domingo, 19 de enero de 2014

Nuevo taller de cuentos infantiles


Pronto comenzará en Valencia un Taller de Cuentos Infantiles de la mano del escritor, tallerista y buen amigo Ginés Vera. 

Debería decir que volveríamos a tener la oportunidad de realizarlo. Yo lo  hice hace algún tiempo y el resultado de ello fue una experiencia nueva, gratificante y un par de relatos infantiles que se encuentran en este blog: Bepo, la mariquita y Reddy el tren que se salió de la vía. (Por si os apetece ver como me fue personalmente en el taller). 

Recuerdo que cuando me planteé realizar el taller pensé que resultaría más fácil. Pero en realidad hay que pensar en un montón de cosas y cambiar el chip al escribir para niños. Tienes que tener muy claro a quien va enfocado. Vale, dicho así... pero cosas como la franja de edad de a quién quieres contarle la historia dictará la forma de dirigirte a ellos: el vocabulario, el tipo de temas, la complejidad de las ideas e incluso de las oraciones. 

Bueno, pues para todos estos temas y algunos más como moraleja sí o no y demás asuntos en los que hay que trabajar: el ritmo del relato, los rasgos que hay que elegir para definir los personajes, que tipo de personaje será atractivo para un niño... en fin, no sigo que no acabo, el Taller nos da las bases para que podamos desarrollarlos. 

De todas formas quién lo explica mejor es el propio tallerista Ginés Vera. Dejo aquí la promoción del taller y lo recomiendo desde mi buenísima experiencia. Hay pocas cosas mejores para un escritor que compartir con compañeros la experiencia de escribir, las dudas, los fallos y los aciertos. Y eso sin dudarlo se da en los talleres y los de Ginés Vera sobre todo, porque se leen los textos de los participantes y se aprende sobre ellos.



TALLER DE ESCRITURA: LITERATURA INFANTIL
Escribir cuentos para los pequeños de la casa, para los niños, tiene algo de mágico no solo mientras uno va creando la historia en su cabeza, haciendo vivir mentalmente a los personajes viajando de regreso a nuestra niñez; también lo tiene cuando pensamos, al terminarlo, en la cara de los niños a quienes se lo leamos: al irse a dormir, durante una merienda con amigos o, por qué no, en un improvisado cuentacuentos familiar. Esas caras atentas, emocionadas, sus risas y la satisfacción de saber que hemos contado un cuento y mucho más. La recompensa es esa, esa sensación y las ganas, a menudo, de escribir otro cuento aún mejor…, para ellos, para nosotros.

Objetivo: Dirigido a todas las personas que quieran entrar en contacto con la literatura para los más pequeños. Se verán los diversos tipos de cuentos, su clasificación según las edades a las que van destinados y todo lo que rodea a los relatos para niños.

Programa: El esbozo y el desarrollo de ideas. El juego, el absurdo y el azar. Construcción de personajes. Desarrollo de espacios y escenarios de ficción. Revisión de recursos frecuentes en la literatura en general y, en la destinada a los niños. Hacia una historia que atrape: Buenos comienzos, mejores finales.

Lugar: Espacio Lector Nobel Valencia.
Ángel Guimerá, 51 bajo dcha. 
46008 Valencia.

 Fechas: Los martes del 4 al 25 de febrero en horario de 19,00 a 20,30h.

Precio: 40€   

sábado, 14 de diciembre de 2013

Señora Amparo

Cuando conoces a una persona buena siempre te cambia de alguna forma. La bondad y el amor siempre van unidos. Te conmueve, se filtra en tu corazón, en tu alma y sana incluso sin saber las heridas que encuentran a su paso. Esto lo escribí hace unas semanas, no muchas. No sé de que otra forma honrarla, excepto manteniendo su recuerdo.
Fue un honor y un placer conocerla y asistirla en estos últimos años.

Cuando la vi desde la puerta en la cama con el pelo blanco tan cortito, los ojos cerrados, la boca prieta, el color de las lucecitas de todos los santos, el camisón azul que tantas veces le he puesto cubierto por la sábana blanca me acerqué despacio.  La muerte es un misterio.  Era ella y no lo era. No hay momento en que crea más en una vida después de la vida que en este. 

Cada día me marcaba el objetivo de lograr un reconocimiento, una comunicación. Una sonrisa, una palabra, una mirada. No más, pero tampoco menos. Le hablaba cuando le daba la medicación, me miraba resignada, pero me miraba, se la tomaba con más o menos esfuerzo, pero se la tomaba. A medias, yo creo, por su carácter disciplinado que no perdió nunca, a medias por mí, porque se lo pedía. Porqué le alzaba la cabeza, le pasaba el brazo por los hombros, porque le hablaba y se lo pedía. Y sí, aunque ya no hablará, aunque me costará retener su atención (a saber en que mundos propios, en que ensoñaciones y recuerdos estaría) yo la notaba conmigo. Quizá un poco resignada a darme el gusto. Y le daba de beber despacio, a poquitos, intentando no desparramar ni una gota, para que el antibiótico hiciera su curso y el analgésico mitigara sus dolores.
Después el desayuno: “¡Venga, Señora Amparo! Que esto esta más bueno y calentito!” La radio puesta y yo hablando sin parar, de las noticias del día, de si hacía frío, del bus, le preguntaba como había dormido, que había hecho la tarde anterior, le contaba que haríamos por la mañana. Y ella me miraba y me miraba y sin darme cuenta, le tocaba la cara, el cogía la mano, le acariciaba el hombro.  En esos momentos no existía nada más en el mundo. 

Ha pasado una semana. Ha sido dura y la ausencia pesa más cada día. La muerte es inevitable nunca diré deseable. Deseable es que desaparezca el dolor, el  sufrimiento que en ocasiones le acompaña.  La muerte es un vacio aterrador e incomprensible. De estar a no estar solo hay un suspiro.
Pero yo no creo que todo se desvanezca.  Con todo lo que quieres al cuerpo, a lo que ves y tocas de la persona querida, yo tengo la sensación que cuando la muerte llega nos deja una habitación de la que su dueño ha salido para no volver, recogiendo cuidadoso todas sus pertenencias.  Ha cerrado la puerta y se ha ido con las maletas llenas de las vivencias, recuerdos, personas queridas. Se va con sus cosas. Solo en ese momento yo lo veo tan claro, me sucedió con mi padre, con mi madre y también ahora. Me es imposible creer que la esencia, el alma, la chispa desaparezca con el cuerpo. Solo hay que mirar y sentir  para darte cuenta de que no somos un cuerpo, un cerebro, unas funciones vitales. Vivimos en él solo de forma temporal para después seguir nuestro camino.  Con nuestros amores intactos, nuestras luchas aprendidas o no.
Puede resultar extraño e incluso  me da como pudor poner en palabras estos pensamientos.  Pero es una certeza íntima que nació desde la primera vez que sufrí la muerte de una persona querida. Me he preguntado si es la forma en que yo me autoconsuelo o me engaño.  Pero cuando aquella primera vez acompañé al féretro de mi padre al cementerio, cuando lo vi desaparecer en aquel nicho, ya sabía que allí no estaba mi padre. Debería decir sentí porque sería lo más cierto. Sentí que no estaba allí.
Ya no sé si se quedan con nosotros, dentro nuestro, en nuestra casa, a nuestro alrededor aunque los haya sentido muy cerca en algunas ocasiones  o esperan el juicio de los justos o van al cielo o se reencarnan o tienen que resolver asuntos pendientes o se convierten en ángeles titulares o cualquier otra explicación que el ser humano haya dado a este misterio.

Hoy hace una semana que murió, como hubiera deseado . Amparada por los suyos, rodeada de amor, acompañada de la mano en ese último transito que somos capaces de ver.

Estos últimos meses redescubrí el poder de una mirada, la alegría de una sonrisa inesperada, a tener el oído atento a esa palabra que podía recompensar todo un día. Me inundó de ternura. Aprendí que cuando el mundo físico se reduce, cuando los sentidos se pierden, la comunicación encuentra, siempre, otras formas: cogerla de la mano, sentir como la aprieta con fuerza, dar un beso, acariciar el pelo, mimarla, arrullar, aprovechar cualquier momento para abrazar… La comunicación es por y a través del amor.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Presentación de Relatos con Abrelatas de Ricardo Guadalupe y otras cosas

El sábado estuve en el Bibliocafe, en la presentación del libro de Ricardo Guadalupe. Nuevo libro he de decir. Ricardo ha publicado Palabras Literarias, Frases en el muro y ahora este Relatos con Abrelatas. Títulos curiosos, especiales que así al primer vistazo y los tres juntos  ya nos hablan de progresión, de crecimiento interno, de evolución.
El Abrelatas, apellido de este último libro no se refiere a que de uno como regalo con cada libro (aunque para abrir cervecitas no sería una mala idea). Ricardo nos cuenta el backstage de los relatos que lleva hasta nosotros. El como se hizo, dotando a los relatos de una nueva dimensión que no suele estar al alcance lo los lectores: ¿En que pensaba el autor cuando escribió esto? ¿En qué se inspiró? Son preguntas que solemos hacernos al leer y aquí Ricardo satisface esa curiosidad que imagino que él también como lector debe haber sentido.  No imponiendo al lector lo que quiso decir el escritor, no guiándolo a través de los relatos, más bien dándole otra dimensión más, un plus que enriquezca la lectura
La presentación de Relatos con Abrelatas la moderó mi amigo Ginés Vera, tallerista y escritor. Entre los dos consiguieron convertir el acto en una tarde entre amigos que charlan de sus cosas, de su visión del mundo, de cómo puede influir la literatura en él, de los procesos de creación, de las influencias que llegan del cine, de otras obras y de la vida que transcurre dentro y fuera de nosotros.

Además de esto y de tomarme una cañita durante la presentación, la tarde fue divertida, al menos para mí, que estuve rodeada de antiguos conocidos y buenos amigos. Me acompañó mi amiga Ana (Ricardo, se fue pronto porque estaba cansada, de verdad), tomamos café  con Elga Reátegui (escritora y periodista, este es su blog si queréis conocerla mejor http://elgareategui.blogspot.com.es/), Poli y Ginés  en la previa a la presentación y lo mejor de la velada, indudablemente fueron los momentos que pasamos después de la presentación ya todos más relajados, con Ricardo y un pequeño pero  divertido y agradable grupo de personas, tomando unas cervezas y unas tapitas. Me reí un montón, lo que siempre y ahora más que nunca es necesario y sobre todo, pero sobre todas las cosas, jamás volveré a mirar un vaso de tubo de la misma manera.

Juntos Ricardo, Ginés y yo somos el setenta y cinco por cien de Maleta de libros (Vale, hay que reconocer que Ginés solo es ese 75 por cien o incluso el 90 por cien), así que aquí dejo también el enlace por si apetece echar un ojo.

martes, 12 de noviembre de 2013

Transductor

Esta temporada han sucedido muchas cosas. No delante de la pantalla. No aquí de madrugada, con mi eterno café al lado. Una serie de decisiones que afectan a mi entorno  han alterado mis ritmos y mis pausas.  Una cierta dejadez ha aflojado los lazos que me unen  a ese lugar extraño donde las historias esperan. Demasiadas dosis de realidad, de realidades hacen que el río se estreche, que la palabra se seque, que las ideas se queden refugiadas en la mente.

Y sin embargo tengo motivos para estar contenta. La semana pasada y ya era hora, fui al médico a conocer los resultados de las diversas pruebas que me han hecho este verano. La citología, la analítica y las ecografías (todas vaginales, con o sin gel, con o sin preparación que menos mal que una es limpia). El resultado es que estoy perfecta. Solo que mis ovarios se quedan de vez en cuando con un óvulo. Debe ser que les coge cariño.
La última visita a planificación fue viernes. Laura me acompañó y mi hermana, que estaba la pobre bastante descentrada ese día nos acercó hasta Alboraya. Yo iba silenciosa. Los nervios suelen hacer que hable mucho, pero el viernes me dejaron muda. Las escuchaba hablar y reír como a través de una pared de corcho, me sentía lejos, aislada y solitaria. Mi mente evitaba formar pensamientos y se centraba en pequeños detalles: Una bici, un trabajador del ayuntamiento podando una palmera, la casa de campo que parece tener una ermita adosada y más tarde en otros más irritantes, las veces que se equivocó mi hermana para llegar al Centro de Planificación provocó que pasará el último cuarto de hora controlando la ansiedad que me produce llegar tarde a cualquier parte.
Una vez allí, la espera de rigor, la enfermera cerrando la puerta en la cara a Laura. Estas cosas son para dos, parece ser. El ginecólogo ocurrente, paciente y amable ¿Por qué no? Todo eran buenas noticias. Visita inesperada al potro (después de todo, acabábamos de ver los resultados de la ecografía que me hicieron en el hospital, con mis ovarios milimetrados y la posición de mi útero identificada).
Esto es un transductor intravaginal. Le ponen una
especie de preservativo gigante y te suelen untar con
un gel que está bastante frío. 
A la camilla ginecológica, que sigo pensando que enriquecería más de una vida sexual, con las bragas en la mano, la falda que ya de por si es corta aún más subida para que no interfiriera, las piernas en los estribos.  El derecho no se mantiene fijo y se mueve, lo que provoca que el Gine (ya hay confianza) después del clásico: “saca más el culete”, me pidiera que me relajara y no me moviera, provocando una charla típica de camilla. “Es que se mueve el estribo”; “Ya, la camilla que está para cambiar” antes de introducirme ese palo que he descubierto que se llama transductor intravaginal, pero vamos, a palo seco y nunca mejor dicho, sin echar su poquito de gel  ni nada (me remito a lo de antes, será la confianza, en el hospital me echaron tanto gel que estuve unos días con la sensación de pringue total) y confirmó que se veían dos óvulos retenidos en el ovario derecho pero que en diez o doce días tendría la menstruación.  La verdad es que esto es para hacérselo todos los meses, te avisa y puedes ir comprando tampones para que no te pille desprevenida.

Y salí de allí, después de ponerme las bragas y bajarme la falda, claro, con un subidón importante. Eufórica y ligera. Lo que me hace pensar que como muchas veces había reprimido mi miedo, mi incertidumbre, enmascarándola en mil cosas diferentes. Pero que siempre la llevaba encima como la nube negra que persigue a los dibujos animados. La mente hace esas cosas, por lo menos la mía.

Y el sábado estuve en la presentación del nuevo libro Relatos con abrelatas de Ricardo Guadalupe, compañero de Maleta de Libros, acompañado, moderado o presentado que nunca se como se llama eso, en la mesa por mi amigo escritor y creador del blog Maleta de Libros (eh, interesante blog en el que se hacen entrevistas a escritores y se reseñan libros): Ginés Vera. Pero eso prometo contarlo mañana que ya se va haciendo un poco tarde y tengo que ir a ganarme el pan.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Tristeza

Ayer me entró como un no sé qué en el cuerpo. Una tristeza extraña, melancólica que hace mucho que no sentía. De esas de las de antes que irrumpían en mi vida encapsulándome en un mundo propio que se alimentaba a si mismo de recuerdos antiguos, pensamientos dolorosos, de verdades inconexas, de anhelos imposibles y de miedos profundos. Una amalgama de sentimientos que era capaz de tocarme y hundirme durante unos cuantos días. 

Antes, en aquellos tiempos, llegó a ser una forma de vida. Una deformación de la realidad que me mantenía la mayor parte del tiempo viviendo sumergida en un agua fría y oscura que amortiguaba las realidades de mi vida, paralizándome. Imaginad una masa gelatinosa, semitransparente que os rodea y con la que cargáis todo el día. Imaginad que a través de ella veis a vuestra familia, a vuestros amigos, que os acompaña al trabajo, que se vuelve más densa por las noches y que a momentos sentís todo su peso en cada parte de vuestro cuerpo, en especial en el pecho, oprimiéndolo. Los sonidos, incluso las voces que amáis os llegan distorsionados, lejanos. Vuestra capacidad de reacción es dos o tres segundos más lenta de lo que debería. Una masa que se alimenta de tus pensamientos más oscuros y que su bocado predilecto es la culpa y qué, como cualquier otro ser se resiste a morir, así que cada vez te asfixia más, se vuelve más negra, más pegajosa.

Aprendí que la única manera de dejarla atrás, de sentir de nuevo el calor del sol, era la acción. El movimiento, la decisión es lo que la aleja de ti. Incluso antes de averiguar el porqué. Dúchate, vístete, ponte guapo con esa prenda que sabes (en este momento has de fiarte de aquello que te ha dicho quien te quiere bien) que te favorece, mírate en el espejo y sonríe. Sal a la calle, saluda al vecino, compra el pan, el periódico, tómate un café, vete a trabajar, céntrate en lo que haces, hazlo lo mejor que puedas, habla con la gente, busca un amigo, tomate unas cervezas. O quizá, escribe sobre ello. 

Y cuando llegue el porqué, que llegará en cuanto se alce una punta de esa masa triste que te rodea, escúchalo, analízalo, decide o asúmelo.

Ayer recibí una llamada de Juanjo, compañero de instituto sobre la cena de la que se habló en el entierro de Ochoa. Será para el día cinco de octubre probablemente. Ayer me enteré que las pruebas médicas al padre de una amiga muy, muy querida, confirmaron lo temido.

Eso y que los días se acortan, eso y que quiero hacer muchas cosas que retraso, eso y que llega el otoño, eso y que…


Será mejor que salga a iniciar el día, con tiempo de tomar un café con una buena amiga. 




 

martes, 10 de septiembre de 2013

Destinatario: Juan Antonio Ochoa

Creí que mi primer post sería sobre las vacaciones, pero no, será sobre ti que nos has dejado hace tan poco. Querido amigo. No he podido escribirte antes aunque te he hablado muchas veces en mi mente. Te he pensado tanto. Pero aún no me hago a la idea de que te has ido. Aún te busco muchas mañanas desde el bus, tal como hacía, cuando está a punto de llegar la parada en la que bajaré, como hacía siempre desde aquél día que nos reencontramos después de tanto tiempo. Y me digo a mí misma: no está. No estarás ya. No podré cumplir la mil veces incumplida idea de llamarte. Solo para saber como te va, como está tu padre, como llevas la vida.

Te fuiste un viernes, el último de agosto, de tu agosto. Cuando me llamaron (me alegro tanto habernos vuelto a encontrar ese julio de hace dos años, después de tanto tiempo, podías haber muerto y yo no saberlo nunca), cuando me llamó Juanjo el viernes, no podía creerlo. Mi mente era incapaz de aceptarlo. Un ataque. De madrugada. No se pudo hacer nada.

¿Cómo te mueres así? Sin avisar, sin dar tiempo a despedirnos, sin poder hacer nada por ti, contigo.

Me parece verte, ladeando la cabeza, con ese gesto característico en ti ¿Lo sabías? entre socarrón y cariñoso (por lo menos cuando hablabas conmigo, hasta cuando íbamos al instituto lo hacías) y decirme: ¿Qué ibas a hacer tú? ¿Me hubieras llamado por fin?

Sé que todos lo sabemos. El tiempo es finito. Lo que tengas que decir o hacer a la gente que quieres hay que hacerlo cada día, cuando puedas, en el momento en el que el alma te tira. Pero a la vez, nos creemos inmortales, no solo nosotros, creemos que todos a los que queremos, a los que quisimos lo serán también. Y dejamos pasar el impulso que nos avisa, un día y otro y otro. Y está vez ha sido demasiado tarde. Ya no estás para escucharme.

¿Recuerdas las largas caminatas a pie desde el instituto? Tantas horas de charla. Como nos reíamos.  Cuando me dejaste aquella libreta con la que aprobé tecnología y que nunca volviste a ver. Como murmuraban de nosotros aquellos años en los que siempre, siempre estábamos juntos. Y cuando me conseguiste las prácticas en el laboratorio municipal. Nos lo pasamos en grande. Recuerdo a las limpiadoras preguntándonos si eramos familia. Y como aún estabas enfadado tanto tiempo después porque creías que eso era cosa mía, que yo lo había dicho. Pero no. Nunca dije eso, jugué con ellas un tiempo y luego lo desmentí, eramos amigos. Tan sencillo, tan grande. Amigos. Y puestos a sacar trapos sucios también te cabreaba que nunca te llamara por tu nombre, que siempre usara el apellido. Pero que le voy a hacer, si siempre fuiste para mí Ochoa. Si nunca te llamé Juan.

Entre tú y yo: siempre supe que aquella poesía que me entregaste un día, tan nervioso, no era la canción de algún grupo de entonces. Sabía que era para mí, que la habías escrito tú. Pero yo no quería que pasara eso, no quería decirte que no, no quería renunciar a ti. A mi amigo. Ya sé que todos los hombres pensáis que es injusto. Pero te quería, aunque no como tú querías. Ahora pienso que debería haber sido más valiente, haber cogido aquella hoja, haberla guardado y no devolvértela aprisa y corriendo, tan o más nerviosa que tú con esa endeble excusa.

Fuimos a tu funeral. Me llenó, me calmó el corazón ver a tanta gente que te había querido. Vi lágrimas en más ojos que en los míos. Me repetía una y otra vez esa frase tuya que me llegó al alma cuando insististe en aquella comida que me criaste y me incluiste en tus amigos de siempre, los de toda la vida.

Me alegra tanto que ese día acabáramos por recuperar la complicidad de las risas de antaño.

Hasta siempre amigo mío. Perdona si no supe ser la amiga que debería haber sido. Siempre me acordé de ti, en los momentos en los que estabas y en los que no estuviste. Creo que he hablado de ti a todas las personas que conocí después. Estabas tan unido a mi adolescencia, a mí juventud que era, que será imposible no nombrarte, no pensarte.

Hasta siempre Ochoa. Mi querido Juan Antonio.



sábado, 3 de agosto de 2013

En honor a ti: Vacaciones ya entre mis piernas

Primer día de vacaciones. Mañana blanca donde las haya aunque el día esté gris. Mi primer día de vacaciones después de muchísimo tiempo (no alargo las vocales porque no me parece que quede bien pero la u en muchísimo podría repetirse hasta tres años poco más o menos). Sí, por fin vacaciones. Las puedo sentir sólidas bajo mis pies, entre mis piernas. Por fin. Sé que correrán como el viento y en un visto y no visto dejarán de estar. Pero de momento, son.

Me he levantado un poquito aprensiva porque necesitaba/quería/deseaba comunicar algo con precisión, abrirme más si cabe y escribir con el corazón y la cabeza. Aunque digo mucho que la verdad está sobrevalorada (la verdad tiene muchas caras, depende de quién te la diga y quien se crea dueño de esa verdad), la sinceridad con uno mismo y con quién se quiere te da paz.

Y bueno, ahora mismo, estoy serena, feliz y en paz. Es una buena forma de empezar las vacaciones. Y además el médico me dijo el miércoles que estoy buena. Bajo su punto de vista, claro, qué en este caso era los resultados de la analítica visible en su pantalla de ordenador. Azúcar, colesterol, hierro, hormonas y no sé cuantas cosas más estaban en orden, casi mejor que en orden según él: perfectas. Me queda la ecografía vaginal, pero eso ya lo contaré a finales de octubre.
¿He contado que mi médico está bueno? Empieza a notársele el paso del tiempo, como a todos. Tiene una sonrisa graciosa porque siempre parece que se le escapa sin querer. O será conmigo que cuando me pongo nerviosa no puedo evitar hablar mucho y ponerme modo payaso o si no que se lo pregunten a Ginés que él sabe de que hablo. Este médico, Victor, tiene fama de serio y de alguna otra cosa más que no puedo poner aquí y no, no es nada sexual que de esa, si la tiene no sé nada. Recuerdo haber hablado con alguna vecina sobre él y que me dijera que no le gustaba nada porque siempre era muy seco. Ya digo que conmigo nunca lo ha sido y ahora mismo reflexionando sobre él me acabo de dar cuenta de porqué me cae tan bien y me hace gracia, aunque no quiera sonreír, los ojos le delatan: se le forman unas arruguitas en el rabillo y le brillan. Y eso hace que me recuerde mucho a mi padre. Él (mi padre) era especialista en contar verdaderos monólogos, chistes, en embromarte, en hacerte rabiar, sin sonreír en absoluto y manteniendo esa voz del Señor Enrique, el rictus serio, el semblante severo que tanto solía imponer y sin embargo siempre lo podías descubrir si observabas sus ojos. No podía evitar sonreír con ellos.  

Estoy dispersa, lo sé. Salto de un tema a otro. Pero estoy contenta y quiero pensar que contagio esa alegría en cada tecla que pulso.

No sé si escribiré mucho o poco estas vacaciones, me da que más bien lo contrario.

A modo de regalo (si pudiera hacerlo, si no suena a presunción) me gustaría "contagiar" esta alegría a todo aquel que pase por aquí y sobre todo a aquellos que siempre estáis ahí. A los que empecéis las vacaciones conmigo, los que ya estáis en ellas, los que las tuvistéis, los que no las van a tener, los que por circunstancias no tienen quien les de vacaciones. A todos, feliz verano.

Aunque suene medio a despedida escolar hasta septiembre seguro que no lo es, que volcaré más de mí, más pensamientos, más cositas mías de aquí allá.