pasmosa. Y sobre todo adoraba su gran, enorme, tenso, duro miembro. Lo podía imaginar aterciopelado y suave entre mis manos (obviamente las dos). Ligeramente salado en mi boca.

Llegó a tanto mi… afición que compré todas sus películas por Internet.

Verle en la acera tan cerca y tan distante de mí me volvió loca. Di gracias al sátiro de mi jefe y a que aquella mañana tenía que recoger en el aeropuerto a unos clientes importantes y muy, muy adinerados del bufete. A Don Raúl le gusta que en esas ocasiones mi apariencia sea elegantemente sexual (claro que no lo ha dicho así, pero me mira con aprobación y murmura algo que yo prefiero no escuchar). Así que elegí una blusa fina y suave con un profundo escote en uve y una falda con un largo justo para preservar el buen gusto pero que cuando me sentaba tenía tendencia a deslizarse hacia arriba hasta descubrir buena parte de mis muslos.

Cuando levantó la mano para parar un taxi avancé unos pasos hasta situarme a su altura. Fingí tropezar con su mano en el aire. Aproveché su confusión para invitarle a compartir el taxi mientras me deslizaba en el interior del vehículo. Un poco vacilante se sentó a mi lado.

−Al aeropuerto, por favor −me apresuré a ordenar al taxista que me miraba con una sonrisa desde el espejo.

Inicié una conversación rápida intentando aparentar una calma que no sentía. Estaba nerviosa, caliente. “Te he reconocido, dije, he visto todas tus películas”. Aproveché para acercarme un poco más a él. “No te preocupes, no soy de esas que se dejan impresionar”. No me respondió, así que me incliné y le susurré al oído: Las veo a solas… aunque a veces también con mi novio, ya sabes, para entonarnos…

Seguía sin hablarme y creí haber metido la pata al mencionar a mi novio. Busqué sus ojos inquieta. Me tranquilicé al no encontrarlos. Estaban fijos en mi escote. Bueno, fijos no. Se alternaban con mis piernas. Las crucé despacio y allí estaban. Me llevé una mano al corazón y de nuevo volvían a estar en mis pechos.

Me excitó tanto que un hombre que había estado con mujeres de cuerpos y experiencias digamos… excepcionales me mirara así que me lancé.

−Siempre he sentido curiosidad por saber…

Por fin elevó la mirada por encima de mi cuello aunque no alcanzó mis ojos. Se detuvieron en los labios que humedecí despacio con la lengua.

−¿Os tomáis algo para las escenas especiales o usáis dobles?

Sus ojos que no aguantaron el tiempo suficiente en mi cara, cayeron de nuevo por mi escote.

No me había tocado, ni hablado, pero me miraba de tal manera que tuve la sensación de estar siendo sobada, amasada, penetrada por aquellos dos focos calientes, intensos.

O quizá cuatro, pensé, al echar un vistazo al taxista. Había modificado el ángulo del espejo para ver... ¿Mi escote? No me importó. Con él a mi lado me sentí la protagonista de nuestra propia película. Le hablé de nuevo, juguetona: No me lo vas a decir ¿Verdad? Me mordí el labio. Levanté mis caderas introduje mis manos bajo la falda arrastrándola aún más muslos arriba y enganché los pulgares en las cintas del tanga. Sin apresurarme lo deslicé hasta que quedó enganchado en el tacón de mi sandalia. Me incliné a recogerlas permitiendo con el movimiento que se abriera aún más el escote. Me incorporé mostrándoselo al guardarlo en mi bolso. Tomé su mano y la coloqué en mi muslo, casi rozando la orilla de la falda. Me desabroché el botón superior de mi blusa dejando a mis pechos mostrarse tan ansiosos como yo.

No había movido la mano. Pero yo la sentía en mi piel cálida y tan inmóvil que me estaba volviendo loca. Sentía calor en todo mi cuerpo y punzadas anhelantes justo allí, donde la necesidad palpitaba. “He pensado −jadeé en su oído− que voy a pedirte un… autógrafo”.

No resistí más. Miré al espejo retrovisor ¿No había cambiado el ángulo de nuevo? Sin tiempo ni espacio en mi mente para pensar en posibles accidentes me acomodé sobre él. Una rodilla hundiéndose en el asiento afelpado a cada lado de sus caderas. Mi lengua en su boca. Una de mis manos entre los dos. Al bajar la cremallera surgió como un muñeco sorpresa de su caja.

Y sí, sorpresa fue. Definitivamente las pelis porno también son ficción. “Un doble −pensé.” ¿Pero que puede hacer una chica en una situación así? Disfrutarla. Su sexo estaba duro y erecto. El tamaño, si no extra, satisfactorio y yo… ya lo tenía entre mis muslos.

Sus manos habían cobrado vida (¡Ya era hora!) y me apretaban contra él. La boca se perdía codiciosa entre mis pechos. El taxista casi nos jaleaba. Me dejé caer sobre su miembro, ensartándome en él. Eché la cabeza hacia atrás. Gocé del movimiento de sus caderas cortos y duros e imaginé que una cámara seguía nuestros movimientos. Primeros planos de nuestras caras, primeros planos de su boca en mis pechos, en mi cuello y una dificilísima pero excitante imagen de nuestra unión. Esas ideas me hicieron sentir tan… mi piel pareció afinarse hasta sentir el menor roce, sus dedos sujetándome, la tela vaquera de su pantalón rugosa contra mis piernas abiertas. Mis caderas encontraron su propio ritmo, mi sexo envolvía el suyo, apretándolo dentro de mi cuerpo, mi humedad nos mojaba a ambos. Se aceleró su respiración, gimiendo contra mi pecho, mordiéndolo. Me corrí un momento antes de que él lo hiciera. Nos quedamos así. Quietos, encajados uno en el otro. Sosteniéndonos mientras nos recuperábamos. Después me senté a su lado bajándome la falda. Miré por la ventanilla, faltaba poco para llegar al aeropuerto. Él aún no había hablado. El taxista carraspeo: “Ya casi estamos”. No contesté, su voz sonó ronca y dura en mis oídos. La experiencia había sido estimulante. Para ser más parecida a mis fantasías eróticas, las que había tenido cientos de veces sola en su cama o incluso con su novio cuando cerraba los ojos había faltado…

−Señorita, el aeropuerto −me dijo zumbón el taxista.

Lo ignoré. Abrí la puerta arreglándome mejor la blusa y la falda. Los clientes debían estar esperándome. Él extendió su mano hacia mí. ¿Qué querría? ¿Pensaría que iba a contarlo por ahí? Le sonreí, abrí mi bolso y saqué el tanga. Se lo dí como recuerdo.

−Toma, un recuerdo. Tranquilo, no se lo contaré a nadie.

Antes de marcharme, me giré y le envié un beso y le dije:

–Aunque hubiera preferido coincidir con tu doble.


viernes, 26 de agosto de 2011

El tren de las cinco y media

Me he levantado un poco más tarde que otros días. Por el procedimiento de ir dándole al aplazar la alarma del móvil. Nueve largos y cortos minutos cada vez. ¿Por qué nueve y no diez? No tengo ni idea, pero funciona así.
Me he levantado a tiempo para escuchar desde la cocina el paso del tren. De sentir la melancolía en el estómago, que siempre me produce su fugacidad. De pie, delante del microondas esperando que se calentara el café que sobró ayer he pensado en como esa sensación se agudiza cuando entro a una estación de trenes o de autobuses. Los sonidos, los olores, las gentes que esperan, que corren, el ajetreo de las maletas y esa mirada de ya no estoy aquí de los que parten. Los paneles que anuncian las salidas y las llegadas me causan una desazón profunda. Quizá mi alma nació viajera y yo me las he apañado para atarla en tierra.

También he pensado en la brevedad, en el paso del tiempo, en la muerte. He recordado los pocos viajes largos que he hecho en tren o en bus. Desde el asiento del tren inmóvil en el movimiento he sentido anhelo por cada pueblo dormido, por cada casa solitaria, por cada ventana iluminada en la madrugada. Por recorrer caminos ignorados, por detenerme en ese puente, por... vivir, imagino, por vivirlo todo. Ser el que viaja y el que se queda, el que está de paso y el que permanece.

Y ahora, aquí, junto a la ventana, contemplando el cielo ya teñido de rosa, con puntos dorados, azul añil y blanco pienso que si fuéramos por un momento capaces de alejarnos de nuestras vidas, de subir unos peldaños por encima y contemplar lo que somos en el transcurso de la historia, del mundo. De ver la brevedad de todo aquello que tenemos y sentimos. Si fuéramos capaces de darnos cuenta del suspiro que somos en el tiempo ¿Qué sería de nuestros anhelos, nuestras angustias, nuestros miedos, nuestros deseos, nuestra felicidad?

domingo, 21 de agosto de 2011

De orgullo, dignidades y otras cosas

Siempre he dicho que mis sensaciones se refugian en mi estómago. Suena feo, pero es así. Y más apasionado si digo en mis entrañas. También es verdad y es posible que incluso quede peor. Quizá por eso llevo toda la semana con pequeños dolores de estómago que han ido en aumento. Y ahora escribo con él. Ese dolor como si un pequeño hijo de puta estuviera clavándome un punzón en la boca del estómago.

Reflexiono sobre conversaciones que he tenido estos días y sobre las que no he tenido. Sobre el respeto que uno o en este caso, una ha de tenerse. Y como influye en los demás.

Respeto, orgullo, amor propio, dignidad. ¿Los tengo? ¿No los tengo? ¿Qué son realmente?

Son palabras, eso es evidente para cualquiera. Palabras, letras, sonidos. Sentimientos, códigos, deseos, cultura, formas de conducta. Conceptos. ¿Cuanto variarán de unos a otros? ¿Todos tenemos el mismo de cada una de esas palabras? ¿Cuánto valen? ¿Se ganan de alguna manera? ¿Si tienes determinados comportamientos te dan puntos y en un momento dado alguien aparece con un título? Ha alcanzado los puntos necesarios: Usted es digno. Merecedor del respeto de los otros.
A partir de ahora nadie tiene permiso para tomarle el pelo, engañarlo, insultarlo o despreciarlo. Si eso sucede esta usted autorizado por contrato a actuar en consecuencia. Se le sugiere diferentes posibilidades: Silencio ofendido pero digno. Alejamiento de la persona o grupo que ha demostrado su falta de respeto, aquí se puede añadir alguna de las frases que se le ocurran sobre la dignidad, por ejemplo:" si no me respetas no hablaré contigo", "esto no es digno de ti/mí". Uso de la violencia controlada para fomentar el respeto, por supuesto dependiendo de su sexo, edad y situación histórica. Puede desde lanzar un guante y retar a duelo hasta cometer un crimen pasional si se encuentra con unos cuernos impuestos que le jodan además el orgullo, el amor propio, la honra y a su mujer.

O quizá todos estos conceptos se puedan englobar en ese termino que ya lleva unos años de moda: La autoestima. El porque yo lo valgo (para algo deben servir los anuncios además de fomentar el consumismo). Pero... ¿Qué puede significar exactamente? ¿Y qué límites tiene? ¿Cuánto tengo que quererme? ¿Más o menos que a los demás? ¿Quererme a mí misma para querer a los demás? Cuanto puedo avanzar en ese camino hasta que alguien salte y me diga: eres una egoista, tu yo es lo que más quieres. Tú primero y después los demás. Y si pensamos un poco nos damos cuenta de que hay una enorme cantidad de literatura que valora justamente lo contrario: la entrega, la anulación de uno mismo por el bien de otros. La madre abnegada que sacrifica su tiempo, su identidad, sus deseos para entregarlo a sus hijos, el marido o novio o amante que lo da todo de si mismo por la mujer que ama, hasta la vida, héroes que mueren entregando su vida para salvar a un perfecto desconocido. La mujer que entrega su honra, su dignidad y su orgullo a cambio de un amor ciego y apasionado.

No puedo contestarme aún a todo esto. Conozco mi propio orgullo ¿o es amor propio? Sé más de mis debilidades que de mis puntos fuertes ¿o es esto falso orgullo? Deseo encontrar mi dignidad ¿O es miedo a vivir?

Intento ser coherente conmigo misma ¿O no es más que autojustificación?

Creo que, por lo menos durante un tiempo, dejaré que sigan siendo mis entrañas o mi estómago los que sientan que me hace daño y que me hace sentir bien. Se peleará con mi mente, mi parte más racional y seguirán (ambas partes) creando el caos, a momentos, dentro de mí. Si fuera absolutamente redicha diría algo como: no soy yo quien se recrea en la oscuridad, es la oscuridad quien lo hace en mí. Pero como no lo soy, no lo digo. Intento avanzar en la claridad y el orden pero no lo hago muy bien.








sábado, 13 de agosto de 2011

Sábado

Escribo, sí. Desde mi soledad y con unas copas de cava en el cuerpo. Escribo en mi cama, con la casa vacía. Por no gritar. Por no hacer lo que no debo. Escribo con las lágrimas. Escribo conmigo.
Hoy no hay nada más. Pensamientos, ideas, deseos.
Escribo por no hacer una locura. Para seguir sienta lo que sienta. Maldito exhibicionismo mío. Pero no me importa, por lo menos no hoy.

Escribo porque no olvido el tono de tu voz, ni tus abrazos. Escribo porque las alternativas que se me ocurren por la mañana no habrán sido una buena idea.

Escribo porque soy. El último sorbo de cava en la copa, aún queda en la botella. La he dejado fuera para no extender la tentación a una entera.

No sé porque beben los que beben siempre. No quita el dolor, ni siquiera lo disimula. Al contrario crece, me llena, me desespera.

En realidad no sé ser mala al estilo May. Ni siquiera sé que es eso. Mi bestia, la que me come por dentro no tiene más lenguaje que la desesperación.

No es tan interesante como parece desde fuera. Preguntadle a Heathcliff o a Catherine. ¿Les mereció la pena? ¿Para qué? ¿Por qué? Siempre me ha encantado esa historia, emocionado. Ya no.

¿Olvidaría en la barra de un bar? ¿Con alguien que no me importe nada? Se me ocurren dos o tres lugares. No se vive desde siempre en una ciudad sin saberlos. ¿Y luego qué? Quizá debería probarlo. O no. Seguro que empezaría a analizar todo aquello y acabaría asqueada. No de la fauna autóctona del local. Solo de mí.

Quizá sea mejor quedarme con mi mente, mi mundo de fantasía, mi mano y mi cuerpo. Para no variar.

Y aún mejor: No beber un sábado por la noche sola en casa.

viernes, 12 de agosto de 2011

El vino.

¿Alguna vez has tomado un vino fresquito, en apariencia suave, con ese sabor que se te queda en el paladar, que recorre tu cuerpo, se te sube a la cabeza, te da calor, emite chispas, te embriaga y te hace sentirte ligero y atrevido? ¿Qué te promete y te seduce como una cálida noche de verano? Tomas de más sin poder evitarlo, sin darte cuenta. Corre garganta abajo y a cada sorbo quieres más.
Alargas la noche casi hasta la madrugada. Cuando te metes en la cama y apagas la luz empiezas a pensar que quizá te has emborrachado más de lo que creías, todo da vueltas incluido tú hasta que consigues una posición relativamente cómoda y el cansancio junto con el alcohol te vence y duermes... Suena el despertador, dos horas o tres después. Y gimes, tienes los ojos arenosos, te duele el estómago y la cabeza te late anunciando una intensa migraña. Tienes que levantarte, no hay otra. Ha empezado tu día real. Te espera tu trabajo, tus responsabilidades y tu vida. Así que no tienes más remedio que arrastrarte a la ducha, prepararte café muy cargado y echar mano (una mano no muy firme) al cajón de las medicinas. Sabiendo que pagarás las consecuencias y que quizá no sea solo durante unas horas.

Amas esa chispeante embriaguez que te aligera la mente y el alma. Pero te dices a ti mismo: no más. Buscas la calma, el silencio y la paz hasta que pasen los peores efectos. Y te repites de nuevo: no más.

Existen personas como ese vino. Añoras su sabor y lo que te hacen sentir. Y causan tantos estragos en ti como el día siguiente de una borrachera.

Es muy temprano y he dormido poco. El día será largo. Ya he tomado la mitad de mi café cargado. Pronto buscaré un Ibuprofeno para aliviar mi dolor de cabeza.


miércoles, 3 de agosto de 2011

Debería estar durmiendo. Estos días son largos y cansados. Salir de casa cuando aún es de noche, cuando ni siquiera ha empezado a clarear, caminar a solas, siempre deprisa por las calles iluminadas por la luz triste de las farolas hasta la parada del bus, que cosa sorprendente tiene un bar abierto justo al lado (madrugan casi, solo casi, más que yo) con las únicas personas que veo a esas horas y en este lugar. Espero algunos minutos, pocos porque ya afino más la hora, a que aparezca el 2, ya tres días con el mismo conductor, con cara de amargado o dormido o peor ambas cosas y observar mientras como corre el amanecer para prestarme algo de de la luz que más tarde regalará con generosidad, una luz borrosa y gris la de estos amaneceres, ni rosados ni azules quizá porque desde allí no veo el mar, con cuatro nubes más grises todavía, que yo creo que sienten lástima por mí y por eso se muestran así para acompañarme.

Como puedo elegir asiento escojo mi favorito, justo detrás del conductor. Hago el viaje a medias con el MP3 y un libro. Intento no pensar en otros momentos, en esa misma línea de bus. Abro el libro, leo. Pero no puedo evitar quedarme embobada mirando el puerto. El kiosko allí mismo, al lado de la parada, el bar Calabuig, más tarde las torres de la avenida Francia y aún después la larga avenida de Marqués del Turia. Estos días observo también los edificios clásicos o mejor antiguos que la bordean. Trato de imaginarlos por dentro, ahora y en su pasado para un proyecto que tengo entre manos (no ahora, no esta semana, pero me empapo de las fachadas e imagino). Y acabo bajando frente a nuevo centro cuando ya la luz lo muestra todo. Y cruzo la calle, tomo un café para volver a descruzarla y esperar en la parada al bus que recorre los pueblos cercanos a la capital. Y luego, después de unas horas, el camino inverso, este a pleno sol, con un calor rabioso y agotada ya hasta los huesos. Sí, debería estar durmiendo ya.

Durante todas estas horas de soledad pienso en todo y en nada. A veces me duelen las muelas porque debo pasar toda la noche apretando los dientes. Hoy me dolía la cabeza y me he tomado un ibuprofeno sin agua. Pero aún así pienso, siento, guardo. Me cuento historias en las que ya no creo. Rehago diálogos que ya están muertos. Mantengo conversaciones con ausentes y lo peor de lo peor: converso conmigo misma.

A la vez, también observo: a la joven con tacones y vestido, rizos rubios, tamaño Barbie pero que más bien parece una muñequita de esas de comunión con ropa de diario. A gente de diversas nacionalidades y tonos que van acercándose a la parada casi todos con una pequeña bolsa en la mano, que debe contener su ropa de diario y que más tarde veré bajar en paradas cercanas a urbanizaciones entre diversos pueblos y caminar por esos curiosos caminos de cemento, con rampas y escaleras que suben a los diversos niveles de las carreteras. El señor mayor que sube cada día con un cubo de plantas aromáticas y al que me dan ganas de pedirle unas ramitas de romero para llevarlas conmigo. Observo como cambian los colores: del negro al gris, del gris al blanco, del blanco al azul y de ahí al dorado de ese sol temprano que adoro. Observo el movimiento del tráfico, lento, como con sueño al principio para de pronto acelerarse vibrante anunciando lo que será más tarde. Y pienso con algo de nostalgia que ya no es un agosto de los de antes, de calles vacías, carreteras sin tráfico, de ciudad como un sueño olvidado y polvoriento de una siesta de verano.

En esos largos momentos tengo tiempo hasta de sentirme extraña a todo: a la noche, al cielo, al amanecer, al verano, a la gente y sobre todo, a mí misma.

lunes, 1 de agosto de 2011

UNO DE AGOSTO

Hoy hace un año que mi ex (emocional y físicamente, legalmente no lo sé aun, como el señor juez no ha dictado la resolución o el acto o como se llame legalmente la sentencia de divorcio pues no sé bien ese aspecto) se fue de casa. Como una efemérides de los periódicos: tal día como hoy, hace un año o diez o cien. También se cumple otra efemérides importante para mí, pero de esa no voy a hablar aquí. Solo sé que ese día fue uno de los peores de mi vida. Así como se lee. No solo estaba asustada por el futuro que se extendía por delante, también estaba dolida, muy dolida. La verdad es que aquel día lo había imaginado de otra manera. Y puede que ese sea, en definitiva, el origen de la mayoría de los problemas de mi vida. La imaginación y los sueños.

Me planteo seriamente si de verdad veo el mundo tal cual es, la realidad como transcurre o me la invento, la recreo (no siempre como me gustaría, ya quisiera), la filtro por esa parte de mí que intenta hacer del mundo algo que pueda entender . Como una especie de Madame Bobary que confunde su realidad con las fantasías de sus ensueños románticos aprendidos de los libros que leía a escondidas en el convento de monjas donde se educó.

Este último fin de semana ha sido de esos de entrar en casa el viernes y no salir hasta el lunes. Que aun no lo he hecho, pero lo haré en breve, en cuanto cierre el portátil. No quiero decir que mi vida siempre sea así. En realidad soy lo suficientemente afortunada para haber ido engarzando un fin de semana tras otro en salidas especiales y bonitas. De las que me gustaría hablar en otro momento, de hecho como no sé hacer otra cosa mejor que esto de escribir me gustaría hacerlo para agradecer a determinadas personas que siempre estén ahí.

Me he dado cuenta en este tiempo que no pienso en el futuro. No pienso más que en un día o dos vista, o tal vez en la siguiente hora o el siguiente minuto. No sé si hago bien, pero la verdad es que no me lo he propuesto de forma consciente. Es así y ya. De todas formas ¿En qué iba a soñar?

Ahora mismo soy emocional y económicamente inestable. Vivo en una pequeña montaña rusa, en la que cada vez es más larga la cuesta de bajada. Y más breve los momentos en que la subo.

Racionalizo los hechos para no morirme de miedo. Para seguir adelante cada día con lo que este dé de sí. Miro a mi alrededor y sé que hay cosas que yo puedo hacer para mejorar mi vida y la de los míos, pero me da una pereza enorme. Un cansancio que creo tiene poco que ver con el veraniego. Quizá si lo repito muchas veces lo consiga: he de poner orden. Orden en mi casa, en mi vida, en mi misma. Dedicar tiempo a esas pequeñas cosas que hacen la vida más fácil y agradable. Total, nadie lo hará por mí.

Estoy sola. Conmigo misma y con mi propia fuerza. Sé que en el mundo habrá gente que estará muchísimo peor que yo. Yo tengo amigos, a mi familia, a los míos. Solo me falta agarrarme a mí misma y ponerme en movimiento.

No me resulta nada fácil. Reprimo los cabreos, reprimo los sueños. Escondo la tristeza, los recuerdos y el deseo. Dejo la pasión a un lado porque la siento culpable y destructiva.

Y escribo cuando la madrugada da para ello. Y a veces, pocas, cuando el día ya ha muerto y el cansancio hace tanta mella en mí que siento como me aplasto dentro de mi misma, como los recuerdos se pelean por salir de su envoltura y el dolor gana este permanente juego del escondite, encontrándome.

Pero sigo aquí y sigo adelante por que no sé que otra cosa más puedo hacer.

viernes, 29 de julio de 2011

AHORA

Se recuesta en la pared frente al espejo. Observa su cara. Los ojos profundos, perdidos en las sombras bajo ellos. El brillo mojado, una arruga de más y en la noche, sola con la luz de la luna, el color de la piel palidece. Los labios se mueven, murmurando un nombre. Hoy ha sabido de él. Su nombre le ha hecho pararse, guardar silencio cuando estaba a punto de salir de la librería. Un amigo, que fue común, de los dos y ya no es nada ha pronunciado su nombre y casi contra su voluntad se ha hecho pequeña y silenciosa, ha vuelto sobre sus pasos y ha fingido ordenar los libros en un estante bajo. Él ha regresado. La misma ciudad… que pocas veces han coincidido en ella. Lo siente en el aire, presionándole el pecho. Él.

Se olvida del amigo que ya no lo es en su prisa por refugiarse en casa. En su nido de paloma herida, de halcón sin garras.

A oscuras se sirve un whisky, en vaso alto y sin hielo. Le quema la garganta mezclado con las lágrimas que no quiere derramar. Busca la vieja canción que le hace sentirse en carne viva.

La voz, madura, llena de la cantante rompe el silencio. Ahondando en la fisura que recorre su ser.

Se va la noche y no me duermo, no te me iras del pensamiento, a veces hablo a los espejos, por eso saben mis secretos…

El espejo le devuelve la imagen llena de recuerdos que esconde en su interior. El vaso tocado por la luna, brilla como sus ojos cuando la miraban.

Viví en la cara oculta de la luna, equivocadamente hasta encontrarte, y cuando más te quiero siento que te pierdo…

Antes de él, el mundo era un páramo. Cercado, cerrado, sin luz. Las mismas cosas, las mismas gentes. Días eternos, repitiéndose a sí mismos. La aceptación callada de una vida sin escape. El matrimonio como cárcel. El deber ciego. Aguantar pese a quién pese y sobre todo si le pesaba a ella. Y él la sacó a la luz y le hizo bailar. La risa. La pasión… la llevó de la mano a la tortura de existir entre la felicidad y el dolor. El amor, una obsidiana clavada en su interior irradiando un fuego que consume el oxígeno de su vida vacía hasta matarla.

… Y cuando más te quiero siento que te pierdo…

Incluso ahora cuando el tiempo ha pasado, sigue amándolo en la rotura de su alma de cristal. Su nombre en el aliento de otro, ese nombre en el que no se atrevía a pensar, ha quebrado el tenso equilibrio, la paz forzada que le permite levantarse cada mañana como si de verdad estuviera viva.

Ahora, ahora, ahora, pesan tanto los recuerdos de las noches que he pasado junto a ti, ya no se vivir contigo ni sin ti

Un último sorbo de whisky, el líquido cálido en su boca, deslizándose por su interior. Las manos de él sobre sus pechos, dejando paso a sus labios y a su lengua. Besando, lamiendo las puntas oscuras que se fruncen y endurecen bañadas en su saliva. El dolor dulce y apremiante allí, entre sus piernas, que se abrían, provocativas, anhelantes. El juego de los dedos sobre el vientre, fingiendo dudar de su camino. La curvatura tierna del cuello cuando su boca se abría buscando el aire que él devoraba. El sonido áspero de la respiración en el pecho, sus dientes cerrándose contra las puntas delicadas, deseosas, doloridas. Y él, hundiéndose por fin en el centro mojado…

Se va la noche y no me duermo, y los segundos son tan lentos, entre los celos y el deseo, hago mil cosas que no debo, tiro una piedra contra tu ventana, dejo un mensaje por no dar la cara, le prendo fuego a lo que era nuestra cama…

La noche, la suya se hace eterna. Abandona el vaso en la mesilla, la ropa en el suelo al lado de la cama, desliza en ella su cuerpo desnudo. La casa llena de los acordes de la música, la arropa. La voz de la cantante la conduce al centro de su recuerdos, la letra de la canción corta la armadura que protege su razón y las imágenes le asaltan. La voz aún dormida en la madrugada susurrando no te vayas, estrechando el abrazo cuando ella siempre inquieta, en movimiento, trataba de acercarse a la ventana, encender un cigarrillo o solo contemplarle, maravillada de tenerlo a su lado.

Ahora, ahora, ahora, pesan tanto los recuerdos de las noches que he pasado junto a ti, ya no se vivir contigo ni sin ti.

Las palabras cortan la armadura que esconde sus pensamientos. Rompen el dique de los recuerdos: su risa, el olor de su piel, el peso de su cuerpo, la dulzura de su abrazo, de esos besos pequeños cayendo a miles sobre sus labios…alarga la mano y sujeta entre los dedos el teléfono, testigo y cuerda de sus encuentros y desencuentros. Marca un número al que no tiene el valor de llamar. En sus oídos resuenan de nuevo las palabras airadas. Hirientes como soldados en una guerra sucia. Luchando cuerpo a cuerpo con la ternura y el deseo. De él aprendió que amar con locura no siempre es suficiente.

Aunque me encontrara un ángel, dudaré, si me hará volar tan alto como tú.

Desde que ambos se fueron, desde que rompieron su vínculo contra las rocas de la desconfianza y el dolor, no ha encontrado a nadie que le haga subir tan alto, cruzar el cielo, mirar las nubes, amar los amaneceres. No ha sentido el vértigo de abandonarse por completo a esa montaña rusa, vertiginosa, con el alma desnuda, y el deseo puro, ardiente, calentándole el cuerpo.


Se va la noche y no me duermo, y los segundos son tan lentos, entre los celos y el deseo, hago mil cosas que no debo, tiro una piedra contra tu ventana, dejo un mensaje por no dar la cara, le prendo fuego a lo que era nuestra cama.

Una luz gris empieza a iluminar la ventana, los ojos secos y arenosos contemplan como la noche termina, escucha los latidos de su corazón enlazados con la música. Siente el peso del teléfono en su mano. Con cuidado borra el número que ha marcado. Lo deja en la mesita. No, no volverá a llamar, a dejar mensajes que lo atraigan. No se entregará de nuevo.

Ahora, ahora, ahora, pesan tanto los recuerdos de las noches que he pasado junto a ti, ya no se vivir contigo ni sin ti.

Ahora, ahora, ahora...

Ahora, ahora, ahora...

Aunque me encontrara un ángel, dudare, si me hará volar tan alto como tú

Al otro lado del cristal ha empezado a llover. Comienza un nuevo día −piensa, mientras escucha los últimos acordes de la canción− Uno más, sin él.