jueves, 27 de septiembre de 2012

Pedralba

A principios de junio hablaba sobre un incendio del que me llegaban hasta casa las cenizas. El cielo cambió incluso de color.
Aunque parezca mentira, hay que recordar que estamos a jueves, otros nueve incendios se han declarado en esta semana: los conatos de incendio en Alzira,Jávea y Náquera, una zona entre Xátiva y Manuel y el que se inició el domingo por la tarde que comenzó en  Chulilla y se extendió por la senda que bordea el Turia: Ribarroja, Vilamarxant, Benissoda, Benicolet, Gestalgar... Pedralba.

Pedralba es mi Pedralba. No tiene que ver con haber nacido allí, que no es así, ni con lo que sentirán los que viven, trabajan, llevan a sus hijos al colegio del cada día del pueblo.

Mi Pedralba es un sentimiento, es un recuerdo, es mi niñez, son mis padres, mis tíos. Pedralba era mi abuela, las noches pasadas en su cama escuchándola rogar por cada uno de la familia e incluso los que no lo eran, Pedralba era verla en misa, golpeándose el pecho con fuerza en el Yo, Pecador. Pedralba, veranos largos con mis primos y mis hermanos dejados en custodia a mi abuela. Pedralba era madrugar y "baldear la calle", en compañía de mi madre. Madre activa, joven, tan diferente a mis recuerdos posteriores.

En el término municipal de Pedralba, compraron mis tíos un terreno en el monte. E iniciaron la construcción de algo que aquí llamamos: "La caseta".  Mi tío que era mecánico construyo primero un garaje, con foso y todo y la balsa. Mi abuela plantó un geranio francés y varios rosales. Inició los cimientos de la casa. Pequeña , siempre ha sido pequeña para la cantidad de gente que la hemos habitado o visitado. Después la vendió a mi padre.

Fue la amargura de mi adolescencia. Nunca se es más rebelde con causa o sin ella que a los catorce años. Y recuerdo que pasar los fines de semana haciendo de ayudante de albañil para mi padre no era lo que más me apetecía en la época. Puedo ver aún si pienso en ello las montañas de arena y grava, los sacos de cemento y el lugar donde se mezclaban. El capazo negro que había que llenar una y otra vez. Las discusiones y el mal humor. Mi padre no entendía que me parecía la tarea más aburrida del mundo. Aunque fue capaz de encontrar otras peores. Recoger piedras del terreno, arrancar malas hierbas, cavar para el pozo.

Todo esto mientras hacíamos noche en el garaje que tuvo la virtud de convertirse en una cama inmensa mientras avanzaba la construcción de la casa. Durante el día era cocina, por las noches era divertido. No había tele, como mucho una radio a pilas. Con lo que eso supone siendo todos prácticamente niños. Se contaban historias, chistes, se jugaba a las cartas, al cálculo mental (cosas de mi padre). Todos juntos como animalitos a punto de invernar.

Son tanto los recuerdos que vienen a mi mente, que necesitaría un libro entero para contarlos.
Pero ahora, en estos momentos, lo que veo son las fotos que me mostró mi hermana ayer. El fuego ha devorado gran parte de los árboles que plantó mi padre, el geranio francés y las rosas de mi abuela, el pequeño jardín que plantó mi madre delante del porche. El fuego subió por detrás de la balsa, hizo estallar la ventana de la cocina, que yace ennegrecida sobre el fregadero. Era de madera, antigua e imagino que muy seca de este verano sin lluvias. La mayoría de los azulejos han saltado y los que quedan están combados. Es curioso ver como la cortina de tela que cubre el hueco de la despensa se ha salvado, caprichos del fuego que parece elegir: esto sí, esto  no. Se ha quemado toda la vegetación que rodeaba el garaje, al que fui tantas veces a la parte de atrás para fumar a escondidas. Hay una horrorosa capa de ceniza en la parte de atrás donde mi padre soñaba con hacer algún día una piscina en condiciones.

No podemos quejarnos. Estoy muy segura de que mucha gente ha perdido muchísimo más. A fin de cuentas la casa sigue allí, la tierra sigue allí, aunque ya nunca más florezcan los geranios franceses de mi abuela.




martes, 18 de septiembre de 2012

La Orquesta filarmónica

Este fin de semana he vivido una experiencia nueva. He visto muchas veces el Palau de la Música, siempre por fuera, a pie o en bus. Pero nunca había entrado. Mi impresión general: espacios amplios, elegantes y un poquito imponentes. Pinturas y fotografías en las paredes. Me gustó la composición de estás últimas. Cuerpos desnudos de hombres y mujeres en blanco y negro. Sombras y luces que los convertían en paisajes a recorrer con la mirada. Alguno de ellos podría tenerlo en la pared que enfrenta mi cama.
Muchas escaleras. Estábamos en el primer piso y veíamos la orquesta desde arriba en un lateral. Un poco incómodo en algunos momentos porque una parte del escenario no era visible desde ese ángulo. Creo, no puedo asegurarlo que también es la primera vez que veo un concierto de música clásica en directo. Me impresiono la etiqueta del asunto. Los trajes negros, los peinados sencillos en las chicas, los rostros que no mostraban la pasión por la música, en un intento, quizá de convertirse en parte del instrumento que crea la música. De darle el protagonismo tan solo a las notas que ruedan, se elevan, envuelven al oyente haciéndole cómplice de los sentimientos, las sensaciones que el autor volcó en ellas.

La música junto con la impresión del Palau que visitaba por primera vez, las ropas formales de la mayoría de los asistentes, la forma en que los músicos sostenían sus instrumentos, como se abalanzaban a cambiar las páginas pautadas en los atriles, la dirección de Carmen Mas con los movimientos elegantes de sus manos, sus brazos, su cuello, su sonrisa, su mirada, como si toda ella fuera una batuta, el juego de las sillas en el escenario, aumentando o disminuyendo en función de los músicos (instrumentos) que iban a aparecer en la pieza, despertó mi curiosidad y me alejó, creo, del propósito final, del dejarse llevar y transportar por los sonidos a otros mundos, excepto cuando un solista con su violonchelo consiguió hacerme perder de vista todo lo demás. Me contó una historia en la que mi imaginación vio drama y arrepentimiento.

¿Lo qué más me sorprendió? La presentación de la orquesta. Creada o "alumbrada" por la Asociación Foro Económico y Cultural Hispano-ruso, nos hablaron de lo mucho que teníamos en común los rusos y los españoles, sobre todo los valencianos.

Fue una tarde diferente, curiosa y ya no puedo decir que nunca he estado en el Palau.
¡Ah! Y el café y la charla de antes y después con Ana. Como siempre, lo mejor de lo mejor.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Mi Ordenador


Hace como semana y media, algo más que me quedé sin PC. Me ha costado una pasta pero ya está aquí. Recuperado y saneado. No puedo decir que vaya más rápido, pero va y bien que es lo que importa. Durante este tiempo, aunque podría haber cogido papel y lápiz para escribir que mira que puede ser barato y portátil, no he escrito ni una palabra. He roto mis rutinas. Me acostaba tarde, veía algo más de televisión, leía mucho y claro, madrugaba menos.
La he echado de menos, la rutina, digo. Me he sentido un poco vacía mientras organizaba en mi mente ideas que probablemente nunca verán la luz.  Como tantas otras que solo se pueden ver en mis documentos y que por tanto solo veo yo… a veces. Cuando retorno y releo sobre algún texto escrito en otro momento de mi vida y me da la pista de cómo me sentía entonces y los guardo porque me gustan o porque no me gustan pero ya están ahí mostrándome a mí misma en las buenas y en las malas. En algunas ocasiones hasta puedo rescatarlos y convertirlos en relatos, distintos de lo que estaban destinados a ser.                                                                                                 
Recuerdo que me llamó el chico que lo ha reparado y me preguntó si quería guardar algo de lo que había en el ordenador. Había que cambiar unas cuantas cosas y en el proceso iba a desaparecer todo lo que existía en él. Horas y horas de soledad ante el teclado. Le pedí que salvara mis documentos. Están aquí todos. Pero eso me hizo recordar mi otro ordenador ya muerto. En su disco duro, aún por salvar. En los años que hay allí guardados. En lo que viví fuera y dentro de ese cuarto para el ordenador. Es mi memoria de aquel tiempo. Sé que aún puedo recuperarlo, lo he preguntado. Hay probablemente una buena cantidad de relatos terminados o por terminar. En él empecé a escribir de forma más consciente. Pero también hay una especie de diario, en el que me esforzaba en recordar poner fechas. En el fondo no sé si quiero tenerlo. No sé si quiero recordar aquellas madrugadas que recuerdo invernales aunque no debían serlo todas, envuelta en una manta, con solo las manos libres. Aquellos días que se encadenaban y confundían en mi propia mente confusa. Hay un mundo de tristeza allí, en una memoria perdida en un aparato muerto. Pero también alegrías salvajes y profundas. Y realmente no sé cuál de esas dos sensaciones me da más miedo recordar. 

domingo, 2 de septiembre de 2012

Domingos

Recuerdo aquellos domingos por la mañana cuando mi objetivo era robarle al día unos cuantos minutos más de sueño. De aquellos domingos eran guardianes mis padres. Empeñados en despertarnos antes de las nueve y a poder ser a las ocho. Mañanas en las que cerraba los ojos intentando no apretar demasiado los párpados, regular mi respiración y seguir sintiendo, disfrutando de la tibieza de la cama a pesar del ruido de mis hermanas levantándose, de mi padre hablando en voz en grito, repitiendo aquello de: Son las nueve y media, cuando no eran ni las ocho. El sonido de los vasos, el olor del café y la leche caliente, el trasiego de la cocina al comedor, de las discusiones por el baño: eramos ocho en casa y un solo cuarto de baño. Las conversaciones del desayuno en familia, en la mesa del comedor, todos juntos.
El repiqueteo en la puerta de la habitación, el levántate que no te permitía ni soñar despierta, el deseo adolescente de que desaparecieran todos y me dejaran en paz.

Hoy soy mi propio guardian de los domingos y es irónico que sea incapaz de permanecer en la cama una vez abro los ojos. Estas mañanas de domingo que son como esqueletos a los que habrá que ir recubriendo de pensamientos y acciones. Es el día más extraño de la semana si lo piensas bien: amanece blanco y luminoso como un jueves y va adquiriendo a partir del mediodía los tonos grises del lunes.

Pero aún estamos de mañana, quedan horas para el anochecer, me voy al rastro y tengo su alegría por delante.