sábado, 14 de diciembre de 2013

Señora Amparo

Cuando conoces a una persona buena siempre te cambia de alguna forma. La bondad y el amor siempre van unidos. Te conmueve, se filtra en tu corazón, en tu alma y sana incluso sin saber las heridas que encuentran a su paso. Esto lo escribí hace unas semanas, no muchas. No sé de que otra forma honrarla, excepto manteniendo su recuerdo.
Fue un honor y un placer conocerla y asistirla en estos últimos años.

Cuando la vi desde la puerta en la cama con el pelo blanco tan cortito, los ojos cerrados, la boca prieta, el color de las lucecitas de todos los santos, el camisón azul que tantas veces le he puesto cubierto por la sábana blanca me acerqué despacio.  La muerte es un misterio.  Era ella y no lo era. No hay momento en que crea más en una vida después de la vida que en este. 

Cada día me marcaba el objetivo de lograr un reconocimiento, una comunicación. Una sonrisa, una palabra, una mirada. No más, pero tampoco menos. Le hablaba cuando le daba la medicación, me miraba resignada, pero me miraba, se la tomaba con más o menos esfuerzo, pero se la tomaba. A medias, yo creo, por su carácter disciplinado que no perdió nunca, a medias por mí, porque se lo pedía. Porqué le alzaba la cabeza, le pasaba el brazo por los hombros, porque le hablaba y se lo pedía. Y sí, aunque ya no hablará, aunque me costará retener su atención (a saber en que mundos propios, en que ensoñaciones y recuerdos estaría) yo la notaba conmigo. Quizá un poco resignada a darme el gusto. Y le daba de beber despacio, a poquitos, intentando no desparramar ni una gota, para que el antibiótico hiciera su curso y el analgésico mitigara sus dolores.
Después el desayuno: “¡Venga, Señora Amparo! Que esto esta más bueno y calentito!” La radio puesta y yo hablando sin parar, de las noticias del día, de si hacía frío, del bus, le preguntaba como había dormido, que había hecho la tarde anterior, le contaba que haríamos por la mañana. Y ella me miraba y me miraba y sin darme cuenta, le tocaba la cara, el cogía la mano, le acariciaba el hombro.  En esos momentos no existía nada más en el mundo. 

Ha pasado una semana. Ha sido dura y la ausencia pesa más cada día. La muerte es inevitable nunca diré deseable. Deseable es que desaparezca el dolor, el  sufrimiento que en ocasiones le acompaña.  La muerte es un vacio aterrador e incomprensible. De estar a no estar solo hay un suspiro.
Pero yo no creo que todo se desvanezca.  Con todo lo que quieres al cuerpo, a lo que ves y tocas de la persona querida, yo tengo la sensación que cuando la muerte llega nos deja una habitación de la que su dueño ha salido para no volver, recogiendo cuidadoso todas sus pertenencias.  Ha cerrado la puerta y se ha ido con las maletas llenas de las vivencias, recuerdos, personas queridas. Se va con sus cosas. Solo en ese momento yo lo veo tan claro, me sucedió con mi padre, con mi madre y también ahora. Me es imposible creer que la esencia, el alma, la chispa desaparezca con el cuerpo. Solo hay que mirar y sentir  para darte cuenta de que no somos un cuerpo, un cerebro, unas funciones vitales. Vivimos en él solo de forma temporal para después seguir nuestro camino.  Con nuestros amores intactos, nuestras luchas aprendidas o no.
Puede resultar extraño e incluso  me da como pudor poner en palabras estos pensamientos.  Pero es una certeza íntima que nació desde la primera vez que sufrí la muerte de una persona querida. Me he preguntado si es la forma en que yo me autoconsuelo o me engaño.  Pero cuando aquella primera vez acompañé al féretro de mi padre al cementerio, cuando lo vi desaparecer en aquel nicho, ya sabía que allí no estaba mi padre. Debería decir sentí porque sería lo más cierto. Sentí que no estaba allí.
Ya no sé si se quedan con nosotros, dentro nuestro, en nuestra casa, a nuestro alrededor aunque los haya sentido muy cerca en algunas ocasiones  o esperan el juicio de los justos o van al cielo o se reencarnan o tienen que resolver asuntos pendientes o se convierten en ángeles titulares o cualquier otra explicación que el ser humano haya dado a este misterio.

Hoy hace una semana que murió, como hubiera deseado . Amparada por los suyos, rodeada de amor, acompañada de la mano en ese último transito que somos capaces de ver.

Estos últimos meses redescubrí el poder de una mirada, la alegría de una sonrisa inesperada, a tener el oído atento a esa palabra que podía recompensar todo un día. Me inundó de ternura. Aprendí que cuando el mundo físico se reduce, cuando los sentidos se pierden, la comunicación encuentra, siempre, otras formas: cogerla de la mano, sentir como la aprieta con fuerza, dar un beso, acariciar el pelo, mimarla, arrullar, aprovechar cualquier momento para abrazar… La comunicación es por y a través del amor.