miércoles, 15 de febrero de 2012

LOS TRES AMORES

Dedicado a Josep, por su amabilidad, por tener siempre esa sonrisa y porque se lo he prometido.


Paso como siempre, con prisa, por la calle. Son las ocho y veintitrés de la mañana y tengo que llegar a mi destino antes de la media. Dejo atrás un banco, un par de bares, un ultramarinos, un kiosco y llego a la pequeña pizarra verde que en tiza dibuja cada día nombres dulces: Coca de carabassa, de figues… Pero hoy me ha sorprendido, atrapándome un mensaje distinto blanco sobre verde: La historia de los tres amores. Entra i preguntan’s.

Este “entra” te indica una puerta de cristal. Tras ella un largo mostrador cubierto de pecados dulces y salados, el pan y la cafetera que confieso, es casi el único pecado en el que me permito caer. Nou Stil se llama. Moderno, cómodo, elegante. Adoro las lámparas de diversas formas y colores que caen sobre las mesas del fondo, la larga barra donde encuentras los periódicos y el suelo que parece antiguo siendo nuevo, y allá en la puerta del fondo, la que lleva a las entrañas operativas del lugar, un enorme mapa de cómo era la zona en otros tiempos, me fascina.

El “preguntan’s” me conduce a Josep. Agradable, divertido, con una sonrisa auténtica, abierta y directa, que conoce a todos sus clientes por el nombre. Que me conoce por mi nombre y hasta mi faceta de escritora, así que no va a extrañarle que pregunte. Y lo hago, pero más tarde. Sobre las doce y media ya estoy delante de él. Escucho y me cuenta con su castellano bañado en el acento dulce y melodioso de los que su idioma materno, es la lengua de mi tierra la historia de Los tres amores:

─Hubo una vez un chocolatero francés, en Francia son famosos por sus chocolates, que pasó mucho tiempo pensando en el amor, intentando quizá desentrañarlo o tan solo entenderlo. Un buen día llegó a la conclusión de que existían tres tipos de amor: El amor adolescente, ese de la primera juventud. Tierno, inocente, plagado de miradas, de roces, de suspiros, de palabras románticas, en una palabra: dulce. Infinitamente dulce hasta el punto de ser un poco empalagoso. Y creó un bombón ─aquí Josep señala una bandeja de bombones en forma de corazón que reposan bajo el cristal del mostrador─ de chocolate con leche relleno de dulcísima mermelada de fresa.

El segundo amor llega más tarde, ya adultos. Un amor intenso, apasionado, lleno de fuego, que te vuelve del revés y hace que tu piel se afine, tiemble y escueza. Ese amor que llega a doler, a romperte y romperse con el roce abrasador de la vida, que contiene en él un toque de amargor. Así que creó otro bombón con su esencia: chocolate negro relleno de mermelada de naranja amarga.

Y por fin llegó al tercero: El amor maduro, pasado ya el ardor de la batalla, fuerte en la rutina de lo cotidiano, sereno y equilibrado, perfumado de miradas que lo comprenden todo, susurros apenas escuchados, silencios que abarcan una vida. Y para este último amor concibió un bombón de chocolate blanco relleno de fragante mermelada de frutas del bosque. Sugerente en el blanco que nos recuerda el inexorable paso del tiempo, en el sabor ácido, fresco, profundo, dulce de las pequeñas bayas silvestres.

FELIZ SAN VALENTÍN

domingo, 5 de febrero de 2012

LA PEQUEÑA DIANA

La pequeña Diana no es una flor, ni un ángel, ni siquiera es humana. A veces ni siquiera es. Aparece y reaparece como un soplo de aire. Recorre sin cesar un mundo que no existe y que, si existe, pocos ven. Ella es así. En ocasiones me visita y me envuelve en los aromas desconocidos de otros lugares.

Unas veces me trae alegrías desconocidas, me llena hasta arriba de dulces olores, imágenes que no sé de donde saca. Me trae el perfume de la luna y cantos dorados. En otros momentos, es un sí es no. Y me cubre con el velo triste de lo cotidiano. Lo saca sin más y apaga luces en mi alma.

Otras, viaja a submundos llenos de dolor, opacos, oscuros y tristes. Me tira en ellos y me baña en su olor a podrido.

La amo y la odio.

La pequeña Diana trae en sus manos un flagelo, un recuerdo, una flor. Lo mezcla todo y lo confunde. Y me flagela con la flor, me acaricia con el flagelo y me olvida con el recuerdo.

La pequeña Diana, no es lo que yo soy y no soy lo que ella es. Y sin embargo viene y se queda.

Cuando esta de humor lucha por mí. Se levanta, se alza y crece. Se viste conmigo y usa mis palabras, mis gestos y mi voz. En esos momentos la contemplo desde el centro de mi ser. Juega a ser un niño que juega.

Cuando no quiero verla, me sumerjo en el agua. Tapo nariz, boca y oídos, cierro los ojos con fuerza y espero a que se aleje. Me ahogo en mi misma hasta que dulce, toca mi mano, mi piel, mi cara y me hace mirarla a los ojos. Me saca del agua. Se sienta conmigo en la orilla y comparte durante un momento mi pena. Y después se va. Y yo por fin sola, me seco al viento, me seco tanto que me convierto en un objeto de barro. Frágil. A punto de romperse. Las voces que pasan me advierten: Sí te quedas ahí, morirás. Y yo en mi silencio pienso: ¿Y qué?