viernes, 28 de junio de 2013

Leer

El tiempo vuela. Es una perogrullada, lo sé. No solo me pasa a mí, se lo escucho decir a todo el mundo. Pero es que yo tengo la sensación de que corre tanto que pocas veces tengo tiempo para "retirarme" conmigo misma y mis placeres. Que conste que hablo de los inocentes que para los otros siempre hay tiempo. Es broma... o no.
Hablo de tumbarme tranquilamente con un libro y dejar que me atrape, me limpie la mente y a la vez me la llene. La lectura como método de relajación según May. Vale que lo hago de vez en cuando, pero casi siempre con la sensación de que tenía que estar haciendo otra cosa. De que estoy robando un tiempo valioso que debería dedicar a algo más. Y eso en cierta manera me jode.

No recuerdo, como imagino que casi nadie, cuando empecé a leer. Guardo en mi memoria fragmentos vividos de un aula con suelo marrón en el que yo me sentaba para organizar fichas de plástico verde transparente, con sílabas escritas con rotulador. Recuerdo la pizarra verde oscuro y los dictados, incluso la cara de la monja que nos daba clase aunque no su nombre. Pero no recuerdo el salto del aprendizaje al placer. En mi mente salto de jugar a las muñecas escondida detrás de las cortinas del cuarto de mi hermano a estar en el mismo lugar acurrucada con un libro en las manos. La mayor parte de las veces eran libros prestados de una casa donde iba mi madre a limpiar. Libros antiguos que contenían tesoros. Una versión no para niños de Alicia en el país de las maravillas muy inquietante con esas ilustraciones obsesivas. Un yanki en la corte del rey Arturo. Se me quedó grabado el nombre de Melisenda. Cuchifritin y Celia en las ediciones originales y no esas de imitación que ya luego y, confieso uno de mis vicios más secretos he ido comprando por ahí. El club del pino solitario de Malcon Saville (estos también están en mi mente en cada feria de libro de ocasión o en cada tienda de lance que visito), Los cinco, por supuesto... Creo que ya a estas alturas empiezo a confundir los que leía en aquella casa con los que de seguro me regalaba mi tía. Los libros de cuentos, de los hermanos Grim y los de Perrault, Julio Verne para niños y también esa colección de Jóvenes audaces que me regaló mi madre para reyes con la idea de que la leyera en las vacaciones o en verano.

Durante mucho, mucho, mucho tiempo la lectura ha sido refugio, placer, relajación, vida robada a la vida. En algunos momentos fue olvido.

No sé si es bueno o es malo. En algunos momentos he pensado que he buscado en la vida lo que la literatura ofrece. Pero claro, las reglas son completamente distintas. Esta reflexión la guardo ya para otro día.

En fin, que parece que la vida está empeñada en joderme las horas de lectura. Imponiéndose sobre ellas con el ritmo acelerado que le es propio. Y eso, que echo de menos dejar pasar las horas con un libro entre las manos.

Hala, que llego ya tarde.

viernes, 21 de junio de 2013

Llega el verano



Según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional (Instituto Geográfico Nacional - Ministerio de Fomento), el verano de 2013 comenzará el viernes 21 de junio a la 07h 04m hora oficial peninsular, una hora menos en Canarias. Esta estación, que es la más larga del año desde hace algunos siglos, durará 93 días y 15 horas, y terminará el 22 de septiembre con el comienzo del otoño.


Queda poco más de hora y media para que empiece. Desde ahora, desde el momento que me pongo a escribir directamente aquí. Aunque para mí, extraoficialmente empezó el sábado pasado. ¿A qué se debe ese adelanto en  la percepción? Podéis pensar a que ya hace un calor de cojones desde hace unos días, aunque este año ha sido raro, raro respecto al clima. Pues sí, por eso y porque fue el primer día que me puse falda sin medias. Ya, ya sé que parece una chorrada. Pero este año y también el anterior y el otro, en invierno he llevado las faldas (ejem, para los que me conocen: juro que tengo más que la falda vaquera... tengo otra negra) con panties más bien tupidas y algunos días directamente con leotardos finitos (como me suena a infancia esta palabra) acompañados de unas botas comodísimas, las más cómodas que he tenido  nunca. 

Pero el sábado pasado ya y por fin hacía demasiado calor para todo ello, así que sí: falda, piernas desnudas y zapatos descubiertos. Y una sensación tremenda de salir a la calle en bragas. Lo juro. Me resulto extrañísimo. Salir de casa con esa ligereza, digo. Qué parecerá una chorrada, y lo será, pero me pasé el viaje en bus estirándome la falda porque tenía la sensación de que me sentaba con el culo desnudo en el asiento. Y más tarde, durante la cena de la noche, el fresquito y volvió a hacerlo se colaba tranquilamente donde no debería... en las piernas, muslos arriba, mal pensados. Que estuve sentada la mayor parte de la noche a una mesa larguísima al aire libre, si es que queda de eso: libertad, quiero decir, porque aire sí había. 

En la mesa mi familia al completo más familias políticas y amigos. Era la cena de Proclamación de mi sobrina como fallera mayor de su falla. Muy guapa ella vestida de rojo ¡Cómo se lleva el rojo este año para actos varios! Ya he visto esos trajes tan llamativos en diversas bodas (que no es que haya ido mucho de bodas, más bien nada, pero me he cruzado con alguna y he tomado nota). 

En fin ¿Qué podría contar de esa cena? Siempre que se reune la familia surgen mosqueos. Vale, no siempre pero casi. Esta vez también. Nada serio: una broma mal entendida y de pronto me encontré en plena infancia y dije: ¡Hala, pues ahora no ceno! Y coño, no cené. Los ataques de amor propio, tan... propios de mí en una época a veces vuelven a atacarme a traición. Pero ahora soy mucho más madura y consciente y seguí charlando como si nada, en este caso con mi cuñada, con el bocadillo sin desenvolver delante de mí hasta que levantaron las mesas. Eso sí, no renuncié a mi cafetito ni a la ración de tarta que había hecho mi hermana mayor (No, no es con la que discutí, es que somos muchas). Así que el cabreo fue controlado y dejé bien alto el pabellón de mi orgullo con el bocata sin comer.

Ea, que cuento mucha chorrada ya. Este post es para darle la bienvenida al verano, a los días largos, a luz, al calor, al mar quien tenga posibilidad, a las tertulias en terracitas con café o cerveza, a las vacaciones (este año, por fin, cogeré unos días: ha sido necesario conchabar a unos y a otros, pero tendré), a la pereza de sofá, a la nostalgia de otros veranos que seguro que guardamos todos en nuestros corazones, a la vida en la calle, a las noches cálidas, a las ensaladas y los helados... 

Hoy será el día más largo del año y es viernes: el que pueda que haga o si no, que se haga...

domingo, 16 de junio de 2013

SIGÜENZA

Desayuno frente al teclado, café y cruasán, esté último cortesía de Ana y pienso en el contraste con el fin de semana pasado. Hoy escucho los pájaros y por la ventana adivino el amanecer en el mar comiéndose el gris azulado. El rosa y el dorado se esconden detrás del edificio que diviso desde aquí. Hará calor, como ayer, como antes de ayer muy diferente al fresco y lluvioso sábado que viví la semana pasada en Sigüenza. 
Solo había estado unas horas el año pasado, de aquella visita me llevé el recuerdo de unas increíbles patatas fritas, de la majestuosidad, la oscuridad y la luz, el peso del tiempo en la catedral de Sigüenza, de ese mismo tiempo (otro tiempo: pasado,  lento, desconocido, misterioso, melancólico) que nos acompañó en el paseo por sus calles antiguas necesariamente breve, con casas hechas de piedra, solitarias, expuestas al sol, de la figura del Doncel que, confieso mi ignorancia, nunca había escuchado y  mi deseo de volver con más tiempo (este el actual, escaso, veloz, cargado de ansiedades) a perderme en aquellas calles medievales.

Con lo que no contaba al volver fue enamorarme de los campos, de la tierra que esta primavera lluviosa y fría ha forrado de distintos verdes intensos que han reconfortado mi alma siempre ansiosa y mediterránea. Me enamoré de las amapolas, de la lavanda, de las flores amarillas y blancas de la manzanilla. Me enamoré del cielo, de los cambios, de la lluvia de la mañana y del sol de la tarde, de los pueblos: Palazuelo amurallado, Carabias con su iglesia románica,  envueltos  ambos en un silencio intenso y pacífico,  Atienza al caer la noche con ese frío sombrío que me arrastraba a otras épocas lejos de la tarde de junio en la que estábamos. A la sombra de su castillo, de la iglesia dominando la plaza porticada, bar, café con leche calentito y la pregunta obligada: ¿siempre hace este frío en junio? No, no siempre lo hace lo que me permite creer que ha sido un regalo especial para mí. Carretera, salinas, campos, paz, dulzor y noche.  

El punto central de nuestro viaje ha sido Sigüenza, claro. Volvimos a visitar la catedral y escuché los cantos que formaban parte de un acto religioso, la misa, que no quisimos invadir como turistas que éramos;  un cartel grande avisa que aquellos que no vayan en busca de alimento religioso para el alma no pasen. Sin embargo ofrece otros alimentos a los ojos, al corazón, a la piel. El estremecimiento de los ecos del pasado que a poco abierto que se esté nos conmueve y sí, también alimenta esa alma perdida nuestra o mejor, mía.
Después un paseo por una ciudad concurrida y moderna, con tanto tráfico que me descolocó. Viaje de ida y vuelta del pasado al presente para encontrar aquí y allá las iglesias de San Vicente, Santa María, la de Santiago; el convento de las Ursulinas, la ermita de san Roque, , el museo Diocesano, la casa del Doncel, la Alameda, la plaza mayor con sus arcadas y su pequeño mercado y el espectacular castillo parador donde tomamos un café para poder adentrarnos en él y palpar de primera mano el ambiente re-creado de enormes salas, techos altísimos, el patio con el pozo y ese cartel a su lado que despertó mi imaginación advirtiendo que desde allí antes se podía bajar a las supuestas mazmorras que dormían bajo nuestros pies…
Una sobredosis de historia en vena de la que reposábamos en La Posta Real, con la amabilísima Lidia siempre al pie del cañón, contestando a mis preguntas, contándonos un poco más de la historia, comunicándonos las actividades que podríamos realizar durante el fin de semana, hablándonos de castillos y fantasmas como La Manuela en el Castillo de la Riba, que me perdí porque un fin de semana no da para tanto. Nuestra habitación era cómoda y calentita. Parece raro, a mí me parece raro valorar el calor en junio, pero se agradecía enormemente la ducha calentita, la presión perfecta, la manta de la cama, de la firmeza del colchón y de… vale, de eso que no cuento.  Y como cenamos en la habitación previo paso por un Día, de la mesa junto a la ventana (hay que ajustar los gastos, siempre).  

Me llevo conmigo los desayunos del sábado y domingo con Lidia. Para mí es un momento importante ese primer café mañanero y acompañarlo con buena conversación es una delicia. Es curioso como a veces encuentras a personas con las que te cuesta muy poco abrirte. Tienes la sensación de que con un poco más de tiempo, en otras circunstancias podrían convertirse en verdaderos amigos. Esa es la impresión que me lleve con Lidia. Desde aquí y si me leyera un recuerdo. Es de esas personas valientes que un día abandonó la vida de locura en la ciudad para irse a vivir a otro tiempo, a otro ritmo. Con palabras de ella misma: en un lugar donde el tiempo cunde más.  Donde se vive más próximo del vecino y un paseo acaba convirtiéndose en reuniones improvisadas de amigos delante de una cervecita.

No se me puede olvidar, ya en la vuelta la visita el castillo de Pelegrina. Aparcamos muy arriba, después de cruzar el pueblecito silencioso y pacífico. Caminamos por un sendero cuesta arriba para descubrir  las vistas desde el cerro donde se alza lo que queda del castillo. Impresiona siempre alargar la mano y acariciar (yo es que soy muy de tocar) las piedras que una persona viva e inmersa en su tiempo y que jamás pensó que en un futuro yo haría ese movimiento, colocó allí. Quién sabe si lo hizo mientras bromeaba con el compañero, si al contrario le dolían las muelas o la espalda, si después de colocarla se sentó a comer o a dar un trago de agua, si lo hacía obligado o era su medio de subsistencia… No sigo que me lio y ya está quedando tocho esto.

Un último apunte y un propósito: hicimos una breve parada en el mirador del cañón del Río Dulce (por cierto hay otro que se llama Salado). Espectacular de verdad y sorprendente. Mi propósito: me encantaría volver con la ropa y el calzado adecuados para hacer una pequeña excursión.