miércoles, 30 de noviembre de 2011

PARA ANA

Me hubiera gustado regalarte un mundo diferente, donde todo al final salga bien. No está en mis manos por mucho que lo deseé para ti. Solo puedo decirte que cuentas conmigo. Siempre y para siempre. Más tarde te daré un abrazo y te felicitaré por tu cumpleaños. Y espero que consigamos que el sábado sea una velada especial. Sé cuanto te gusta visitar pensamientos diferentes, echar un vistazo a otras formas de vivir y sentir.

Eres una persona especial, con luz propia. Indudablemente bella por fuera, pero él que se quede ahí no sabe lo que se pierde. Conocerte de verdad, conocerte por dentro, tener acceso a tu sensibilidad, a tus pensamientos, a tu alegría, a tu inteligencia, incluso a tu sensatez y tu bondad (aunque no te guste, es así: eres buena), a tu forma de colocarte en el lugar de los otros incluso en contra de ti misma, la manera en que me haces ver el mundo de otra manera, sacándome -no sabes cuantas veces- de la ceguera en la que caigo cuando el dolor o la rabia o la confusión me invaden es una de las fortunas más grandes que podrían haberme tocado en la vida. Me siento profundamente afortunada de haberte encontrado en este caminar nuestro por la vida. Me gustaría ofrecerte a manos llenas para cuando lo necesites como te siento y como te veo.
Lucha, sigue luchando siempre por ser tú. Por elegir, por decidir, por ser. Mientras pueda yo estaré ahí. Para escucharte, para reírnos, para consolarte.

Ya sabes como es esta amistad nuestra. Tan libre, que vamos y venimos sabiendo que sigue ahí. Tan libre que es fiel. Lucha por tu libertad, también. Siendo tú, ya eres. Y sin embargo sigues creciendo. Sé que cuando cumplas esos cien años aún seguirás pugnando por crecer y entender, por aprender y sentir. Espero que en ese entonces me recuerdes con una sonrisa.

Amiga mía: Feliz Cumpleaños.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Entrevistas literarias

No, yo no voy a hacer ninguna. Ya me gustaría poder entrevistar a unos cuantos autores o incluso a todos favoritos o no. Más bien hablaros de un blog que si lo hace. Está ahí al lado, en ese apartado que todos miramos alguna vez con curiosidad en un blog, en plan: ¿este o esta que leen por estos mundos virtuales?. Ese de blogs que sigo.
El nombre del blog como el título que encabeza esta entrada: Entrevistas literarias. El autor o creador un muy buen amigo mío: Ginés Vera. Me muero de envidia por las entrevistas que ha realizado. Todas ellas interesantes, algunas curiosas, todas informativas de este mundo de libros y escritores. Y de alguna forma lo que más me atrae es que son entrevistas hechas por un escritor a otros escritores, con lo que acierta a preguntar casi siempre lo que yo preguntaría, lo que a mí también me despertaría la curiosidad.

Como somos prácticos y además de escribir nos interesan temas tales como editar, distribución o como llegar a que nos conozcan voy a entresacar (me tomo el permiso, Gin, espero me perdones) una pregunta y su correspondiente respuesta de la entrevista realizada por Ginés al escritor Eloy Moreno, recomiendo que la leáis entera.

Esa es la siguiente cuestión, la verdadera historia de tu libro ¿cómo empezó todo?

Recién escrita no me plantee que hacer, la escribí y ya está. Luego sí, miré en editoriales pero era caro. Al final me hablaron de una empresa en Sevilla a la que pedí 300 ejemplares. Pensé que dejar los libros en librerías así, tal cual, no se verían; que se quedarían en cualquier rincón. Me decidí a publicitarlo yo mismo. Hice miles de marcapáginas que daba a la gente que se acercaban a la puerta de las librerías que me dejaron estar con una mesa y mis libros.

El escritor cuenta más cosas interesantes acerca de las peripecias de su libro y su forma de darlo a conocer. Así que a leer.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Rescatado

Releyendo viejos escritos, he encontrado este. Ha cambiado tanto mi situación y mi vida que leerlo de nuevo ha sido como encontrarse con una vieja conocida. Es extraño darse cuenta de cuanto sigue en mí de aquel momento y cuanto he dejado atrás. En esencia sigo siendo la misma, creo. A día de hoy he cambiado algunos imposibles de entonces, con otros por mucho que he luchado no he podido hacerlo. En aquel momento iniciaba un viaje aún sin saberlo. Un viaje de descubrimientos que ya solo terminará cuando yo misma lo haga.
Lo traigo tal cual. Creo que entonces era bastante más redicha.

Ruego a los dioses

Escribí esto hace algún tiempo. Cuando ya empezaba a tener claro que no había vuelta atrás. Qué el descubrimiento y avance de lo que soy no puede parar aunque duela. Y que dejar de ser lo que soy, matar mi curiosidad, matar ese deseo vibrante e íntimo, no va a poder ser. Soy. Existo. Pase lo que pase esta petición a los dioses no ha sido enviada, ni nunca lo será.

Hoy, doce de febrero del dos mil cinco, aquí, sentada en un claro de luna, le elevo a ustedes, Dioses Creadores de todo lo viviente que me despoje de mis cualidades como Ser.

Yo, una mujer en pleno uso de mis facultades mentales, sana, y excesivamente viva pido:Qué se me retire la capacidad de amar
Las cualidades de comprensión, compasión y calidez.
Pido que la confusión y el dolor desaparezcan de mi interior.
Qué me sea arrebatada la empatía hacia el sufrimiento de todo ser viviente.
Deseo que mis preocupaciones no lleguen a más de cómo llegar a final de mes.
Qué mis pensamientos se centren en elegir el menú de la cena o la comida siguientes.
Qué no me sienta unida al resto del universo por misteriosos lazos invisibles, es más exijo no sentir siquiera que estos lazos existan.
Deseo disfrutar de no hay tomate, crónicas y salsa rosa.
Quiero preocuparme de lo que pasa en la vida de los famosos. Me comprometo a sentir envidia, celos y a criticarlos sobre manera.
Espero convertirme en un muerto viviente.
Qué no me conmueva el hambre de mis semejantes.
Pido ser confundida con la mediocridad que me rodea.
No sentir amor, ni temor por seres que sufren en lugares y circunstancias que desconozco.
Ruego que se me arranque mi curiosidad y mi creatividad.
Qué mi mente este vacía y mi sensibilidad anulada.
Ruego que se me llene del miedo al que dirán, del respeto a las normas establecidas, así como una comprensión del por qué de estas, que me ha sido negada desde siempre.
Ruego poder cambiar de canal cuando las imágenes “hieran mi sensibilidad” o mejor aún, poder contemplarlas con indiferencia, alegrándome de que las desgracias les ocurran a otros y no a mí.

Pido ser exonerada para siempre del anhelo, del deseo a lo que no puedo tener y de la añoranza de las personas y lugares que nunca podré conocer.
Aceptare en su lugar, vivir donde estoy, compartir conversaciones de parque, preocuparme de las actividades del vecino, observar las veces que llega a casa borracho o con una pareja diferente a la habitual.
Exijo ser despojada de mi condición de mujer tierra; que muera el animal sexual que siempre ha convivido conmigo y de paso a una nueva condición de mujer light con sentimientos de pega y deseos conformados. Prometo llamar a los polvos rápidos y desganados hacer el amor.
Me comprometo a horrorizarme por comportamientos que se salgan de lo normal, a criticar con fruición al que es diferente, a mirar por encima del hombro al que piense de forma distinta a la masa.

Soy consciente de que para que esto ocurra tendré que dejar de:
Amar la luna llena
Perderme en la contemplación de los cielos.
Sentir pasión por el mar y las tormentas.
Vivir las profundidades de la noche.
Desear sexo.Tener mi vena de locura.
Llenar de palabras los documentos Word.
Asombrarme ante cada pequeña maravilla que ocurra cada día.
Buscar y seguir la evolución de mi personalidad.
Renunciar a contarme historias y sueños a cada momento.
Visitar mi mundo interior y perderme en él.
Disfrutar de los pequeños hallazgos a los que mi curiosidad me lleva.
Preguntarme por qué y a quien favorece el hambre del mundo.
Quererte
Emocionarme al pensar que me has dicho te quiero.
Buscar la paz
Recrearme en tu mente maravillosa.
Florecer con tu calor.
Sentir que estas allí; al alcance de la mano pero intocable.

Espero que tenga a bien escuchar mi petición. De antemano le agradezco su atención y espero ansiosa el cumplimiento de la misma.

Agradezco profundamente que mi petición haya sido desatendida. No sé si habrá un futuro distinto, tal vez no. Pero yo sí soy distinta y a la vez, yo misma.

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Ahora que soy el futuro de aquella mujer, puedo decirle que sí, que es distinto. Que ha podido cambiarlo. No como ella lo soñó. Ganó batallas y perdió otras. Pero sigue enamorada de la luz de la luna, de las tormentas, llenando documentos de word y contándose historias. Y no, sigue sin engancharse a los programas de cotilleo, incluso diría que ve mucho menos la tele que entonces. Que en el camino ha ganado amigos, de los de verdad y para siempre.
Le diría con tristeza que ha perdido cierta inocencia que aún mantenía. Que ha llorado mucho, ha sido feliz y desgraciada en el camino. Decepcionada y herida.
Que el camino no la ha hecho más dura ni más amarga, ni más desconfiada pero sí más directa, más fiel a si misma, más de verdad. Ya no está dividida. Que a pesar de los temores al futuro incierto que es común a todos en esta época, está en paz aunque siga luchando.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Reflexiones tras un vaquerito de jueves.

Buscar no es encontrar. Todos aprendemos o quizá deberíamos aprenderlo en algún momento de nuestra vida. Situaciones, personas, vivencias se nos ofrecen cuando las necesitamos o estamos preparadas para ello. No siempre se puede reconocer mientras sucede. Pero quizá, tal como ha salido en una conversación de amigos esta misma noche, haya que estar alerta. Como cuando conduces. Entras en tu vehículo, cierras la puerta, te pones el cinturón, introduces la llave, enciendes las luces, arrancas, tomas el volante y... tu actitud, tu mirada, tu concentración, tu postura cambia. Busca señales, indicaciones, posibles peligros. Estás alerta a lo que pueda suceder. Algunas personas son incapaces de mantener y sentirse cómodas en esa actitud. Se sacan el carné, conducen una vez o dos y se convencen de que no pueden seguir conduciendo su vehículo. Quizá haya habido un accidente grave, pero es muy posible que no, que tan solo hayan sentido el miedo a que se produzca. Abandonan y vuelven a la supuesta seguridad de su mundo conocido, resguardado, limitado.
Otras personas confunden esa necesidad de estar preparado, atento con la agresividad y así intentan imponerse a cualquier circunstancia que pueda llegarles de fuera, intentando, deseando poder más que el otro. Es, para mí, otro tipo de miedo: herir antes de que me hieran.

Otros conducen con tanta educación, tanta timidez, que siempre conducen por la derecha, nunca se cruzan un semáforo en ámbar, ceden el paso, obedecen ciegamente los límites, ponen los intermitentes y acaban... perdiéndose, amodorrándose en su mundo reglado, imperturbable sin ver siquiera los caminos sin señalizar, el niño que corre fuera del ceda el paso, sin percibir ese glorioso minuto o segundo en el que los límites se rompen, se saltan, se devoran.

No sé cual es el término medio ni la forma correcta de conducir por la vida. Nuestras vidas. Mi vida. Solo que es posible que debamos estar alerta, ampliar nuestro mundo, observar las señales, coger el volante con las dos manos, con la firmeza justa para que no se nos escape, con la holgura suficiente para poder girar, cambiar el sentido cuando sea necesario. No negarse ese segundo de locura devorador de límites, a explorar nuevos caminos sin señalizar por miedo a que se corte en algún punto antes de llegar a su destino.

Importante: no negarse a recoger a compañeros de viaje. A los amigos de siempre, a los que encuentras de forma ocasional o los que llegan para quedarse.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Reflexiones sobre sentirse nada

Dedicada a Amparo, a la que aseguré que no escribía poesía. Quizá se aproxime o quizá no.

De finales de agosto del 2005.

No juego, ni finjo, ni lloro, ni río. Ni soy, ni estoy, ni aparezco, ni desaparezco. Ni existo, ni muero. Ni crezco, ni menguo. Nada. No hay nada.

No busco, no encuentro, no siento, no quiero.
No sueño, no lucho, no grito. Nada.
No lato, no vibro, no tiemblo. No hay nada.
Sólo la cáscara llena de algo que no me atrevo a examinar. Nadie mira lo suficiente para saber que algo pasa. Ni siquiera yo.

He visto a la luna crecer cada noche un poco más. Entre nubes oscuras, asomando brillante, burlona, apenas un retazo de lo que será.

He oído el río en la noche, cuando la vegetación esta oculta. Viniendo a mí, en murmullo, en rugido.
Mañanas azules, bajo el sol indiferente. Horizontes sin límites, cielo enorme y sólo, tan sólo.

Las tormentas se han insinuado cada tarde, lejanas. Detrás de nubes amenazantes. Sin lluvia. Sonidos y luces perdidos en la distancia.

He soñado con tu mano acariciando a una criatura en una jaula. He soñado que la criatura era yo.

He contemplado trenes en la lejanía. Huyendo, melancólicos del sol del medio día.
Duelen las noches, duelen los días, duelen los pensamientos.

Pluto

De siempre he sido una mujer tranquila, alegre, sencilla. Enamorada de Max, mi marido. Nos conocimos rescatando a un pequeñísimo gatito que habían abandonado en un contenedor. Negro y escuálido por aquel entonces creció con nuestro amor hasta convertirse en una cariñosa y elegante criatura: Pluto. Max se sintió feliz cuando a los pocos meses de casados quedé embarazada. Yo también quería a mi bebe, aunque durante todo el embarazo sentí que mi cuerpo lo rechazaba como si fuera un pequeño alien alojado en mi interior. Vomité desde el primer al último día. Me mareaba constantemente y aunque debía descansar sufrí de insomnio. Max empezó un nuevo trabajo que lo mantenía todo el día fuera de casa. Lo aceptó, me dijo, por el bebe. Por nosotros. Para poder criarlo en una casa nuestra y no en el pequeño piso de alquiler en el que vivíamos, silencioso testigo de nuestra dicha pero sin jardín. ¿Verdad Pluto? Decía acariciando el pelaje brillante.
Pluto me consoló en esos meses de soledad y malestar. Se tumbaba a mi lado y me ofrecía su calor. Me seguía hasta el baño y después de observarme vomitar hasta quedar vacía, con esos verdes y brillantes ojos en los que casi podía leer la compasión se acurrucaba a mis pies cuando descansaba sentada en el suelo frío.
Por fin nació mi bebe. Max partía a menudo en largos viajes de negocios y ya había dado la entrada para la nueva casa en un pueblecito pequeño y encantador en medio de un valle, dejándonos a los tres solos. El bebe, quizá fruto del mal embarazo, no hacía más que llorar y llorar, día y noche. Yo me convertí en un ser brusco y desesperado que solo deseaba un poco de silencio para poder dormir. Pluto empezó a pasar cada vez más tiempo junto a la cuna. Una mañana en la que había conseguido adormecerme a pesar de los gritos del bebe, Pluto saltó sobre mí, sobre mi pecho. Maullando y clavándome las uñas, sentí verdaderos deseos de matarlo. A partir de ese momento no pude resistirme a darle una patada o un empujón cada vez que se acercaba a mí o lo veía cerca de la cuna, con esos ojos verdes vigilantes.

Aquella madrugada Max llevaba tres días ausente, en los que yo habría conseguido arañar un par de horas de sueño entre los llantos incesantes de mi bebe. Tenía los ojos arenosos, pegados, el dolor de cabeza más intenso que jamás hubiera sentido. Cuando alargué el brazo hacia la cuna, juro por Dios, que solo deseaba un instante de silencio. Mi mano encontró la carita del bebe cubierta con su mantita. La puse sobre su boca y apreté, apreté hasta que dejó de llorar y un bendito silencio cubrió la casa. Lo último que vi antes de quedarme dormida fueron los ojos de Pluto, intensos, clavados en mí.
Cuando la investigación terminó declarando muerte súbita, Max, muy afectado decidió que nos mudáramos a la casa nueva, en un nuevo comienzo. En ese tiempo yo no dejé de sentir los ojos acusadores de Pluto fijos en mí. Ya nunca se acercaba. El día anterior a la mudanza no pude soportar la idea de llevar esa mirada conmigo. Le serví leche caliente en la cocina, su debilidad. Lo tomé del cuello girándolo rápidamente, con la misma mano que había matado a mi bebe y lo arrojé por la ventana de nuestro piso. Sentí una fría satisfacción. Me había liberado de él. Un susurro horrorizado llegó a mis oídos: Max.
Se precipitó a la ventana. ¿Qué has hecho? Decía. Mi mano buscó a tientas el enorme cuchillo de cocina que aún no había embalado…

jueves, 17 de noviembre de 2011

Vivo

Vivo inmersa en la realidad cada día. La crisis, las noticias del paro, los políticos de turno, los tertulianos de la radio, las malas predicciones, Grecia, Italia, el rescate, la deuda, objetivos de déficit, los mercados, la banca, los ojos de Estados Unidos sobre Europa, el desencanto y el miedo de una sociedad que paga cara el sueño de una vida mejor.
Quizá como dicen algunos por encima de sus posibilidades. No sé si estoy muy de acuerdo en culpar a los pobres de a pie. ¿Qué hicieron más que soñar? Y desear… ¿Estará ahí el problema? Durante algún tiempo fue un valor. Explotado como cualquier materia prima. Si la gente pedía créditos para pagar la comunión del nene y el banco lo prestaba sin problemas y el restaurante lo cobraba con alegría, los camareros trabajaban, los invitados se divertían y el niño tenía un día inolvidable (u olvidable, vete a saber), los abuelos se mostraban orgullosos, las madres compraban vestidos, zapatos, bolsos para la ocasión haciendo de paso felices a las tiendas de ropa, influyendo con su gasto en el aumento de nómina de algún dependiente a comisión ¿Quién se quejaba?
Si las parejitas iban en busca de piso y la publicidad decía: paraíso en plena urbe, no puedes perdértelo, residencial con garaje, piscina, jacuzzi, gimnasio, seguridad privada y jardinero… y el banco te prestaba el dinero aunque fueran mileuristas a cuarenta o cincuenta años y además te lo sobrevaloraban para que pudieran comprar los muebles acordes con el paraíso y además los primeros plazos de un coche que meter en la plaza de garaje… los constructores vivían felices (y se forraban), los obreros pedían otro préstamo para acceder a viviendas similares, los de los muebles convencían: por un poco más… este es de mejor calidad y aproxima tu vivienda al lujo. De nuevo ganaba el distribuidor de vehículos, los vendedores de muebles, la industria del ladrillo, los fabricantes de electrodomésticos, los cementos, las arenas, los de la maquinaria de construcción, los que proporcionaban cristales y ventanas, quienes a su vez tenían créditos de los bancos para ampliar sus negocios o por qué no? Comprarse la casa, el chalet, el yate…
Pensando, pensando me pregunto que se ha hecho de esa cantidad de beneficios, de dinero que cambiaba de manos, que se movía de un lado a otro si tenemos en cuenta que el dinero es hoy por hoy, similar a la energía. Ni se crea, ni se transforma y en este caso cambia de manos. ¿Dónde habrá que ir a buscarlo?

En fin, lo dicho, vivo inmersa en esa realidad, pero también en la propia. En esta en la que un amigo, una amiga te tiende la mano, que la familia te ayuda, vivir centrando el esfuerzo, eligiendo con cuidado en que gasto y en que no, disfrutando mucho más ahora de la inversión en un libro, de regalarme una chaqueta necesaria, de crear platos imaginativos con poco dinero, de charlar, de reír, de escribir, de soñar. Es barato. Es satisfactorio, solo requiere una pequeña dosis de esfuerzo (eso es gratis).
En estos tiempos que corren deberíamos sonreír más. A cualquiera. Al anciano que se te cruza en la calle, al vecino, al conductor del autobús, al dueño de la tienda, a las empleadas del súper. Sonreír, ser amable, escuchar. Todo ello es gratis. No da de comer, es cierto, pero te hace sentir mejor.
Abrazarse. Abrazarse mucho. Abrazar a los amigos, a los hijos, a los padres, a las mujeres, a los maridos. Volver a hablar en susurros o a pleno pulmón. Vivir sin esperar para hacerlo que las cosas cambien.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El olvido

Dedico este pensamiento perdido, esta reflexión a ti, Amparo. De hecho sin tu generosidad no estarían estas palabras aquí. Ya lo sabes tú. Un abrazo.


Leo a Luis Rojas Marcos que habla sobre la importancia de la memoria para definir quien somos. La memoria relacionada con la autoestima, puesto que nos recuerda que hicimos, como lo hicimos y si lo hicimos bien. La memoria como herramienta de aprendizaje, pero también y esto lo digo yo, como si tuviera una papelera nos sumistra el olvido. Dice Rojas que es un arma fundamental de curación. Me he quedado enganchada en esta frase:
“Pero el olvido ayuda a pasar página, a perdonar y a enfocar un nuevo capítulo en la vida. En realidad, es un regalo para la memoria porque borra las heridas.”

El olvido como ayuda, como descanso, como superación. Pasar página, no quedarse anclado en el pasado, no llevar nuestras heridas cada día de nuestras vidas a flor de piel. Ese es el regalo de la memoria.
Leerlo en palabras de otro. Lo que mi memoria hace por mí me ayuda a entender como es posible que se hayan borrado conversaciones enteras del disco duro de mis recuerdos. A veces incluso sorprendentemente rápido. Dejándome solo la sensación de dolor, de malestar incluso de horror que me produjeron. Pensaba que era una especie de Shock, porque suelo tener una memoria bastante buena y sin embargo era incapaz de recordar la mayor parte de esos hechos, de esas palabras que me hirieron o confundieron.
Es, también, un arma de doble filo. Tiende a borrar lo malo y a dejar lo bueno. Que en principio te hace sentir mejor, por supuesto. Pero quizá esa falta de equilibrio, ese borrón a lo malo te lleva a la añoranza cuando de tiempos, amores, personas se trata. Si no puedo olvidarte y si mi mente borra lo malo que hubo, te doraré en mi memoria como si de un ídolo te trataras. O al menos, si no llego a dorarte si a pensar que no fue para tanto y que lo bueno superaba a lo doloroso.

Si celebro hoy la memoria es por habernos encontrado de nuevo. Quizá el olvido haya atacado y borrado alguna de nuestras conversaciones de entonces, Amparo, pero no la sensación de vuelta a ese cariño especial que le da un sabor de permanencia a nuestro reencuentro.