martes, 22 de mayo de 2012

BEPO, LA MARIQUITA

A Gin. De momento lo dejo así. El que esté aquí no te libra de la corrección.


En un jardín no muy lejos de aquí, vivía Bepo con sus padres. A Bepo le gustaba mucho jugar. Correr por las hojas, saltar en las ramas, pero sobre todo le gustaba cantar. Era capaz de cantar tan alto y tan fuerte que su mamá le dijo:
─Shssss… Bepo, cuando cantas así los vasos saltan, los platos tiemblan y el suelo se mueve. En casa, canta bajito, por favor. Para hacerlo así, sal fuera.
Y eso hacía Bepo. Nunca se iba muy lejos, era pequeño y le daba miedo. Encontró detrás de casa un lugar donde cada día, una flor dejaba caer las gotitas de agua que recogía por las noches.
─Aquí puedo mirarme cuando canto. ¡Oh, que bien se me ve! ─pensó Bepo al verse reflejado en una gotita. Abrió sus alas. Eran muy rojas. Contó los lunares que tenía sobre ellas─ Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, ¡siete! Siete Lunares blancos ¿Blancos?
Se miró de un lado y de otro y sí, sí eran siete lunares y blancos. Bepo pensó en mamá y papá. Ellos tenían los lunares negros, recordó.  La mariquita se encogió de hombros.
─Le preguntaré a mamá ─pensó.
Sí, Bepo le contó por la noche su mama, mis lunares y los de papá y los de muchas mariquitas son negros. Pero mira que bien queda el blanco junto al rojo. Son diferentes, pero tan bonitos como los negros. Y además, así mamá te reconocerá enseguida si te pierdes. Eres especial.
Mamá lo abrazó y le hizo cosquillas. Bepo rió feliz y se olvidó de sus lunares.
Una mañana le dijo su mamá:
─Bepo, hoy es tu primer día de colegio. Aquí tienes tu cartera con el almuerzo, un lápiz para pintar y una libreta roja con puntitos negros.
Era nueva y tan bonita que Bepo se la puso enseguida y se fue contento al cole. Cuando llegó, La Señorita Mari sonrió y le dio un empujoncito. Delante de Bepo, veinticinco mariquitas sentadas en sus mesas le miraron con los ojos muy abiertos.
─ A partir de hoy tendremos un nuevo amiguito. Su nombre es Bepo. Saludad chicos.
En toda la clase no se oyó ni una mosca. Hasta que Yogo, sentado al fondo, dijo:
Mirad, mirad… ¡Qué raro es! ¡Qué feo! Sus lunares son… blancos.
Todas las mariquitas se rieron, señalándolo.
¡A callar todos! ─Se enfadó la Señorita─ Bepo es una mariquita como vosotros, y si sus lunares son blancos, pues son blancos. Bepo, ve a tu sitio.
La mariquita se sentó en su mesa. Estaba muy triste. Tan triste que cuando tocó la clase de música, no pudo ni abrir la boca.
Por la tarde, cuando volvía a casa encontró en el suelo, al lado de la flor de las gotitas, un trozo de carbón como el que traen los reyes a los niños que se portan mal. Bepo le pegó una patada.
─ ¡Oh, no! ¡Encima me manchó de negro! ¡Carbón tonto! pensó antes de quedarse muy quieto ¿Y sí…? ¡Sí! Ya sé, mañana antes de ir al cole me pintaré los lunares.
Dicho y hecho. Al día siguiente apareció con lunares negros.  No estaba muy feliz. Pero durante la clase, Dida, que se sentaba a su lado le pidió la goma y Quita, la mariquita de delante le sonrió un poquito. Solo Yogo le miró como a un bicho raro. A la hora del recreo, Bepo se sintió alegre. Hoy si jugarían con él. Pero pasó una cosa terrible, horrorosa. El cielo sobre el jardín se puso gris y unas gotas de lluvia enormes cayeron en el patio del cole. Bepo intentó esconderse, pero Yogo, que se olía algo saltó sobre él y lo sujetó. Las gotas quitaron el carbón de los lunares y estos aparecieron más blancos que nunca.
─Encima de feo, nos querías engañar ─se rió Yogo─ ¿Quién va a querer jugar contigo?
─No soy feo ─se decía Bepo, sentado en un rincón─ mamá dice que soy especial. Me gustaría… me gustaría que les pasara algo… muy malo.
Bepo era una mariquita muy buena, pero estaba muy enfadado.
Al salir del colegio, todos se reunieron para ir a jugar cerca de un viejo pozo del jardín.  Estaba en el camino a la casa de Bepo. 
Este les seguía escondiéndose entre las flores y la hierba para que no le vieran, no quería que se burlaran otra vez, cuando escuchó gritos de miedo casi a su lado, en el camino.
─ ¡Socorro! ¡Ayudadme! ¡No me dejéis solo!
Bepo se asomó entre las hojitas de hierba. Yogo intentaba trepar por una piedra pero no conseguía que sus patitas se sujetaran a ella. Quiso abrir las alas pero le temblaban tanto que no pudo. Una araña monstruosa se acercaba a él.
─No grites pequeñito. Me duelen los oídos cuando lo haces. Nadie va a ayudarte. Tienen tanto miedo como tú ─le dijo la araña a Yogo, relamiéndose.
Al escuchar esto, Bepo salió de entre la hierba y voló hasta la roca. Cuando estuvo encima, cogió mucho, mucho aire y cantó. Cantó muy alto y muy fuerte. Tanto, tanto, que la araña se tapó la cabeza con dos de sus patas mientras las otras seis caminaban hacia atrás. Bepo alargó una pata y ayudó a Yogo a subir hasta la piedra.
Para cuando la araña se dio cuenta de que había sido una mariquita pequeña quien la había espantado, Bepo y Yogo ya volaban sobre ella y rompieron juntos a reír cuando la araña levantó sus patas al cielo llamándolos.
Desde ese día fueron amigos y si a veces Yogo aún pensaba que Bepo era raro, también sabía que era una mariquita generosa y valiente. Y Bepo volvió a ser feliz sintiéndose especial y único.

No hay comentarios:

Publicar un comentario